Pablo Jofre Leal | Opal
Los medios de desinformación y manipulación occidentales, vestidos con sus ropajes de supuestos referentes de libertad de expresión y “objetividad” imponen una narrativa falsa, destinada a mostrar que el despliegue de misiles de corto y alcance intermedio estadounidense en Asia y Europa, está destinado a garantizar la paz para esos continentes.
Lo mencionado, en momentos que la guerra en Ucrania arrecia. Con un occidente que ha destinado 450 mil millones de dólares en armas y apoyo económico al régimen kievita en una guerra proxy evidente y así reconocido en el ámbito del análisis militar en los propios países que impulsan estas guerras.
Una guerra que a pesar de tener una constante en el periodo post segunda guerra mundial, se consolida en el momento que Washington, bajo el gobierno de George Bush (padre) junto a sus aliados, a partir de 1991, imponen la idea y práctica de un Nuevo Orden Mundial bajo la égida occidental.
Un mundo unipolar liderado por Washington que, con su maquinaria política, diplomática, militar y mediática, presenta como enemigos de la paz internacional a países como la Federación Rusa, China, la República Islámica de Irán, entre otros, como si estos países fueran los responsables de la actual situación de inestabilidad y amenazas a esa idea peregrina de la “paz mundial”, en amplias zonas del planeta.
En un marco de consolidación peligrosa e inaceptable de la rusofobia, sinofobia e islamofobia.
Justamente ha sido Washington y sus países satélites, principalmente europeos, a los cuales se suman con desbordante entusiasmo Australia, Canadá, Japón y la entidad sionista, los que, en las últimas décadas, sobre todo tras el derrumbe de la ex URSS, son los responsables de desestabilizaciones, agresiones y golpes de estado.
Lo mismo que invasiones, ocupación y exterminio de millones de seres humanos, contra los anteriormente mencionados países a los cuales sumamos Cuba, Venezuela, Serbia, Libia, República Democrática del Congo, la región del Sahel africano, Irak, Siria, Sudán, El Líbano, Yemen, Afganistán, Palestina, entre otros. Tengamos siempre presente que, tras la caída del campo socialista y la fragmentación de la ex URSS, comenzó en Europa un proceso de lenta pero sostenida política de cerco contra la federación rusa.
País contra el cual se definió e implementó una política de máxima presión, de tal forma de impedir su resurgimiento como potencia mundial y establecer allí una potencia media destinada, simplemente, a proveer de energía y alimentos a los países occidentales pero limitado en su soberanía y visión de futuro, sin permitirle tener influencia ni tan siquiera en la región circundante.
Eso implicó aumentar la cantidad de países adscritos a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) la ampliación de esta organización, violando las exigencias de seguridad dadas a conocer por Rusia desde la disolución de la URSS. Una federación rusa que comienza a ser rodeada de bases militares en su frontera occidental. Con imposición de sanciones, bloqueos, embargos y apoyo a revoluciones de colores en países, que formaron parte de la URSS, como también del desaparecido bloque socialista.
Se destinaron cientos de miles de millones de dólares destinados a establecer la “pax estadounidense” y con ello un poder unilateral. Hoy, profundamente cuestionado y combatido por la política multilateral, que agrupa a una parte importante de la humanidad encabezado precisamente por Rusia, China e Irán junto a los países miembros del BRICS, fundantes, incorporados y en espera. Una federación rusa que comienza a cambiar notablemente esa política impuesta por occidente bajo la guía y empuje de Vladimir Putin, convertido hoy en el principal enemigo de Washington y la Unión Europea, que visualizan con espanto el propio derrumbe político de ese mundo supremacista.
Hoy, Estados Unidos y los suyos, están empeñados en enfrentar y presionar, no sólo a Rusia, sino también a China en áreas enormemente sensibles para ambos: la región del Asia Pacífico en el caso de Beijing y Europa, fundamentalmente el sector oriental con relación a Moscú. Pero donde también Latinoamérica y áfrica son escenarios de la disputa llevada a cabo por las potencias comandados por la Casa Blanca, que tratan de impedir lo que tanto preconizan: el libre comercio.
