El grupo de Lima, EEUU y la disputa geopolítica

Arantxa Tirado, Javier Calderón Castillo, Silvina Romano, Tamara Lajtman y Aníbal García Fernández

La semana pasada, el secretario de Estado de EE. UU., Mike Pompeo, realizó una visita a Colombia y Brasil, prácticamente en paralelo a la reunión del Grupo de Lima en Perú. Así, los temas abordados y el documento final de Lima no deben desligarse de los propósitos y los mensajes tácitos y explícitos de dicha gira. Pompeo ha buscado el respaldo de dos líderes clave de la derecha regional, Iván Duque y Jair Bolsonaro, para sumarlos al “refuerzo del gobierno democrático y los derechos humanos en Venezuela, Cuba y Nicaragua”.

Mike Pompeo viajó a Brasilia como representante de EE. UU. en la toma de posesión de Jair Bolsonaro. Junto a su homólogo brasileño, el ministro de Relaciones Exteriores Ernesto Araújo, destacó las intenciones de reforzar las relaciones comerciales y de seguridad con Brasil, además del compromiso de trabajar en común contra la tríada “del mal” (en referencia a Venezuela, Cuba y Nicaragua).

En su primera entrevista como presidente, Bolsonaro se refirió a los ejercicios militares conjuntos realizados en diciembre entre Rusia y Venezuela en suelo venezolano advirtiendo que “Brasil tiene que preocuparse por ello”, y añadiendo que “las Fuerzas Armadas son el último obstáculo para el socialismo”.

No hay que olvidar que, en diversos actos públicos, Bolsonaro criticó a los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) por haber negado la utilización de la base de Alcántara (Maranhão) a EE. UU. Además, su Gobierno habla de la posibilidad de ceder otra base a EE. UU.

Con el presidente de Colombia, Mike Pompeo abordó no sólo las acciones contra el Gobierno de turno en Venezuela -impulsadas por Colombia- sino que además hizo referencia a la “cuestión del narcotráfico” (que es el eje de las relaciones bilaterales desde la implementación del Plan Colombia). Insistió en la reactivación de la fumigación de cultivos de coca y amapola con glifosato y la persecución al campesinado que trabaja en dichos cultivos.

Decisiones como estas podrían destruir los Acuerdos de Paz orientados a la sustitución de cultivos, concertada con el campesinado y liderada por el Estado con financiación y apoyo interinstitucional.
En este viaje Pompeo también se reunió (en Brasilia) con el ministro de Relaciones Exteriores de Perú, Néstor Popolizio Bardales, donde hablaron sobre “la necesidad de aumentar la presión al régimen de Maduro para restaurar la democracia y la prosperidad al pueblo venezolano” -curiosamente, poca relevancia se dio a la crisis política e institucional que asola a Perú-.

La gira de Pompeo y la flamante reunión del grupo de Lima, tienen un alcance geopolítico y geoeconómico que trasciende los ataques al Gobierno de Venezuela, aunque éstos sean el centro de su acción. El Grupo resulta la excusa perfecta para unir en torno a los intereses de estadounidenses a los países que comparten la visión geopolítica que EE.UU. tiene para América Latina y el Caribe (ALC) y que pasa, en primera instancia, por aislar primero y derrocar después al Gobierno venezolano, para lograr así un orden homogéneo donde ningún país salga del ámbito de su influencia.

En un contexto de expansión de la presencia china y rusa en la región, EE. UU. parecería estar deseoso de reforzar algunas alianzas, mostrando una actitud muy diferente al discurso “aislacionista” que esboza en otros contextos.

La guerra comercial con China expresa uno de los desafíos planteados por el Comando Sur y la Estrategia de Defensa Nacional, en la que China es identificada como un “depredador”. Las bases chinas (militares o espaciales) en países como Nicaragua, El Salvador, Bolivia, Venezuela y Argentina aparecen como correlato militar de dicha “guerra comercial”. A su vez, Brasil, Chile y Perú tienen a China como su principal socio comercial, destacando también inversiones en proyectos de infraestructura.

Sin embargo, el principal socio militar de los países de la región es EE. UU., en un contexto de incremento del gasto militar en la región -destacándose las compras de Colombia, Brasil y Argentina al país del Norte-, sumado al acelerado acercamiento de EE. UU. con el Ecuador de Lenín Moreno.

Por último, pero no menos importante, el Gobierno estadounidense, que intenta aprovechar al máximo este retorno de las derechas, se está viendo fuertemente cuestionado a nivel nacional y con cada vez menos legitimidad a nivel internacional. Esta semana se renovó la discusión en el Congreso sobre la posibilidad de un impeachment (juicio de destitución) contra Donald Trump, impulsado por los demócratas en la Cámara Baja.

Lo importante (o lo que oculta el grupo de Lima)

La reunión de Lima deja abiertas tres reflexiones que subyacen a su acción antivenezolana: 1) Son países que de manera obsecuente están siguiendo el libreto de EE. UU. de intervención sobre Venezuela, Cuba y Nicaragua; 2) Estos países utilizan la retórica y las acciones antivenezolanas para descomprimir la crisis interna que tienen en sus realidades nacionales, haciéndola funcional a las campañas electorales conservadoras; y 3) Estos países, en dificultades económicas y energéticas, alistan un plan de saqueo a Venezuela con el cual pretenden resolver sus demandas de gas, petróleo, oro, y de colocación de productos manufacturados e industriales.

En definitiva, tras la retórica de defensa de los derechos humanos, la democracia o la legalidad que centra la declaración del Grupo de Lima sobre Venezuela, encontramos los intereses asociados a la expansión geopolítica y geoeconómica de EE. UU. y sus aliados regionales. Una vez más, Venezuela es utilizada, como antes lo fueron otros países, para simbolizar el “mal ejemplo” que EE. UU. no está dispuesto a tolerar en ALC, su reserva estratégica.

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