Fabrizio Casari
Gritos de espionaje inverosímil, alarmas de libertades conculcadas, anatemas y amenazas contra quienes no pertenecen al club anglosajón. Occidente lanza una nueva campaña de fake news contra China, que persiste en crecer tecnológicamente a pesar que esto causa molestias insuperables en Langley y en la Silicon Valley.
La acusación está firmada por Estados Unidos, Gran Bretaña y Nueva Zelanda, (básicamente el señor feudal y sus vasallos) y es la de haber estructurado una vasta red de espionaje internacional patrocinada por el Estado chino, supuestamente dirigida contra millones de personas, entre ellas legisladores, académicos, periodistas y empresas, incluidos contratistas de defensa.
El Ejecutivo británico asegura haber identificado, a través de la cooperación en materia de inteligencia con los «aliados del grupo de los Cinco Ojos» (el sanctasanctórum de las relaciones políticas y de espionaje dentro de la Anglosfera que incluye a Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda) responsabilidades chinas en lo que, de momento, parece ser sólo una demostración de sus fallos en materia de protección de datos.
Londres califica la operación, atribuida inicialmente a «actores hostiles» no especificados, de «enorme alcance», un «desafío trascendental para la seguridad nacional» y una «amenaza para la democracia» al otro lado del Canal de la Mancha. En palabras del deshonroso primer ministro Rishi Sunak, debe producirse incluso una cesura «epocal» en las relaciones con el gigante asiático, señalado como el peligro número uno «a nivel de Estados» y una «amenaza a nuestra seguridad», económica y política, contra la que «tenemos derecho a protegernos».
El papel operativo del MI-6 en Siria primero y en Ucrania ahora debe haber hecho imaginar a Downing Street que se había convertido en una potencia mundial, que podía volver a abrazar los esplendores del imperio de Su Majestad y, de frustración en frustración, la idea de que China le haya arrebatado su colonia más codiciada, Hong Kong, no le permite la serenidad de juicio ni el sentido de los límites.
Nueva Zelanda, más modestamente, habría vinculado a un grupo chino «respaldado por el Estado» con un ciberataque a los servicios parlamentarios hace tres años. Como si hackear el Parlamento neozelandés pudiera tener algún valor para alguien. La UE cae en la cuenta, desempeñando el habitual papel de ventrílocuo de Washington al que ahora ni siquiera los propios europeos, y mucho menos los demás, prestan atención.
Por su parte, Estados Unidos acusó a siete ciudadanos chinos de llevar a cabo ciberataques dirigidos contra miembros del Congreso, funcionarios de la Casa Blanca, candidatos estadounidenses y empresas. El FBI afirmó haber encontrado pruebas de actividad cibernética dirigida a las elecciones fallidas de 2020. Pero cómo, ¿no fueron los rusos? ¿Ahora son los chinos? Las acusaciones de esta versión actualizada de la camarilla anglosajona parecen ridículas, solo suenan como una versión ficticia de un ataque político a Pekín.
Como dijo hace un año Glenn Gerstell, ex consejero general de la NSA, Agencia de Seguridad Nacional de los EEUU, «China puede explotar la inteligencia artificial para construir un dossier sobre casi cualquier estadounidense, con detalles que van desde historiales médicos a tarjetas de crédito, desde números de pasaporte a nombres y direcciones de padres e hijos». En resumen, podría hacer lo que Estados Unidos ya hace con todo el mundo. Intolerable, ¿no?
Pekín respondió con dureza, calificando las acusaciones de «calumnias malintencionadas completamente inventadas». La embajada china en Londres instó «a las partes interesadas en el Reino Unido a que dejen de difundir información falsa y pongan fin a su charada política antichina autoorganizada».
La solidaridad con China llegó de todos sus socios estratégicos, entre ellos Nicaragua, que en una declaración gubernamental recordó que «conoce las formas agresivas del imperio por haberlas experimentado en carne propia» y rechazó las reiteradas acusaciones occidentales contra China identificándolas como «campañas de ciberataques», un intento de socavar «el admirable desarrollo tecnológico del hermano país».
