A pesar del bloqueo, Cuba resiste en la dignidad y la justeza de su causa, buscando alternativas, combatiendo las ineficiencias internas, perseverando en un camino que no dependerá jamás de la voluntad de un agente extranjero. Su reclamo de que la dejen en paz se hace, no desde la impasibilidad, sino desde la más fiera convicción de avanzar.
Ciertamente, parafrasear al escritor Augusto Monterroso viene como anillo al dedo para hablar de ese fenómeno arcaico y cruel que día tras día acosa a la Isla: cada vez que Cuba despierta, el bloqueo todavía está allí.
Pero esta pieza de la historia de Estados Unidos contra la Revolución Cubana no constituye, ni por asomo, el cuento más corto del mundo; al contrario, es una saga de bajezas morales de un país muy poderoso, sin más argumentos contra su pequeño vecino que el de los peligros de un orden social diferente en un mundo despiadado, cuya sordidez reporta increíbles ganancias a unos pocos.
Claro, Cuba tiene una posición geográfica privilegiada, y un considerable potencial para el turismo y otros negocios, pero los imperialistas pueden vivir sin eso. Con lo que no resisten coexistir es con el ejemplo y la posibilidad de otra manera de distribuir la riqueza, sobre valores diferentes, y, más aún, sin doblar la cerviz frente al poder del dinero.
El precio de esa hidalguía cubana es el bloqueo económico, comercial y financiero, un verdadero dinosaurio que ahoga al pueblo cubano a la vieja usanza de los asedios medievales.
Se trata de establecer una muralla en torno a la Isla, e impedir que entre a ella lo imprescindible para la subsistencia. Rendir por hambre y desesperación es un método antiguo y brutal, que se aplica contra Cuba de forma abierta e injusta, en pleno siglo de modernidades y supuesta altura diplomática.
Nada importa al Gobierno de Estados Unidos que, año tras año, el mundo repudie el bloqueo de forma abrumadora. Sigue ejerciendo su voluntad de robarle hasta el aire al país que le propinó la primera derrota en territorio de América Latina.
La autodeterminación cuesta cara. Negar oxígeno medicinal y ventiladores pulmonares en plena pandemia rebasa todas las escalas de la inhumanidad.
Lo más terrible del bloqueo es que su muralla no se ve, y a esa invisibilidad apuestan. Es difícil, en las circunstancias de crisis energética y económica actuales que afronta la nación, seguir la línea que va desde la dureza de la cotidianidad hasta las acciones del bloqueo, que impiden transacciones, frenan ventas, niegan servicios… aun fuera de territorio estadounidense.
Y, sin embargo, a pesar del bloqueo, Cuba resiste en la dignidad y la justeza de su causa, buscando alternativas, combatiendo las ineficiencias internas, perseverando en un camino que no dependerá jamás de la voluntad de un agente extranjero. Su reclamo de que la dejen en paz se hace, no desde la impasibilidad, sino desde la más fiera convicción de avanzar.
El hostigamiento ha chocado contra obstáculos tremendos: la fortaleza del pueblo cubano, la capacidad del proyecto revolucionario para hacer y rehacerse, la comunión con los líderes, la belleza de un espíritu nacional que tiene mucho en sí de mambí y de rebelde.
Cierto que cada mañana el bloqueo amanece invariable, pero también cada mañana sale el sol y la Patria está aquí, orgullosa.