* “¿Cómo se puede fingir enfado por los ataques de otros a la libertad de prensa cuando se encarcela a Assange para castigarlo por sus cruciales revelaciones sobre funcionarios estadounidenses?” Glenn Greenwald señala la retórica más que hipócrita del Secretario de Estado estadounidense Antony Blinken sobre la libertad de prensa. Algunas personas se atreven a todo…
Siguiendo con su gira mundial de conferencias virtuosas, el Secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, proclamó el jueves –en un sermón que hay que escuchar para creer– que pocas cosas son más sagradas en una democracia que el “periodismo independiente”. En declaraciones a Radio Free Europe, Blinken rindió homenaje al Día Mundial por la Libertad de Prensa. “Estados Unidos apoya firmemente el periodismo independiente”. Explicó que “la base de cualquier sistema democrático” implica “exigir responsabilidades a los dirigentes” e “informar a los ciudadanos”; y advirtió que “los países que niegan la libertad de prensa son países que no tienen gran confianza en sí mismos ni en sus sistemas.”
La guinda retórica del pastel surgió cuando preguntó: “¿Por qué tener miedo de informar a la gente y exigir que los líderes rindan cuentas? Dondequiera que el periodismo y la libertad de prensa sean desafiados, nos pondremos del lado de los periodistas y de la libertad de prensa”, prometió el Secretario de Estado.
Que el gobierno de Biden crea tan firmemente en la sacralidad del periodismo independiente y se dedique a defenderlo allí donde se vea amenazado, podría sorprender a mucha gente. Entre ellos, Julian Assange, el fundador de WikiLeaks y el responsable de revelar más hechos importantes sobre las acciones de altos funcionarios estadounidenses, que prácticamente todos los periodistas estadounidenses empleados por la prensa convencional juntos.
Actualmente, Assange se encuentra en una celda de la prisión británica de alta seguridad de Belmarsh porque el gobierno de Biden no sólo intenta extraditarlo para que sea juzgado por cargos de espionaje por publicar documentos embarazosos para el gobierno de Estados Unidos y el Partido Demócrata, sino también porque ha apelado el fallo de un juez británico de enero que denegó esa solicitud de extradición. El gobierno de Biden está haciendo todo esto, señala The New York Times, a pesar de que “los grupos de derechos humanos y de libertades civiles habían instado [al gobierno] a abandonar el esfuerzo de procesar a Assange, argumentando que el caso… podría sentar un precedente que suponga una grave amenaza para la libertad de prensa.” La libertad de prensa, exactamente el valor al que Blinken acaba de dedicar la semana celebrando y prometiendo defender.
Fue el Departamento de Justicia de Trump el que presentó estos cargos contra Assange después de que el entonces director de la CIA, Mike Pompeo, afirmara en un discurso de 2017 que WikiLeaks lleva mucho tiempo “pretendiendo que las libertades de la Primera Enmienda de Estados Unidos les protegen de la justicia” y luego advirtiera: “Puede que se lo hayan creído, pero están equivocados.” Pompeo añadió –invocando la mentalidad de todos los Estados que persiguen y encarcelan a quienes los denuncian efectivamente– que “dar [a WikiLeaks] el espacio para aplastarnos con secretos mal habidos es una perversión de lo que representa nuestra gran Constitución. Eso se termina ahora.”
Pero como muchas otras políticas de Trump en relación con las libertades de prensa –ya sea defendiendo el uso de órdenes judiciales por parte del Departamento de Justicia de Trump para obtener registros telefónicos de periodistas, exigiendo que Edward Snowden sea mantenido en el exilio o manteniendo a Reality Winner y Daniel Hale en prisión– los altos funcionarios de Biden han estado durante mucho tiempo totalmente de acuerdo con la persecución de Assange. De hecho, han estado a la cabeza de los esfuerzos por destruir las libertades básicas de la prensa, no sólo de WikiLeaks sino de los periodistas en general.
