A 20 días de las elecciones presidenciales las tendencias parecen abrirse: en promedio las principales encuestas dicen que Biden va con 10 puntos por encima de Trump sin que por ello disminuyan los peligros para cada sector… ni la incertidumbre. Triunfalismo y colapso son los dos grandes riesgos que corren los contrincantes y sus partidos en la recta final de las elecciones del 3 de noviembre.
Los resultados de los sondeos son unánimes. De 12 empresas que miden las preferencias electorales a nivel nacional, ninguna da como ganador a Trump. Algunas dan a Biden una diferencia de 16% y otras de 9%. Pero ni siquiera una los da cerca. Excepto The Hill, que da a Biden por 5 puntos, que es más que su margen de error. El promedio entre todas es de 10.6% de diferencia.
Algunos analistas consideran que 10% de diferencia es lo que llaman el número mágico, una terminología también utilizada en béisbol. Es una diferencia que hace el triunfo sea seguro, independientemente de cómo se distribuyan los votos.
Sin embargo -creo que cualquier ciudadano lo podría compartir-, nada está seguro en esta elección. El voto parece volátil. Las fuerzas más emocionales que ideológicas. Y los resultados han sido impugnados por el Presidente desde antes de la cita electoral. Así que el final no necesariamente será el tan anunciado 3 de noviembre.
Triunfalismo y colapso: ‘It takes two to tango’
Algunos analistas consideran que la propuesta reciente de Nancy Pelosi socorriendo el artículo 25 de la Constitución, en el cual se abordan las razones para incapacitar a un Presidente, aludiendo sus impulsos sin asociación coherente y su salud mental, fue una idea innecesaria, ruidosa e inconveniente, teniendo tan cerca las elecciones y con el favor de los sondeos del lado demócrata. Mano segura no se tranca, afirma la conseja del dominó.
Se siente también en las redes sociales. Ante los números claramente favorecedores a Joe Biden, los partidarios demócratas empiezan a hacerse notar con menos temor, y en muchos casos emplean el mismo tono conflictivo, ofensivo y belicoso que han venido criticando del trumpismo. It takes two to tango, dice un refrán en inglés.
La campaña demócrata y el mismo candidato lo tienen claro. Incluso Joe Biden ha hecho un llamado a dejar de mirar las encuestas. «El trabajo no está hecho aún, debemos seguir en campaña, conversando con la gente, y haciendo un plan para votar».
El fantasma del 2016 está más vivo que nunca. Aunque los números de hoy parecen mucho más auspiciosos y en 2016 Trump se presentaba como un outsider que ya no puede representar más (al menos no para la mayoría de la gente), y, por otra parte, las compañías encuestadoras dicen estar tomando en cuenta la población que para hace cuatro años no tenía tradicionalmente la voluntad de votar; la idea de que las encuestas marcan una tendencia pero no aseguran la victoria está demasiado presente en los dirigente de uno y otro lado. «El juego no se acaba hasta que se acaba», habría dicho Yogui Berra, el filósofo del béisbol, para concluir con los dichos.
Un acantilado
Del otro lado, los peligros son otros. De la esperanza de repuntar, los republicanos han empezado a preocuparse por el riesgo del abismo. Las tendencias se abren vertiginosamente y los resultados podrían ser bastante menos generosos que lo que significa una simple derrota.
Para rematar, la audiencia a la Jueza conservadora Amy Coney Barret para conformar el Tribunal Supremo De Justicia expone posturas republicanas poco populares en temas en los que los estadounidenses están mayoritariamente a favor, como el obamacare, el aborto o el matrimonio gay. Y los senadores demócratas no han desperdiciado ocasión para denunciar la prisa innecesaria para nombrarla, ocupando una agenda que debería estar destinada a resolver los múltiples y graves problemas que han surgido con la pandemia, en lo económico y en lo sanitario (para el momento en que se escribe esta nota, ya alcanzan 215 mil los fallecidos, un 20% de los muertos en todo el mundo, en un país cuya población no tiene el 5% de la población mundial).
Ante la posibilidad de que la derrota se convierta en un aluvión, la unidad republicana se resquebraja. Como es natural, los dirigentes empiezan a proteger lo suyo. Sobre todo tomando en cuenta que el Presidente sólo vela por sus intereses. El Lincoln Project, una asociación de republicanos separados de Trump desde hace mucho, se ha venido fortaleciendo. Y diferentes personalidades públicas conservadoras, senadores y gobernadores, dan señales de que no se inmolarán por la derrota del mandatario.
Sólo para mencionar algunos ejemplos recientes, Ted Cruz dijo metafóricamente en entrevista con CNBC que se temía un «baño de sangre» comparable con las proporciones del WaterGate. Mitch McConell, por su parte, informó tener muchas semanas sin ir a la Casa Blanca al observar que no se guardaban algunos protocolos del Covid 19, expresando una señal de distanciamiento. El Senador Thom Tillis dice a sus votantes que es importante elegirlo para no darle un cheque en blanco a Joe Biden, asumiendo ya la derrota. El Gobernador de Massachusetts, Charlie Baker, reconoció la semana pasada que Trump habría sido «extremadamente irresponsable de palabra y acción» respecto a la pandemia. Y la lista sigue.
Son señales todas de que, ante una inminente derrota, cada personalidad está tratando de salvar su capital político, independientemente del destino de la presidencia.
En su libro The room where it happened, John Bolton enfatiza en que, cuando salga Trump de la presidencia, el partido republicano necesita reflexionar, cuestionarse y redefinir sus acciones.
En la calle, la sensación de desorganización es más notoria que nunca antes en lo que va de siglo. La política invade excesivamente las vidas privadas y las conversaciones de la gente común, como clásica consecuencia de la polarización, y no se siente en absoluto a la sociedad unida en torno a un gobierno que dirige los esfuerzos contra un mal común, en este caso la pandemia.
En tanto, el Presidente, en lugar de buscar el centro conservador, que era el propósito de su campaña desde que eligió nuevos asesores, insiste o más bien extrema los acentos de su personalidad: omite a sus colaboradores, da muy poca cuenta de sus acciones y manda instrucciones por twitter sin haber consultado, que luego desdice si no tienen un efecto positivo en la opinión pública, como ha ocurrido con los nuevos estímulos para ayudar a la población por la pandemia, que ha enloquecido, sobre todo, a los republicanos que lo negociaban.
Una de las pérdidas recientes en los sondeos es la de los hombres blancos de su edad, que habían sido sus partidarios por varios años. También ese grupo ha migrado a las filas de Biden.