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Curtis Le May, criminal norteamericano que estuvo a punto de destruir el planeta.
Jorge Wejebe Cobo
El Pentágono contempló, como regalo de nuevo año, para el domingo primero de enero de 1950, el inicio de la Operación Dropshot con un ataque nuclear sorpresivo contra importantes ciudades de la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), situadas en sus territorios europeos y orientales, las cuales serían blanco de 300 bombas atómicas y cientos de miles de toneladas de explosivos convencionales.
Esa carga mortal sería transportada por igual cantidad de bombarderos estratégicos B-29 y B-50, que partirían, principalmente, desde bases aéreas de Inglaterra y Europa continental.
Se esperaba destruir el potencial económico, científico, militar y social de esa gran nación. Calculaban los estrategas norteamericanos que en esos primeros ataques relámpagos causarían más de diez millones de muertes, la mayoría de civiles, por lo que las matanzas de Hiroshima y Nagasaki habrían sido una discreta referencia.
El general Curtis Le May, jefe en 1949 del comando aéreo estratégico de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, tenía fama de bravucón y de piloto temerario, y alcanzó notoriedad durante la Segunda Guerra Mundial como organizador de los ataques aéreos contra las ciudades japonesas.
Argumentaba que había que atacar antes que los soviéticos lograran hacerse de la bomba atómica, lo que implicaba dejar a un lado principios éticos, al repetir el método nazi de guerra relámpago, por la que fueron ahorcados varios jefes militares alemanes hallados culpables de ese y otros crímenes durante el juicio del tribunal militar internacional de Núremberg.
Le May no fue el único que apoyó esa tesis. En Inglaterra, Winston Churchill promovió golpear a las tropas soviéticas en Europa oriental y en Alemania, en 1945-1946; y el propio presidente Truman daría su aprobación para la preparación del alucinante ataque de 1950.
El Pentágono confiaba en librar otra vez la guerra al otro lado del Océano Atlántico y sus jefes desconocieron, por ignorancia o criminal cálculo, el hecho de que la explosión de solo una parte de las armas nucleares planificadas contra la URSS, convertirían en un desierto radiactivo a gran parte de Europa, Japón, Turquía, Corea del Sur y otras naciones aliadas a EE. UU.
El bombardeo a la URSS también tuvo errores de cálculo, al subestimar que las plantas de aviación soviéticas, desde 1948, trabajaban las 24 horas del día para dotar a su fuerza aérea del nuevo caza de reacción Mig-15, armado con dos cañones de 20 y de 37 milímetros, que alcanzaba los mil kilómetros por hora y tenía una gran maniobrabilidad.
Ante esas características, los lentos bombarderos estadounidenses de hélices, B-29 y B-50, no tenían ninguna oportunidad de impedir que fueran desguazados por la artillería de los nuevos cazas. Esa superioridad tecnológica se demostró en la guerra de Corea, entre 1950 y 1953, durante los combates aéreos, cuando los bombarderos estadounidenses B-29 dejaron de volar por el gran número de naves derribadas por los Mig-15.
Pero mientras se acercaba el probable inicio de la Tercera Guerra Mundial, en agosto de 1949, en el oriente de la URSS se realizó con éxito la primera prueba nuclear. EE. UU. ya no tendría garantía de que la agresión no fuera respondida con el arma atómica, y ante esa perspectiva se pospuso el inicio de esta, y finalmente se archivó el plan de ataque por la posibilidad de que se hiciera realidad la llamada doctrina de destrucción mutua.
A pesar de las razones objetivas que invalidaron la Operación Droshop, el general Le May gozó de una ascendente carrera militar, y durante la Crisis de Octubre de 1962, como miembro de la junta de jefes del Estado Mayor, tuvo nuevamente la oportunidad de llevar a la humanidad a su fin al tratar de imponer al presidente Kennedy un ataque total con armas atómicas y convencionales contra Cuba para acabar con las instalaciones de los cohetes soviéticos y, de paso, con el pueblo cubano, e iniciar la hecatombe nuclear.
La Operación Droshop solo fue desclasificada en 1977 y, hoy, se puede consultar en la red donde, por lo general, se presenta como un pasaje de la Guerra Fría, devaluada por el tiempo transcurrido y por no haberse llevado a efecto, para conformar en el público una especie de síndrome de la comprensión y olvido ante la desclasificación de documentos.
Tomado de Granma