Carmen Parejo Rendón | RT
En muy pocos días la población europea ha experimentado una ráfaga de informaciones que favorecen un escenario de tensión y miedo, ante una posible escalada bélica de grandes dimensiones. Una intoxicación mediática y política de resultado incierto. Ante semejante panorama, es fundamental tratar de aproximarnos a los porqués detrás de este espectáculo macabro.
Emmanuel Macron dijo que no descartaba el envío de tropas a Ucrania, algo que fue rechazado de manera casi unánime desde otros países europeos. Esta misma semana también se hacían públicas las grabaciones a unos militares alemanes que hablaban de un posible ataque en Crimea.
A su vez, estos altos mandos de la defensa germana mencionaban el despliegue de misiles de crucero Taurus, de origen británico, en territorio ucraniano. Esta polémica llegó hasta el parlamento alemán y aunque se ha garantizado la veracidad de la conversación, se puso en marcha una investigación al respecto de la propia filtración.
En medio de todas estas informaciones, los medios de comunicación en España abrían con distintos titulares como: «Europa se pone en pie de guerra»; «Alemania dice que la UE debe prepararse para una posible guerra con Rusia a finales de esta década»; «¿Riesgo de Guerra en Europa? La alerta de Berlín» o «Bruselas propone una compra conjunta de armas para que Rusia no gane».
Las guerras mundiales han sido una tradición europea. Alrededor de 10 millones de personas murieron en la Primera Guerra Mundial; se estiman en más de 50 millones los muertos durante la Segunda Guerra Mundial. Además, tras esa última contienda, Europa occidental sufrió una notable pérdida de su soberanía en beneficio de EEUU, que se arrastra hasta nuestros días. Sin embargo, es improbable que el entusiasmo militarista sea solo una cuestión de respeto por tan ignominiosas costumbres.
Otra tradición europea de larga data, desde Napoleón a Hitler, han sido los intentos de invadir Rusia y fracasar en el intento. En ese sentido, es de esperar, que tampoco sea la intención real de invadir este territorio lo que esté detrás de estas provocaciones.
Lo cierto es que Rusia se siente amenazada porque realmente la están amenazando. Muchos analistas han comparado la situación que ha vivido Rusia en relación con Ucrania con la crisis de los misiles de 1961 en Cuba. Sin embargo, esto se quedaría corto ante el asedio que ha sufrido Moscú.
La propia expansión de la OTAN hacia el este se ha presentado como una amenaza directa a la soberanía de Rusia. Más de cuarenta grandes ejercicios militares al año son llevadas a cabo por la Alianza Atlántica cerca de las fronteras europeas de la Federación rusa, algo que se narra con naturalidad en los medios occidentales.
Con fecha del 5 de marzo de 2024, un medio señalaba: «Dos buques de guerra españoles entran en escena cerca de Rusia». En relación a esta información, el periódico La Razón explicaba estas maniobras de la OTAN de la siguiente manera: «Las maniobras tendrán lugar en el norte de Noruega, Suecia y Finlandia, no muy lejos de la frontera septentrional con Rusia, e incluirán ejercicios por tierra, mar y aire».
Pese a los intentos de solucionar este escenario de tensión por la vía diplomática desde Moscú, la repuesta de la Alianza Atlántica han sido una serie de incumplimientos, tanto de compromisos adquiridos tras la desintegración de la URSS, como de acuerdos más recientes como, por ejemplo, los de Minsk, que buscaban dar una solución pacífica al conflicto interno en Ucrania. Igualmente, de manera más reciente, hemos visto cómo desde los países europeos y EEUU se ha boicoteado de forma sistemática una salida negociada a la actual fase del conflicto armado.
Una de las contradicciones en el relato que podemos percibir en relación a estos hechos es que, lejos de la imagen caricaturesca e infantil a los que nos han acostumbrado durante estos años, donde el presidente ruso es presentado como un ser malvado, lo cierto es que si se permiten llevar al extremo amenazas a la seguridad de una potencia nuclear como es Rusia, es porque confían mucho en la responsabilidad de la otra parte para evitar una escalada de consecuencias impredecibles.
El pasado 25 de febrero, el Alto Representante de la Unión Europea de Relaciones Exteriores, Josep Borrell, concedía una entrevista al medio español elDiario.es, donde aclaraba un poco este escenario. «Ya en 2020 no hacía falta ser un lince para darte cuenta de que nuestras capacidades de defensa eran muy limitadas, la actitud bronca de Donald Trump sirvió de aviso», comentaba el político español al ser preguntado sobre la presencia europea en el Sahel, una cuestión que, en 2019, a ojos del político, «iba viento en popa», y que actualmente se encuentra en repliegue.
La disonancia cognitiva llega hasta tal punto que, para hablar de seguridad europea, Borrell menciona sin temor la falta de control sobre otros territorios, por ejemplo, los africanos. Como dicen, la guerra es la continuación de la política por otros medios, pero, ¿qué ocurre cuando la guerra se está convirtiendo en tu única forma de entender la política? Lo cierto es que los países del Sahel nunca han invadido Europa ni tienen intención de hacerlo, sin embargo, sí ocurrió al contrario con la colonización europea del continente africano y los posteriores procesos de neocolonialismo.
A esta confesión accidental sobre los temores de «seguridad», debemos añadir otra clave que Borrell puso de manifiesto durante su entrevista: «A los europeos nos hace falta la percepción de un mundo áspero, violento, donde cada vez más los conflictos se resuelven por la fuerza». Y tiene razón, solo con esa campaña de propaganda, podrían justificar el aumento creciente del gasto militar de los Estados europeos para resolver el hartazgo de EEUU a seguir manteniendo a sus aliados en la OTAN.
La campaña del miedo, que busca generar una constante tensión con países vecinos, como Rusia, así como la construcción de una amenaza en el imaginario de la opinión pública, tiene un sentido interno, por tanto, en los deseos de fortalecer a la OTAN y alimentar un creciente complejo militar-industrial en suelo europeo. Como dicen, la guerra es la continuación de la política por otros medios, pero, ¿qué ocurre cuando la guerra se está convirtiendo en tu única forma de entender la política?
Esto ya le ocurrió a EEUU. Ante la pérdida de capacidad de influencia política y económica, con un complejo militar industrial que necesita ser constantemente alimentado, la guerra ha acabado por sustituir la vía de la diplomacia y de la política. ¿Las políticas recientes de la UE pretenden llevar a los pueblos europeos hacia ese mismo abismo?