Los poderosos «dueños del mundo» nunca perdonan a los que se rebelan y desafían su hegemonía
Haití fue la primera nación libre de América Latina y el Caribe. El fantasma de Saint-Domingue les arrebató el sueño durante años a los «amos» del Caribe, que creían adivinar en cada mirada, en cada gesto de sus esclavos, la decisión que barrió con el colonialismo en la isla.
Dos décadas después de proclamada la independencia, en 1825, Francia exigió el pago de las propiedades confiscadas por la Revolución haitiana: 150 millones de francos oro, unos 21 000 millones de dólares hoy. Esto desangró al país que demoró 122 años para poder pagarla.
Como si no bastara, un nuevo Imperio, siempre en son «humanitario», invadió Haití en 1915. Tras la ocupación militar, EE. UU. impuso la firma de un tratado mediante el cual adquiría control total sobre las finanzas de Haití, así como el derecho de intervenir en ese país. Haití tuvo que pagar a Washington los costos de la invasión y la ayuda «humanitaria».
Hoy día, ese país vive sumido en el caos. La creciente inestabilidad sociopolítica; el deterioro de las condiciones económicas; el aumento de la inseguridad alimentaria y la malnutrición; el acceso limitado a servicios básicos como el agua, saneamiento e higiene, agravados por la pandemia de la COVID-19, siembran la desesperación en el pueblo haitiano.
Un informe de la Oficina Contra la Droga y el Delito de la ONU (Unodc), reveló que se están traficando armas cada vez más sofisticadas hacia la isla caribeña, principalmente desde EE. UU., según refiere RT.
Informa, además, que las autoridades reportaron 2 183 homicidios y 1 359 secuestros en 2022, casi el doble del número de casos del año anterior, situación agravada en 2023.
Para nadie es un secreto quién arma las bandas en Haití. Como repiten una y otra vez los gestores del caos, pretenden que no quede nada más que el desorden, el desconcierto, la inestabilidad.
El guion es conocido: aplican terapias de choque mediante la guerra económica, sicológica, cultural y si es necesario entran a desempeñar su papel las fuerzas armadas yanquis, siempre como libertadoras o tras el manto de la «ayuda humanitaria».
Los poderosos «dueños del mundo» nunca perdonan a los que se rebelan y desafían su hegemonía, aún le temen al ejemplo del primer movimiento revolucionario de América Latina, que culminó con la abolición de la esclavitud.