El noveno círculo del infierno

Ramón Matus*

El diablo y su tres aterradoras caras vigilan el recinto. Sus cámaras están atiborradas de tiritantes y atormentadas criaturas, que fuera del inframundo del Infierno, cometieron traición (el más abominable pecado, según Dante y su divino Maestro). Pero este enorme espacio, sumido en la roca del vientre de la Tierra, hoy en día resultaría insuficiente para albergar los millones de traidores y antihéroes que han asolado la Historia y regado de penas y sangre a pueblos enteros.

¿Será que la Historia necesite de traidores (como –según los cristianos– necesitó Jesús de Judas para completar su misión redentora en la Tierra) para cerrar sus ciclos? Muy improbable, pues los individuos y la Sociedad Humana no son un relato bíblico, un cuento o un relato magistral del poeta argentino Jorge Luis Borges, donde la traición, como la forma más abyecta de la infamia, es tan útil y frecuente como la lealtad y la honradez.

Nuestra historia patria está llena de insidias y deslealtades y larga es la lista de los traidores. Pero también nuestra organización, el Frente Sandinista, ha sufrido la dureza del artero puñal en su espalda, empuñado por infiltrados, desencantados, cooptados, pusilánimes, vendidos, egoístas, timoratos o simplemente cobardes y seres sin principios ni amor a la causa de los pobres.

Estas traiciones han cobrado la libertad o la vida de muchísimos cuadros del partido y vidas de ciudadanos nicaragüenses. La lista es larga y en ella hay nombres conocidos y traidores anónimos.

Es difícil saber qué pasa por la mente de un traidor, como bascula su moral y fidelidad entre el amor y lealtad al hermano, al compañero, al amigo, al proyecto, al partido, al país y el peso específico de sus intereses personales o los intereses mezquinos de terceros. Imposible imaginar cómo transita por su mente y su corazón una decisión tan vil y cuyos efectos lo marcaran oprobiosamente hasta el último día de su miserable existencia. La respuesta está en las motivaciones. A veces treinta piezas de oro no son suficientes, pues como dice el adagio, para venderse hay que tener comprador.

Y en esto de vender conciencia o compañeros o partido o proyecto revolucionario y soberanía, compradores sobran.

En América Latina, desde la tristemente célebre Malinche, la motivación de la traición a los pueblos no ha cambiado, pero si las formas.

Ya no basta un soplón, un sicario, un tránsfuga. Ahora se compra a hombres con títulos, a magistrados, Procuradores, fiscales, jueces, abogados, ex funcionarios con cargos de confianza para que enjuicien, encarcelen o tiren lodo en contra de gobernantes desafectos a los yanquis, para que «denuncien», «testifiquen» o «acusen» en los estrados y tribunales del Imperio, que «impacten» a los incautos y cautos en las redes sociales y medios de desinformación, buscando la descalificación o la condena en el extranjero de sus antiguos compañeros, dirigentes y países.

Acorde a esta nueva estrategia, vemos a magistrados, fiscales y procuradores en Venezuela, Brasil, Ecuador, Argentina y ahora en Nicaragua traicionando y vendiéndose a las élites opositoras de sus países o del imperio yanqui. La estrategia alcanza para funcionarios medios de instituciones del Estado (como el Banco Central u otros ministerios), diputados, periodistas y generadores de opinión.

Al final, son los mismos traidores, mejor vestidos pero que en esencia no son más que vulgares vendidos que pronto son olvidados, abandonados en el rincón del oprobio y la vergüenza, y señalados y condenados hasta por sus propios compradores.

El traidor no tiene patria ni pueblo, ni siquiera un lugarcito en cualquiera de las atestadas cámaras del Noveno Circulo del Infierno de Dante.

¡No pudieron ni podrán!

(*) Militante del FSLN, residente en Jinotepe, Carazo.

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