Un concepto fantasioso cuando se trata verdaderamente de competir, de ofrecer mucho más que presiones y chantajes para imponer las trasnacionales energéticas, tecnológicas, militares, entre otras. Una clara política de provocación, advertida como peligrosa, provocadora y que puede traer efectos que amplíen el nivel de conflictividad, hasta enfrentar militarmente a los países involucrados, más allá de los contenciosos por encargo (proxys), utilizados por Occidente hoy, como son aquellos llevados a cabo por Israel, Taiwán, Japón Corea del Sur y Ucrania, en forma preponderante.
En el caso de Europa, el analista John Bellamy Foster, en la conferencia signada a pie de página señaló que “al hablar de la guerra de Ucrania, es esencial que reconozcamos desde el principio que se trata de una guerra por encargo (proxy war). En este sentido, nada menos que Leon Panetta, quien fue director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y luego secretario de Defensa durante el gobierno de Barack Obama, reconoció que la guerra en Ucrania era una “guerra proxy” de los Estados Unidos.
Para ser explícito, los Estados Unidos, respaldados por toda la Organización del Tratado del Atlántico Norte, están en una larga guerra proxy en contra de Rusia, con Ucrania como campo de batalla. El papel de los Estados Unidos en esta guerra, como enfatizó Panetta, es proporcionar cada vez más y más armas, mientras Ucrania ejecuta la lucha, que a su vez es reforzada por mercenarios extranjeros”.
Hoy, esa guerra proxy, añade nuevos elementos de peligro para Europa en su conjunto, pero también para China, sobre todo en la zona del mar meridional de esta potencia asiática. Esto, porque Washington ha decidido dar un paso más en la provocación contra Rusia y China y desplegar sus sistemas de cohetes de corto y mediano alcance. Parte de ellos con carga nuclear, tanto en Europa, como en la región del Asia Pacífico.
Efectivamente, el Pentágono tiene listas para apostar, antes de fines de este año 2024, las nuevas baterías de misiles para, según ellos “frenar a China en el Pacífico y a Rusia en Europa”. Es una medida de enorme gravedad, pues durante 40 años, en el caso chino, no se había provocado de esta manera a Beijing.
El general Charles Flynn, comandante del ejército de Estados Unidos en el Pacífico, reveló que su país desplegará un nuevo sistema de lanzadores terrestres, para sus misiles de medio alcance conocido como Typhon. Las nuevas baterías quedarán estacionadas a finales de este año en la isla de Guam, donde se encuentran la base de la Fuerza Aérea Andersen del Pentágono y la base Naval Guam, de la Marina.
Durante su visita a Corea del Sur, el general Flyn sostuvo que esa expansión significará la posibilidad de hacer disparos de precisión milimétrica con el misil estándar SM6 y misiles de ataque Tomahawk. Una medida que activa, en terreno, la advertencia del Congreso estadounidense, que señaló que se está perdiendo el dominio militar ante China, lo que dio pase libre para impulsar al complejo militar industrial norteamericano y echar a andar la maquinita de dólares, para inflar aún más los bolsillos de la industria militar de Washington.
Con relación a Rusia, Washington y sus cervatillos, en especial el gobierno alemán, convertido en siervo fiel de las políticas de agresión de Estados Unidos contra Rusia, decidieron el pasado mes de julio comenzar la instalación de sistemas de misiles de ataque de largo alcance, incluidas armas hipersónicas. Esto será una realidad en territorio alemán el 2026.
Olaf Scholz, que debe ser el canciller más sometido a Washington que haya tenido Alemania, ha involucrado a su país en actividades que pueden significar volver a enfrentar a Rusia. Esto después de haber tenido importantes acercamientos con el país euroasiático, que significó incluso llevar a cabo acuerdos energéticos multimillonarios, como fueron los gasoductos NordStream I y II. Ambos neutralizados por orden de Washington y que tienen hoy al país teutón pagando por gas y petróleo cuatro veces más e hinchando con ello los bolsillos de las transnacionales estadounidenses, grandes beneficiarias del conflicto impuesto.
