Daniel Kent Carrasco | Revista común
Durante los meses de invierno las planicies del norte de India son invadidas por la neblina y el poderoso Sol que durante el verano inundó los campos con su intensa luz se torna anaranjado y discreto. El frío lo envuelve todo y la gente se reconforta con espeso té azucarado y reuniéndose alrededor de los fogones de las viviendas. Este año, sin embargo, decenas de miles de trabajadores y campesinos de las regiones agrícolas del Punjab, Haryana y Uttar Pradesh han decidido abandonar sus pueblos y campos para encarar el invierno en las frías calles de Delhi para protestar en contra de las rapaces políticas del gobierno de Narendra Modi.
El pasado mes de septiembre el gobierno del Bharatiya Janata Party (BJP), encabezado por el Primer Ministro Modi, presentó un paquete de reformas que desaparecerán el control gubernamental sobre los precios, la compra, el almacenamiento y la distribución de la producción agrícola, y abrirán la puerta al avance del capital corporativo en el sector del que dependen casi 800 millones de personas en India. Esta decisión —tomada sin consultar a las numerosas y poderosas organizaciones campesinas del país, muchas de las cuales se remontan a la época de la resistencia anti-Británica de principios del siglo XX— encendió la mecha de la protesta. Decenas de sindicatos de campesinos, así como 18 partidos políticos de oposición, se movilizaron para enfrentar la iniciativa que tiene como finalidad legalizar el dominio de los grandes consorcios capitalistas sobre la producción agrícola y promover el establecimiento de cadenas de venta y distribución como Walmart, cadena que hasta ahora no cuenta con presencia en India.
“Han vendido todo. Sólo quedan los campesinos”, para hacer frente al avance de la salvaje liberalización de la economía india. Esta frase, pronunciada por el joven Ajay Veer Singh, quien acompaña a su abuelo en las multitudinarias protestas que paralizan Delhi y otras ciudades del Norte de India, resume el espíritu de la lucha que desde hace más de cuatro meses ha movilizado a millones de campesinos en ese país.
En los últimos días de noviembre del año pasado, decenas de miles de campesinos provenientes principalmente de los estados de Punjab, Haryana y Uttar Pradesh comenzaron un bloqueo de las principales carreteras que conectan a Delhi, la capital de la República India, con el resto del país. Las antes congestionadas autopistas llevan semanas convertidas en un vasto estacionamiento de tractores y un enorme campamento en el que los campesinos —la mayoría de los cuales son mayores de sesenta años— duermen, cocinan, comparten y protestan. Los campamentos de Delhi cuentan con zonas para dormir, escuelas improvisadas, cocinas comunales, farmacias, clínicas, sanitarios, lavanderías y sistemas de limpieza. A la luz de la amenaza que representa la agenda del gobierno, los campesinos se organizaron reviviendo la antigua y poderosa arma de la solidaridad.
Reviviendo el impulso revolucionario canalizado por el liderazgo de M. K. Gandhi hace un siglo, los campesinos de India hoy luchan por el derecho a la supervivencia y en contra de un régimen que ha alimentado el crecimiento de un ambiente de encono, violencia y despojo generalizados en el segundo país más poblado del mundo. En un país acostumbrado a la movilización masiva y flagelado por tres décadas de una desordenada liberalización que ha alimentado el crecimiento de la desigualdad, la acumulación en manos de la oligarquía corporativa y el despojo de cientos de millones de personas, los campesinos de India encabezan hoy la oposición al modelo rapaz y violento del Bharatiya Janaya Party (BJP) de Narendra Modi.
A pesar del frío —en las últimas semanas la temperatura en las inmediaciones de Delhi ha rondado los 10 grados centígrados, con mínimos de hasta 5 grados durante la noche—, los mosquitos, la incomodidad y la amenaza del contagio que mantiene a millones de personas en todo el mundo encerradas en sus casas, los campesinos de India se mantienen firmes en sus exigencias. Su petición es muy sencilla: piden la derogación de las leyes que abren la puerta para el fin de la regulación de la venta y la acumulación de productos agrícolas y que son entendidas por los campesinos como una verdadera “condena a muerte”.
