Fabrizio Casari*
Recién salidos del famoso webinar con Juan Guaidó, donde caras y palabras parecían ilustrar una sesión de autoconciencia para depresivos crónicos, los exponentes del golpismo han retomado sus alegres peregrinaciones por el mundo. Asisten a interminables reuniones unidireccionales, en las que todos dicen las mismas cosas, hacen las mismas promesas y lanzan idénticas amenazas, para luego acabar con una manifiesta inutilidad de rebaño.
La última de estas aventuras en el webinar tuvo lugar con la Comisión de Relaciones con Centroamérica y el Caribe del Parlamento Europeo, donde la escenificación fue la siguiente: los golpistas se quejaban de la ausencia de democracia y los eurodiputados decían que no había democracia; los golpistas pedían sanciones y los europeos amenazaban con más sanciones; los golpistas decían que el proceso electoral no les convenía y los eurodiputados decían que no lo reconocerían. Que conste que habían 5 diputados presentes, tres de ellos españoles: uno de extrema derecha (que de golpismo sabe mucho), otro de derecha y una del Psoe, que de democracia no debe saber mucho, ya que su gobierno fundó los GAL, escuadrones de la muerte dedicados al asesinato de militantes Euskadi.
Estrasburgo ofreció un espectáculo muy poco digno: no precisamente un ejemplo de neutralidad jurídica, de profundidad política y de corroboración útil para definir una posición valiosa. Pero, al fin y al cabo, parece en consonancia con la autoridad del Parlamento Europeo. Así, según los eurodiputados presentes en la reunión, el Parlamento Europeo considera que debe intervenir en los asuntos internos de Nicaragua, al igual que hizo con Venezuela. En un arrebato de nostalgia colonial, el Parlamento Europeo, a instancias de la derecha española, cree evidentemente que puede y debe desempeñar un papel más allá de las fronteras europeas. La eurodiputada Katja Affeldt instó a los golpistas a presentar un frente unido, diciendo que “estamos aquí para apoyar este proceso que, sin embargo, es un proceso nicaragüense” (tremendo intuito).
La oposición de Su Majestad
No está claro en qué rama del derecho internacional se inspira el Parlamento Europeo para poder interferir en los asuntos internos de un país soberano, incluso declarando su intención de participar activamente en la formación de un cartel electoral. No se entiende con qué autoridad el Parlamento Europeo participe en las elecciones de Nicaragua. Y está aún menos claro en base a que consideraciones fantasmagóricas cree que pueda advertir, amonestar o amenazar, dada su reiterada impotencia crónica. En lugar de preocuparse por apoyar la democracia en los procesos electorales de algunos de sus países, sobre todo Hungría y Polonia, que tienen un claro perfil autoritario y antiliberal (por no hablar de Estonia y Lituania, de clara marca nostálgico-fascista) Bruselas se dedica a los países progresistas. Como si se tratara de un juego de rol que la transporta en el tiempo, la UE debe haberse convencido de que vive todavía en la primera mitad del siglo XIX.
Pero la dimensión poscolonial no se ajusta a la realidad actual, que políticamente ve a la UE como un organismo internacional de absoluta irrelevancia, que en el contexto global solo cumple funciones de apoyo a la política exterior de Estados Unidos: en fin, poco más de lo que hacen Australia y Canadá. Incapaz de dictar la agenda política internacional, así como de liderar los procesos de reforma en términos socioeconómicos, se reduce ahora a un conjunto de 27 países dirigidos por sus bancos. Hará falta algo más que otorgar sanciones autolesionistas para transformarse en un continente de peso político.
En definitiva, la UE no es más que sus bancos; 27 países cercados por sus deudas y por los dramáticos datos de empobrecimiento y desempleo, que se han agravado a causa de las decisiones equivocadas en la lucha contra la pandemia. Realmente no está claro de qué manera piensa que pueda ser un ejemplo, una posible directriz o incluso sólo un interlocutor importante; por lo tanto, no está claro cómo cree que pueda influir en la política nicaragüense, visto su anterior fracaso con Venezuela. A estas alturas, cada decisión que toma sobre América Latina genera hilaridad y la composición mayoritaria de derechas del Parlamento Europeo no ha hecho más que añadir náuseas y restar prestigio a la ya anterior inutilidad.
El golpismo errante
Washington, Miami, Bruselas: en todas partes el golpismo se siente como en casa, recibido y homenajeado hasta el punto de que ni siquiera ellos mismos son capaces de entender tal protagonismo. Los problemas, sin embargo, están en Managua, donde el número de los aspirantes entra cómodamente en el salón de la casa Chamorro. Es en Nicaragua, de hecho, donde el golpe genera indiferencia, hilaridad o molestia, nunca consenso, al menos en números aceptables para una confrontación política electoral de importancia nacional.
Las presentaciones de las respectivas candidaturas se transforman en ridículas ruedas de prensa, en las que el guion gráfico ofrece tres pasos: el primero expresa las quejas contra la brutal dictadura (que, sin embargo, con suprema brutalidad, les deja ladrar a la Luna sin siquiera consolarles con una presencia policial que les dé un mínimo de importancia). Luego viene la presentación de un candidato que reclama para sí el papel de líder de la oposición y para sus leales el de diputados (el excelente candidato nunca es elegido por ninguna base y nombrado en ninguna asamblea, es una especie de cacique en ausencia del pueblo). El tercero ve las amenazas y los mensajes transversales a los competidores y la petición nunca velada a los patrocinadores extranjeros para conseguir el dinero suficiente para cada uno de ellos.