Tras el anuncio germano-estadounidenses vino la inmediata respuesta rusa a través de su presidente, Vladimir Putin, quien, en el desfile de la armada rusa, a fines del mes de julio señaló que “si Estados Unidos pone en práctica esos planes, nos consideraremos libres de la moratoria unilateral impuesta anteriormente sobre el despliegue de armas (misiles) de ataque de alcance intermedio, incluido el aumento de la capacidad de las fuerzas costeras de nuestra Armada».
El análisis de estas palabras debe tener presente, en forma obvia, que las decisiones mutuas de desplegar armas terrestres de corto, mediano y alcance intermedio desde 500 hasta 5.500 kilómetros) fueron prohibidas durante décadas en virtud del denominado Tratado soviético-estadounidense firmado por los ex presidentes Mijail Gorbachov y Ronald Reagan el año 1987 y del cual, bajo la administración del ex mandatario Donald Trump, Washington decidió retirarse e incumplir los compromisos asumidos.
Putin ha sugerido retomar esta producción de misiles bajo el argumento que “nuestro país no había producido este tipo de misiles desde que se eliminó el tratado en 2019, pero que hoy se sabe que Estados Unidos no sólo produce estos sistemas de misiles, sino que ya los ha traído a Europa para realizar ejercicios en Dinamarca. Hace muy poco se anunció que están en Filipinas… Necesitamos comenzar la producción de estos sistemas de ataque y luego, en función de la situación real, tomar decisiones sobre dónde colocarlos, si es necesario, para garantizar nuestra seguridad”.
En forma incuestionable, las decisiones estadounidenses van encaminadas a afectar la seguridad, tanto de Rusia como de China e indudablemente a Irán como socio estratégico de estos países en una región de enorme importancia como es Asia occidental, vecino del Cáucaso Sur y puerta de entrada a Asia central. Unido al hecho de que el importante paso marítimo del Golfo Pérsico – estrecho de Ormuz – está controlado por la nación persa.
Lo mencionado hace indispensable que Moscú y Beijing estrechen aún más sus relaciones en los más diversos planos para generar incluso una alianza militar que abarque a otros países como es la República Islámica de Irán. Pruebas al canto, el pasado miércoles 18 de septiembre el presidente de Rusia, Vladímir Putin, firmó un decreto en el que acepta la propuesta del Ministerio de Asuntos Exteriores del país, de suscribir un acuerdo de asociación estratégica con Irán.
El documento ordena «aceptar la propuesta del Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia, acordada con los órganos y organizaciones estatales federales interesados, de firmar el Tratado de Asociación Estratégica Integral entre la Federación de Rusia y la República Islámica de Irán». Misma senda que se ha concretado con China y objetivo perseguido también entre Beijing y Teherán. La visión estratégica de estos tres países es muestra evidente de que la multilateralidad avanza.
Un Irán que ha sido atacado desde el momento mismo del triunfo de la revolución islámica el año 1979 y que se ha convertido en referente indiscutible del llamado eje de resistencia en Asia occidental. Una alianza trilateral entre Rusia, China e Irán, que otorga garantías de ir cambiando el actual desbalance del poder tanto en Europa, Asia Occidental como en el Asia pacífico.
Es un imperativo y un objetivo: el acercamiento entre Rusia, China e Irán no es una idea que se haya levantado de la noche a la mañana. En abril del año 2015 Irán, en el seno de la IV Conferencia de Moscú Sobre Seguridad internacional, anunció su plena disposición para cooperar, junto a los gobiernos de China y Rusia, en materias de dar una respuesta conjunta a las amenazas provenientes de occidente, principalmente de la estrategia de misiles dispuesta por la OTAN en la frontera con Rusia y que afecta directamente al gobierno de Teherán y de Beijing, considerados por la Alianza Noratlántica como enemigos prioritarios