Fue Joe Biden quien llamó a Assange “terrorista de alta tecnología” en 2010. Fue el gobierno de Obama el que reunió un gran jurado durante años para tratar de procesar a Assange. Fue la senadora Dianne Feinstein (demócrata de California) quien presionó para que Assange fuera procesado bajo la Ley de Espionaje, años antes de que Trump asumiera el cargo. Y fue la colega de Blinken en el equipo de seguridad nacional de Obama, Hillary Clinton, quien elogió al Departamento de Justicia por perseguir a Assange. Todo estaba destinado a castigar las revelaciones de Assange sobre las irregularidades desenfrenadas del gobierno de Estados Unidos y sus aliados, y gobiernos adversos en todo el mundo.
¿Cómo puede ir por el mundo fingiendo indignación por la persecución de periodistas independientes por parte de otros países, cuando usted es una pieza clave de la administración que está haciendo más que nadie para destruir a uno de los periodistas independientes más importantes de las últimas décadas? De hecho, como muchos periodistas señalaron en su momento, pocas administraciones en la historia de Estados Unidos, si es que ha habido alguna, fueron más hostiles a las libertades básicas de la prensa que la administración de Obama, en la que Blinken sirvió anteriormente, incluyendo el procesamiento del doble de fuentes periodísticas bajo la Ley de Espionaje que todas las administraciones anteriores juntas.
En 2013, cuando Blinken ocupaba un alto cargo en el Departamento de Estado, el Comité para la Protección de los Periodistas hizo algo muy poco frecuente –publicó un informe en el que advertía de una epidemia de abusos contra la libertad de prensa por parte del gobierno de Estados Unidos– y afirmó: “En el Washington de la administración Obama, los funcionarios del gobierno tienen cada vez más miedo de hablar con la prensa.” Jane Mayer, de The New Yorker, dijo sobre los ataques de la administración Obama a la libertad de prensa: “Es un enorme impedimento para la información, y por eso hablar de enfriamiento no es lo suficientemente fuerte, es más bien la congelación de todo el proceso.” James Goodale, abogado general de The New York Times durante la batalla del periódico en los años 70 por la publicación de los Papeles del Pentágono, advirtió que “el presidente Obama superará sin duda al presidente Richard Nixon como el peor presidente de la historia en cuestiones de seguridad nacional y libertad de prensa.”
Incluso el “ataque a la libertad de prensa” al que se refiere Blinken en esta entrevista en vídeo –es decir, la reciente exigencia de Rusia de que los medios de comunicación vinculados a gobiernos extranjeros, como Radio Free Europe, se registren como “agentes extranjeros” ante el gobierno ruso y paguen multas por no hacerlo– es un arma que Blinken y sus camaradas llevan años utilizando contra otros. De hecho, Rusia estaba respondiendo a la exigencia previa del gobierno de Estados Unidos de registrar a RT y a otras agencias de noticias rusas como “agentes extranjeros” en Estados Unidos, así como a la escalada de ataques del gobierno de Biden el mes pasado a las agencias de noticias que, según dice, sirven de agentes de propaganda para el Kremlin.
No es nada nuevo que Estados Unidos se dedique a dar discursos que el resto del mundo reconoce como absolutas farsas. En 2015, el entonces presidente Obama se paseaba por la India dando lecciones sobre la importancia de los derechos humanos, antes de interrumpir su viaje para volar a Arabia Saudí, donde se reunió con varios altos funcionarios del gobierno estadounidense para rendir homenaje al rey saudí Abdullah, su aliado cercano y altamente represivo desde hace mucho tiempo, cuyo régimen totalitario Obama hizo tanto por fortalecer.
Pero pavonearse por el mundo haciéndose pasar por el campeón de la libertad de prensa y de los derechos de los periodistas independientes, mientras trabaja para prolongar el confinamiento y la detención de uno de los responsables de la mayor parte de las revelaciones periodísticas más importantes de esta generación, más allá de la década que ya ha soportado, es un nivel de fraude completamente nuevo. El término “hipocresía” es insuficiente para plasmar la falta de sinceridad rastrera que hay detrás de las posturas de Blinken.
Siempre es fácil –y barato– condenar las violaciones de los derechos humanos de los enemigos. Es mucho más difícil –y más significativo– defender estos principios para los propios disidentes. Blinken, como tantos otros que le han precedido en este cargo en Foggy Bottom [distrito de Washington que cobija numerosos servicios del Departamento de Estado], destaca teatralmente en lo primero y fracasa estrepitosamente en lo segundo.
Traducido por Edgar Rodríguez para Investig’Action
Fuente: Glenn Greenwald