Doctrina Monroe debilitada en América Latina

 

César Sención Villalona│Portal Alba

* Cada vez más naciones se niegan a seguir siendo el “patio trasero” de Estados Unidos y han formalizado nexos económicos con China, Rusia, India y otros países que no se someten al imperio norteamericano.

En 1823, el entonces presidente de Estados Unidos, James Monroe, lanzó la sentencia “América para los americanos”, que les advertía a las potencias de Europa que no podían intervenir en el Continente Americano. Sin embargo, la mayor amenaza no era para Europa, sino para los países latinoamericanos, pues la sentencia real era “América para Estados Unidos”.

En 1846, el ejército de Estados Unidos invadió a México y para 1848, cuando terminó la guerra, le había quitado a ese país más de la mitad de su territorio. Desde entonces proliferaron las invasiones, golpes de Estado, sabotajes y otras agresiones de Estados Unidos contra los pueblos latinoamericanos.

En el siglo XX, el brazo seglar de Estados Unidos bañó de sangre a Nicaragua, República Dominicana, Cuba, Granada y otros países. Y con el apoyo de oligarcas y militares criollos, derrocó gobiernos revolucionarios y progresistas y asesinó, desapareció, torturó y envió al exilio a cientos de miles de personas. Al cerrar el siglo solo estaban en pie la revolución cubana y la revolución venezolana, que apenas comenzaba.

Junto a la dominación política y militar, Estados Unidos estableció en Latinoamérica un férreo control económico a través del comercio, la deuda y la inversión directa en las áreas más vitales. También impuso programas de “ajuste estructural”, con sus componentes de privatización, recorte de aranceles y liberalización de mercado, para fortalecer al capital extranjero y a los grupos de poder económico dependientes.

Estaba claro que el monroísmo no era una doctrina para contener a Europa, sino para someter a los pueblos latinoamericanos. Estados Unidos incluso apoyó a su aliada Inglaterra en la guerra de las Malvinas de 1983, una posesión inglesa arrebatada a Argentina.

Pero esa política no impidió que en el siglo XXI surgieran en Latinoamérica gobiernos de izquierda y progresistas que bloquearon importantes proyectos imperiales (como el ALCA y otros) y comenzaron a aplicar políticas de intervención estatal, redistribución del ingreso, reducción de la pobreza, reinserción en la economía mundial, defensa de la soberanía nacional y creación de espacios de integración.

Los gobiernos de Suramérica crearon la UNASUR y el Banco del Sur y todas las naciones latinoamericanas conformaron la CELAC, que podría ser la sustituta de la OEA, pero sin la presencia de Estados Unidos y Canadá. También desarrollaron sus lazos comerciales y proyectos de cooperación, como el ALBA, PETROCARIBE y otros.

Este período de avance de las fuerzas de izquierda y progresistas coincide con el declive del poderío de Estados Unidos y el fortalecimiento de China y otros países que le disputan la hegemonía mundial. China es la segunda economía del mundo, con el 18% del PIB planetario contra un 24% de Estados Unidos.

También lidera el comercio exportador, con el 15% del total mundial contra el 10% de Estados Unidos, y junto a la India (economía 5), Brasil (economía 11), Rusia (economía 12) y Sudáfrica (economía 33), creó el BRICS, que es el principal bloque poder económico internacional.

América Latina ha desplegado tanto sus relaciones políticas, diplomáticas, comerciales y de inversión con China, que entre 1999 y 2021 su comercio con esa nación se multiplicó por 55, al pasar de $8,260 millones a $451,591 millones. China es el segundo socio comercial de América Latina y el primero de Suramérica, ocupa el segundo lugar en inversión extranjera en la región y desarrolla muchos proyectos de cooperación en ciencia y tecnología, educación, comunicaciones y otras áreas.

Diversos países de América Latina también firmaron más de 200 acuerdos de cooperación con Rusia, sobre todo en las áreas técnica, financiera y militar, sin incluir la instalación de bases. Brasil comparte una estrategia política, económica y financiera con Rusia en el marco del BRICS y ambas naciones participan en el G-20, junto a Argentina, México, la India y Sudáfrica.

En abril y mayo de este año, una delegación de la India encabezada por el canciller visitó varias naciones de Latinoamérica y les propuso fortalecer los vínculos diplomáticos, políticos y económicos.

América Latina puede aprovechar esa relación, pues la economía de la India es la quinta del mundo, crece 6% anual (más del doble de Europa y Estados Unidos) y demanda muchos alimentos y materias primas que la región puede proveerle. La India puede dar un importante apoyo técnico, pues posee junto a China el 48% de los científicos y científicas de ciencias exactas.