En el primer pasaje, el de la “terrible dictadura”, se desatan todo tipo de fantasías narrativas. Se relatan violaciones de los derechos humanos inexistentes, represiones que ni siquiera se plantean, opresiones y detenciones improbables y que nunca tuvieron lugar. Para darse un rol, además de un apellido, tienen que acreditar el papel de víctimas y perseguidos políticos. Obviamente, en Nicaragua nadie consideraría víctimas a los hijos de la oligarquía parasitaria, pero presentarse como tal es funcional para recaudar dinero del exterior.
¿Por qué? Porque para que las instituciones gubernamentales estadounidenses y europeas (que son las mismas que financian a las denominadas ONG) liberen sumas importantes hacia un país y sus agentes locales, deben establecer procesos políticos y administrativos sujetos a mecanismos que prevean la intervención sólo en casos se detecte una situación de grave crisis política y de violación continuada de los derechos humanos. Por lo tanto, si el Parlamento Europeo -por poner un ejemplo- quiere intervenir con financiación para la fantasmagórica oposición nicaragüense, sólo puede hacerlo después de haber constatado la existencia de estas condiciones. Básicamente, si no hay represión o dictadura, no hay dinero. Así que si no hay represión ni dictadura, hay que inventar que la hay, porque si no el dinero no se mueve. Por ende, se hacen cuentos de represión para hacerse luego cuentas de dólares.
Luego está la excesiva heterogeneidad de las posiciones, en consonancia con la diferenciación de las carteras. Pensar que la oligarquía nicaragüense podría poner el país en manos de Mairena o Maradiaga o Dora María Téllez para ser saqueado, significa tener una idea ideológica y con rasgos tardorrománticos de la política nicaragüense. Nunca, jamás, la oligarquía blanca aceptará someterse a una autoridad política que no sea la expresión pura de su clase o de sus amos gringos. De ahí las guerras internas del golpismo: por un lado los que ponen al gobierno a disposición de la oligarquía, por otro los que piensan en utilizar el poder oligárquico para ir al gobierno. En última instancia, se trata de incompatibilidades, de raza y de cartera.
Pero la historia del golpismo también podría resumirse en el terreno más sencillo de los negocios políticos. No se piden dólares para hacer política, se hace política para conseguir dólares. Esta es la historia del malinchismo aplicado a escala nicaragüense. Autodenominarse opositor, situarse histéricamente en la cima del antisandinismo, expresa además la ansiedad por representar los intereses de la propia casta, que han coincidido, durante siglos, con el interés estratégico de Estados Unidos.
Para ellos, derrocar a Nicaragua significaría destruir sus logros en la economía interna, en el crecimiento de bienestar y equidad, en progreso tecnológico y en las alianzas internacionales. No se trata solo de odio ideológico hacia quién, desde Sandino hasta los 80, los ha derrotado y humillado (aunque este aspecto nunca hay que olvidarlo). El proyecto imperial a nivel regional es rediseñar un rompecabezas conveniente para el control de Estados Unidos sobre Centroamérica. O sea, derrotar al sandinismo como proyecto alternativo de sociedad, hacer retroceder a los partners de los sandinistas de Nicaragua y dar luz verde a las multinacionales.
Para ello, EE.UU. y la UE están dispuestos a perder la cara, a pagar sumas exorbitantes de dinero si se comparan con el peso específico del país, pero, en definitiva, escasas si se comparan con su importancia político-empresarial. Desde un punto de vista exquisitamente político, desestabilizar Nicaragua es uno de los objetivos de la Casa Blanca, que tiene en el país de Sandino, en Venezuela y Cuba, así como en Bolivia, los principales obstáculos a remover para volver a dominar totalmente el subcontinente. Las próximas elecciones en Ecuador, con la anunciada victoria de Arauz y las difíciles elecciones en Honduras, así como la vuelta a la escena política de Lula, dibujan un panorama sombrío para Washington.
La idea es que Nicaragua podría ser un paso importante de la operación de reconquista colonial, pero es una idea peregrina, ya que se vota en Nicaragua y no en Washington o Bruselas, con la ley electoral nicaragüense y no con las payasadas electorales vigentes en EEUU. En Nicaragua se cuentan los votos y no los potentados locales, se elige a miembros de las comunidades y no a los representantes de la casta blanca y millonaria de la clase alta, financiada por las empresas sobre las que luego tendrán que legislar. En Nicaragua, donde las decisiones se toman sobre las empresas y no para las empresas, los votantes deciden.
Hay poco que soñar para los golpistas y sus aliados europeos, Managua es un bocado indigesto para los proyectos imperiales y las reminiscencias coloniales. El sandinismo tiene ideas, proyectos, identidad, consenso popular, fuerza y uñas afiladas. Nicaragua es un país pobre, no un pobre país.
* Periodista, analista político, director de Periódico Online www.altrenotizie.org y colaborador de la Revista Visión Sandinista.