Julia Assange y los muros del olvido

 

Oleg Yasisnsky | RT

Es comprensible que, con las noticias de los últimos años, lo grave, lo fuerte y lo más significativo de los tiempos anteriores pasara a un segundo plano, caminando casi hasta el olvido. El olvido es, definitivamente, el mejor cómplice del sistema. Cuando el poder no tiene argumentos y tiene la guerra mediática perdida, acude a la prensa que levanta los muros del silencio, aislando todo lo que no le conviene.

Las multitudinarias marchas de hace tan solo unos años en defensa de Julián Assange, visto como el último héroe solitario de nuestros tiempos, quedaron atrás. Las brutales acusaciones contra él, a todas luces arbitrarias e injustas, un claro castigo ejemplar a quien quiera que se atreva a desafiar al imperio, se concretaron en la peor pesadilla:

Pasar el resto de sus años en una de las peores cárceles británicas, con la única perspectiva de mudarse a una cárcel estadounidense, con otro montón de condenas para muchas otras vidas, enfermando y enloqueciendo, y hoy, cuando se decide su futuro procesal, con solo unos 200 activistas levantando las viejas pancartas ‘Free Assange’ frente al Tribunal Superior de Londres, en medio de este olvido planetario.

Lo mismo está sucediendo casi con todo. Las grandes campañas de solidaridad internacional con las causas más justas del mundo duran lo que los grandes medios de comunicación permiten, mientras les conviene y las acompañan hasta que el poder opte por aplicarles la receta del olvido.

Igualmente sucede con el actual exterminio de los palestinos por el Ejército israelí con una total y absoluta impunidad hasta que los indignados se cansan o encuentran una causa nueva. El poder crea su propio mito sobre la fuerza de la ‘sociedad civil’ para aprovecharse de ello en cada oportunidad, demostrándole a la sociedad civil real su total ridiculez e impotencia.

La humanidad es como un niño violado, que al principio gritó, pataleó, lloró y después de que los adultos hicieran que se calle, le explicaron que era un mentiroso, se calmó tragando su propio dolor, su rabia y su soledad.

El 20 de mayo de 2024, cuando todo el mundo estaba consternado por la caída de helicóptero presidencial iraní y distraído con la emisión de la orden de captura de la Corte Internacional de Justicia contra el Netanyahu, el tribunal de Londres estaba definiendo la extradición de Assange a EEUU, algo mediáticamente casi invisible al lado de las grandes sensaciones de la jornada.

Los dos últimos requisitos para extraditar a Julián Assange parecían una burla: que EEUU garantizara que no se enfrentaría a la pena de muerte si era extraditado y que tuviera las mismas protecciones de libertad de expresión que cualquier ciudadano estadounidense. Para gran sorpresa de muchos, los abogados de Assange, hoy, ganaron. El tribunal desestimó las garantías de libertad de expresión para el acusado por 18 delitos de espionaje y piratería informática, que podrían valerle una condena a 175 años en EEUU.

La victoria de hoy, en términos concretos, significa lo siguiente: si el acusador, es decir el Gobierno estadounidense, no retira su acusación, el fundador de WikiLeaks, seguirá encerrado por un año más en la cárcel de máxima seguridad de Belmarsh, hasta que se concrete un nuevo proceso de apelación.

Él está preso desde el 11 de abril de 2019, fue arrestado en la Embajada ecuatoriana en Londres por la Scotland Yard y condenado a 50 semanas de prisión por eludir el régimen de libertad provisional. Finalizada la condena, siguió preso por una solicitud de extradición que ya estaba preparada con bastante anticipación por el Gobierno de EEUU. Antes de eso, Assange pasó siete años de encierro en la Embajada de Ecuador en Londres, hasta que el presidente Lenin Moreno le retiró la nacionalidad ecuatoriana y el asilo político.

Es importante recordar que WikiLeaks nunca se ‘especializó’ en crímenes exclusivos del Gobierno de EE.UU. Sí difundió más de 250.000 cables secretos de la diplomacia estadounidense, pero también el equipo de Assange publicó los documentos confidenciales de Arabia Saudita, Siria, Turquía, Kenia y otros, en total más de 10 millones de materiales entre 2006 y 2019.

Pero aquí lo importante es que, entre los múltiples pecados, inconsistencias e incoherencias de la gran mayoría de los gobiernos del mundo, los crímenes de Estado de EEUU y sus aliados de la OTAN y su hipócrita discurso sobre la libertad y la democracia son de otro nivel, son realmente inigualables e incorporables, tal como le corresponde a un verdadero enemigo de la humanidad. Lo único que hizo Assange y su equipo de WikiLeaks fue exponerlo al mundo en su verdadera dimensión y proporción.

Washington ha argumentado que las publicaciones de WikiLeaks filtraron información que puso en riesgo la vida de sus agentes en el terreno y, justamente, de esta lógica nacen las acusaciones a Assange por la violación de leyes contra el espionaje. Pero Julián Assange nunca fue ni un agente del Estado estadounidense y ni siquiera es ciudadano de ese país.

Su única rebelión fue contra los delincuentes disfrazados de funcionarios o militares de la mayor superpotencia militar del planeta. Desenmascarando esos crímenes, salvó miles o tal vez millones de vidas, entre ellas seguramente varias de militares estadounidenses. No tengo prueba alguna, pero estoy convencido de que las revelaciones de WikiLeaks salvaron a la humanidad de más de una guerra y seguramente también aplazaron algunas otras.

Me pregunto, además, ¿si el equipo de Assange en estos últimos años estuviera activo y su líder libre, qué otras tragedias nos hubieran evitado? ¿Tal vez, justamente por eso, antes de la extraña pandemia mundial y los trágicos acontecimientos en Ucrania, Assange tenía que estar aislado y su equipo desarticulado? Para, después de todo, poder construir este muro de olvido que ya no es la cárcel solo para él, sino para todos nosotros.

Al otro lado de la prisión londinense de máxima seguridad de Belmarsh, todos estos años se ha estado construyendo otra cárcel, separando a los pueblos con múltiples muros de miedo e ignorancia. Los ladrillos de esta cárcel fueron las pantallas de millones de televisores, celulares y otros artefactos que matan la imaginación humana y transmiten el más mortal de los virus: el del olvido.

Hoy, 200 personas o tal vez un poco más, frente al Tribunal Superior de Londres, le recordaron al mundo que todavía existimos, que la lucha sigue, que él no está solo. Aunque no creo que saliendo a la calle con la pancarta ‘Free Assange’ se pueda lograr algo, hoy comprobamos que el imperio le sigue teniendo el mismo miedo que antes, porque si no, no existirían otras razones para seguir teniéndolo preso hasta que el mundo se olvide de su ejemplo.

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