Panamá, Uruguay, Ecuador, Venezuela, Chile, Bolivia, Costa Rica, Cuba, Perú y Argentina participan en el proyecto de la Ruta de la Seda, impulsado por China desde 2013 y al que pertenecen Rusia, la India y más de 50 países de otros continentes. Ese proyecto incluye la construcción de ferrocarriles de alta velocidad, puertos y redes de fibra óptica que pasarían por amplias zonas de Eurasia, hasta Irán y Turquía.

También incluye la construcción de carreteras en el sudeste asiático y Asia Central, una carretera marítima en el Océano Índico y otras obras de gran envergadura en los países que la integran. El proyecto tiene componentes comerciales, financieros, de seguridad y culturales.

La Ruta de la Seda es el plan con mayor alcance en lo que va del siglo XXI y procura vincular a China con Medio Oriente, África, Europa y América Latina. El presidente chino, Xi Jinping, lo lanzó en 2013 y ya se han involucrado más de cien países.

Este proyecto ha penetrado tanto que, en un Foro realizado en Pekín en 2019, el expresidente de Chile, Sebastián Piñera, de ideología ultraderechista, dijo que “queremos transformar a Chile en un verdadero centro de negocios para las empresas chinas, para que ustedes puedan, desde Chile, llegar también a toda América Latina”.

Esas nuevas relaciones de los estados latinoamericanos se deben al avance de la izquierda en la región, al enorme desarrollo de China, Rusia, la India y otras naciones y al debilitamiento del poderío norteamericano. Es decir, son una expresión de la crisis de hegemonía a escala mundial y de la conformación de un mundo multipolar que liquidó la dominación exclusiva de Estados Unidos.

Es importante señalar que las relaciones de América Latina con las grandes naciones de Asia y con otros países no son de subordinación, como lo han sido históricamente con Estados Unidos. Además, el fortalecimiento de los lazos entre las naciones latinoamericanas contribuye a reducir la dependencia de Estados Unidos y a transitar un camino propio.

Nuestra región nunca ha sido tan soberana como hoy, aunque algunos de sus países continúan sometidos al dominio imperialista. Pero todo este proceso, donde el monroísmo se ha ido minando y la soberanía de la región ha ido escalando, no está desprovisto de luchas, golpes de Estado, sabotajes, bloqueos y otras agresiones imperialistas.

Estados Unidos mantiene el bloqueo y la agresión a Cuba, Venezuela y Nicaragua e intenta desestabilizar a otros países. La nueva independencia latinoamericana ha tenido que superar muchos obstáculos. La mano imperialista no descansará hasta que se le derrote. Y esa es la tarea pendiente de los pueblos y gobiernos revolucionarios de América Latina y del mundo.

Hay que recordar que el Gobierno de George W. Bush desplegó una estrategia con varios componentes para recomponer su hegemonía: el impulso del ALCA y el Plan Puebla Panamá (PPP), la militarización de América Latina (que incluía el Plan Colombia y la Iniciativa Regional Andina), y la colonización de las naciones del Magreb y del Medio Oriente.

Pero Bush culminó su mandato con derrotas en Asia, sin ALCA, sin PPP, sin avances en el Magreb y con un contexto político latinoamericano adverso a los intereses imperialistas. Durante la gestión de Obama hubo golpes de Estado en Honduras, Paraguay y Brasil y una cooptación del derechista Lenin Moreno, entonces presidente de Ecuador.

Sin embargo, las fuerzas de izquierda y progresistas siguieron gobernando en Cuba, Venezuela, Bolivia, Uruguay, Nicaragua y El Salvador. Solo en Argentina la derecha ganó por la vía electoral. El Gobierno de Trump fomentó la inversión privada (recorte de la renta) para lograr un crecimiento de 4% y prolongar el desplazamiento por parte de China.

Y junto a la política proteccionista, siguió luchando contra los bloques rivales, trató de controlar mercados y fuentes de materias primas, derrocó a Evo Morales en Bolivia, impuso un Gobierno derechista en El Salvador, dirigido por el clan empresarial de la familia Bukele, y mantuvo varias guerras en el exterior. Pero esa política no tuvo éxito. Los incentivos fiscales no lograron el retorno de las inversiones y Estados Unidos siguió perdiendo hegemonía económica y política.

El Gobierno de Biden mantiene la misma política guerrerista y desestabilizadora de sus antecesores, pero sin éxito. La guerra en Ucrania, provocada por Estados Unidos con la complicidad de muchos Estados de Europa, puso de manifiesto que la mayoría de países de América Latina no se someten a Estados Unidos, que presionó para que respaldaran a Ucrania.

El mundo multipolar, donde América Latina juega un papel importante, se sigue fortaleciendo mientras el monroísmo tiende a debilitarse.

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