¿Quién dio la orden de matar al presidente Moïse? ¿Quiénes fueron? ¿Los asesinos están entre los exmilitares y comandos colombianos detenidos hasta ahora en Puerto Príncipe?. Múltiples interrogantes del magnicidio.
Haití lleva consigo una marca que parece perpetua. Sus muertos se cuentan de a centenares de miles sin que haya sufrido una guerra formal o no declarada. Son demasiadas tragedias juntas: el hambre, las pestes, un terremoto que en 2010 dejó 316 mil víctimas fatales, casi tres décadas de dictadura con el clan Duvalier, Papá Doc y Baby Doc (1957-1986), golpes de Estado, quince presidentes en 33 años y el 7 de julio último, un magnicidio, el de Jovenel Moïse.
La desgracia encontró un hábitat ideal para reproducirse en este territorio de 11,2 millones de habitantes. Su historia desbarrancó desde que nació como república. Fue el segundo país de América después de Estados Unidos en independizarse de las colonias. Un faro libertario guiado por sus pioneros y ex esclavos. Pero en el siglo XX y lo que va del XXI nunca pudo sacudirse una etiqueta: la de la nación más pobre del continente. Lleva décadas así y ahora, una vez más, sin presidente.
La política de Haití está en piloto automático desde un tiempo incalculable. Pero es un piloto automático que no funciona. Hay indicios de que a Moïse, un empresario bananero al que cosieron a balazos, se la tenían jurada. Las preguntas son: ¿Quién dio la orden? ¿Quiénes fueron? ¿Los asesinos están entre los exmilitares y comandos colombianos detenidos hasta ahora en Puerto Príncipe? Daría la sensación que sí, aunque faltan todavía más pruebas para ratificarlo. Si fuera esta la hipótesis, la policía local habría sido muy rápida y eficiente para atraparlos. Y los soldados, suboficiales y oficiales colombianos entrenados bajo las tácticas de contrainsurgencia por EE.UU, muy verdes. Como el color de las boinas de la fuerza especial del ejército estadounidense que los adiestró.
Edgar Ceballos, presidente del Cuerpo de Generales y Almirantes de la Reserva Activa de Colombia (FFMM) declaró: “Hubo un mal planeamiento, la operación no tuvo vía de escape”. En la misma entrevista virtual de La Semana, un medio de su país, su compañero de directiva, el vicepresidente Guillermo León agregó: “Fue una operación terriblemente mal organizada”.
Mercenarios
El sábado 10 se conoció que los militares capturados después del asesinato de Moïse habían sido contratados por la empresa CTU Security con sede en Miami. La vicepresidenta de Venezuela, Delcy Rodríguez, citó en público el dato que había publicado antes la agencia AP. No fue por azar. El dueño de esa agencia de seguridad que conchaba mercenarios es Antonio Enmanuel Intriago Valera, un venezolano que apoya a Juan Guaidó, el pseudo presidente de una república imaginaria.
La otra hipótesis que investigan varios servicios de inteligencia en Haití parece que se desvaneció cuando Martine Moïse , la esposa del mandatario asesinado, dijo desde Miami, donde está internada tras sobrevivir al ataque: “Mientras hoy están en prisión los mercenarios que asesinaron al presidente, hay otros mercenarios que quieren asesinar el sueño, la visión y las ideas del presidente para el país”. Sus dichos no coinciden con los del exsenador opositor Steven Benoit: “no fueron los colombianos, sino la propia seguridad del presidente la que lo asesinó”, señaló.
La colombiana Jenny Capador Giraldo explicó – citada por el diario El Tiempo– que su hermano Duberney, uno de los comandos muertos en Puerto Príncipe “me decía que habían llegado tarde a proteger a la persona que tenían que cuidar, me imagino que era el Presidente. Que la Policía los tenía acorralados y que él iba a tratar de mediar para que los escucharan”. El mensaje lo recibió por Whatsapp, dijo la mujer. El militar era sargento y había pedido la baja en 2019. El grupo de colombianos estaba integrado por efectivos de distinta graduación. El de mayor rango es el exteniente coronel del ejército Carlos Giovanni Guerrero Torres. Hoy está preso en Haití.
Cualquiera de las dos hipótesis que se confirmara sobre los verdugos de Moïse, llama la atención la improvisación o la ingenuidad de los detenidos. Una de dos. Todos tuvieron alta preparación en unidades del ejército, combatieron contra los narcos y la guerrilla. Pero cayeron casi sin ofrecer resistencia. Incluso algunos fueron detenidos por la gente y entregados a la policía. De los 28 que intervinieron en el ataque según el gobierno local – dos son de origen haitiano-estadounidense-, veinte están detenidos, tres murieron y cinco continúan prófugos. Ese es el balance que publicó el sábado Le Nouvelliste, el diario más importante de Haití.
Si se demostrara que les encargaron matar a Moïse, habrían cometido otra impericia. Se expusieron en las redes sociales en los días previos a su ingreso a Haití desde la frontera con República Dominicana, el único país limítrofe con el que comparte la isla La Española. La evidencia son los posteos de uno de los comandos más experimentados. Manuel Antonio Grosso Guarín se sacó varias fotos y las subió a su Facebook haciendo turismo desde el Faro Colón, en Santo Domingo. La unidad investigativa de El Tiempo lo describe como “uno de los militares mejor preparados del Ejército colombiano. Recibió entrenamiento de Comando Especial con instructores estadounidenses. Y, en 2013, estaba asignado al Grupo de Fuerzas Especiales Antiterroristas Urbanas”.
Sus excompañeros lo identificaron esposado y sentado en el piso apoyado contra una pared, cuando se lo expuso junto a los demás para la prensa. En un video también aparece capturado por un grupo de civiles junto a otro mercenario, condición que en su país algunos militares de alto rango niegan. En la entrevista citada de La Semana, el general Ceballos comentó: “los soldados colombianos tienen entrenamiento como nadie en América”.
El coronel John Marulanda, presidente de la Asociación Colombiana de Oficiales en Retiro de las Fuerzas Militares (ACORE) viajó varias veces a Haití como consultor en seguridad. Comentó que en su país “operaron mercenarios británicos e israelíes, y de Estados Unidos en Venezuela” de lo cual se desprende que la contratación de sus servicios se volvió habitual en Latinoamérica.
La privatización de las operaciones encubiertas tomó relieve con la Guerra de Irak. Mercenarios de la empresa estadounidense Blackwater mataron a 17 civiles iraquíes en la Plaza Nisour de Bagdad en 2007. Varios empleados de esa lucrativa compañía recibieron condenas por homicidio. Los militares colombianos son bastante requeridos en sociedades de ese tipo.
Marulanda explicó lo que pasa en la actualidad: “Los señores retirados van a trabajar a Emiratos Árabes, adquieren la nacionalidad de allá y no es ilegal o de mercenarios. El problema que se presentó es que ahí hicieron una alianza con otros países árabes para enfrentar a los chiitas, y por eso había colombianos combatiendo. Eso desnaturalizó la función por cumplir y hubo dos abatidos. También hemos tenido oficiales que han trabajado en Irak y Yemen”.
Profesionales de elite o improvisados, los militares colombianos entrenados por EE.UU ya operan en varios países. Los oficiales (R) Ceballos, León y Marulanda coincidieron en que cuando se retiran – aún está por confirmarse si en Haití no hubo comandos en servicio activo – su destino “queda sujeto al libre albedrío y solo siguen vinculados al sistema de salud”. En otras palabras, no les hacen un seguimiento. Son armas letales de carne y hueso.