El partido se juega en todos los campos
Las palabras de Managua son oportunas y certeras, y nos recuerdan a todos que con la tecnología ocurre exactamente lo mismo que con el comercio: se ensalza su libertad, su capacidad para traspasar fronteras, pero sólo cuando es utilizada por los imaginarios o autoproclamados amos del globo; cuando es utilizada por otros, es decir, por aquellos países con soberanía nacional y que compiten con el dominio tecnológico que antaño tuvo el Occidente anglosajón, entonces inmediatamente esa libertad se convierte en una amenaza para la «libertad».
Esa con mayúscula, que implica los derechos y privilegios de Occidente y los deberes y obligaciones del resto del mundo, sean cuales sean los puntos cardinales en los que se encuentren. Lo mismo ocurre con el espionaje, execrable cuando se sufre y necesario cuando se realiza o con los poseedores de riqueza: los occidentales son empresarios, los rusos son oligarcas.
La operación de desinformación y demonización del gigante asiático tiene tonos igualmente apocalípticos e histéricos que la dirigida a Rusia. Con China, sin embargo, el campo de batalla es la supremacía tecnológica, que ya aventaja en 35 años a Estados Unidos en electricidad. La «guerra fría tecnológica» de Estados Unidos con China se ha intensificado desde principios de la década de 2010, con la industria de los semiconductores en el centro de las tensiones, que se han agravado aún más por los ordenadores cuánticos y la inteligencia artificial, ámbitos ambos en los que Pekín tiene una ventaja decisiva sobre Washington.
Y es precisamente en la inteligencia artificial donde se juega la partida del futuro, porque como es bien sabido, se trata de una tecnología que tiene el potencial de remodelar la economía, la geopolítica y la guerra.
El plan occidental contra China está en marcha, y el rechazo de una solución diplomática a la guerra de Ucrania también tiene algo que ver con ello, en el sentido de que forma parte de un plan estratégico que considera que enfrentarse a sus adversarios de uno en uno es la única solución posible por Washington. Muchos, de hecho, consideran que Rusia es sólo el primero de los objetivos del imperio en crisis, que más tarde – si tiene fuerzas – concentrará su segundo ataque precisamente contra la China de Xi.
La preservación del imperio unipolar necesitaba de hecho eliminar dos obstáculos gigantescos: el primero eran las relaciones comerciales entre Rusia y Europa, Alemania en particular, que juntaban al país más rico en hidrocarburos con el más fuerte en términos de situación financiera. El segundo era poner a prueba la alianza militar estratégica entre Moscú y Pekín, sobre todo teniendo en cuenta cómo, tanto en términos de fuerza militar como de estructura político-cultural, así como en el peso de la economía, era la peor de las amenazas para un imperio acostumbrado a gobernar por la fuerza y no por consenso.
Los dos gigantes, junto con Europa, habrían materializado de forma estratégica la supremacía del continente euroasiático aliado con el Sur global y reduciendo así el bloque anglosajón a una dimensión secundaria, por importante que fuera. En las pesadillas del establishment estadounidense, los BRICS han sustituido a la Unión Soviética. Este es, en pocas palabras, el gran reseteo mundial al que apunta el Occidente colectivo en su desesperado intento de adaptar la nueva era tecnológica a las necesidades de su dominación para contrarrestar la pérdida de influencia política, financiera, tecnológica y militar que está configurando su progresivo declive.
He aquí la apuesta decisiva: ¿se doblegará la humanidad a las exigencias de la dominación occidental, expresión de un sistema incapaz de regenerarse y de un modelo político fracasado, o sucumbirá el modelo imperial ante la emergencia de un nuevo mundo, representado por un Sur que mira al Este, convencido de poder experimentar un desarrollo de todos y para todos en armonía con el Derecho Internacional y en el respeto de las identidades de cada uno en beneficio de la fuerza de todos? La verdadera amenaza para Occidente está aquí: lo probable y lo deseable caminan juntos, partiendo del Sur y en dirección a todas partes.