El tesón y la solidaridad de los campesinos ha rendido frutos. Después de meses de protestas, el pasado martes 12 de enero la Suprema Corte de India suspendió la implementación de estas leyes hasta nuevo aviso. Sin embargo, los campesinos hace años que han dejado de confiar en el gobierno. A pesar de que varias decenas de protestantes han muerto de diversas enfermedades a lo largo de las protestas, miles de ellos han reafirmado su intención de mantenerse movilizados y de organizar una protesta masiva —que podría potencialmente involucrar a millones de personas de todo el país— para el próximo 26 de enero, fecha en la que se celebra el Día de la República.
A lo largo de las protestas, los campesinos han sido enfáticos en el carácter pacífico de su lucha. A pesar de ser tachados de terroristas por el gobierno y de ser enfrentados con gases lacrimógenos y cañones de agua, los campesinos han insistido en la legitimidad de sus exigencias de manera organizada y no violenta. Pese a estas agresiones, el frío, y la avanzada edad de una importante parte del contingente, los campesinos afirman que cuentan con recursos para seguir movilizados por al menos otros seis meses. Sus familiares y conocidos que han permanecido en sus pueblos de origen trabajando en el campo siguen mandando comida, dinero y otras provisiones para apoyar las protestas.
Esto debe ser visto como parte de una respuesta a una crisis más grande. Para los casi 800 millones de personas en India que dependen de la agricultura, estas protestas no son más que el último y más importante episodio de una larga historia de resistencia, organización y movilización. Desde que la llamada Revolución Verde dio inicio a la reconversión de la producción agrícola en India durante la década de 1960, el sector agrícola no ha dejado de decrecer en términos económicos y volverse menos sostenible en términos ecológicos. A pesar de que provee sustento a cientos de millones de personas, este sector sólo representa alrededor del 15% total del PIB de India, un porcentaje que ha disminuido de manera constante durante décadas. Asolados por la deuda y enfrentados a los nocivos impactos del uso masivo de fertilizantes e insecticidas químicos promovidos por los ideólogos de la Revolución Verde, los campesinos de India no han parado de organizarse de diversas formas para enfrentarse al poder del capital privado.
Está claro que urge reformar el sector agrícola de India. Sin embargo, en su afán liberalizador, el gobierno de Narendra Modi ha decidido darle la espalda a la mayoría de sus ciudadanos y ponerse abiertamente del lado de los intereses más depredadores del capitalismo contemporáneo. Hoy en día, los cientos de millones de campesinos de India están organizándose no sólo para pelear por sus derechos, sino también por su sobrevivencia.
Hace exactamente doce meses reportábamos sobre las masivas movilizaciones de estudiantes, trabajadores y campesinos que sacudieron India para protestar en contra de la agenda del gobierno de ultraderecha de Modi en los meses previos al inicio de la pandemia. A partir de abril, la atención de los medios nacionales y globales se enfocó en los estragos causados por la propagación del virus del Covid-19. Sin embargo, hoy, los reclamos populares emergen otra vez con mayor fuerza, recordándonos que el verdadero peligro para las personas del mundo hoy en día no es epidemiológico sino económico e ideológico. En un año marcado en todo el mundo por el encierro, el miedo y la incertidumbre, estas movilizaciones nos recuerdan la importancia de la organización, el contacto constante y la solidaridad. Sigamos atentos a la lucha pacífica que en estos momentos se gesta en contra de los designios del régimen del BJP y a favor de los trabajadores del campo de India y el resto del mundo.
Fuente: https://www.revistacomun.com/blog/han-vendido-todo-solo-quedan-los-campesinos