La partida que se juega en el Caribe

 

Fabrizio Casari

* EE.UU. no está en el Caribe para librar una guerra contra las drogas, si así fuera, debería haber procedido a miles de arrestos en los 3,500 laboratorios de fentanilo que se encuentran en su territorio. En realidad, tiene dos objetivos: el inmediato es la caída del gobierno de Nicolás Maduro; el más amplio busca el fin del ALBA, es decir, de Cuba y Nicaragua.

Es oficial el paso de Bolivia a la derecha y, con ello, casi con certeza, de su litio. Después del Ecuador, convertido en un protectorado estadounidense sobre una base criminal, que ha entregado su significativa cuota de petróleo a Estados Unidos, parece delinearse un panorama favorable a la sed de recursos latinoamericanos que habita en las gargantas de Washington y que, en muchos aspectos, explica algunas de las verdaderas razones que empujan a la IV Flota de la Marina estadounidense hacia el Caribe.

Estados Unidos no está en el Caribe para librar una guerra contra las drogas: si así fuera, debería haber procedido a miles de arrestos en los 3,500 laboratorios de fentanilo que se encuentran en territorio estadounidense, al desmantelamiento de los cárteles norteamericanos y al cierre de las entidades bancarias y financieras que lavan sus beneficios, muchas de ellas operando en Wall Street.

Que su presencia militar en el Caribe tenga contornos de ilegitimidad e ilegalidad, ya que de hecho amenaza la libre navegación incluso con ataques injustificados a embarcaciones civiles pesqueras, quedó en evidencia por el propio Alvin Holsey, el ya exalmirante jefe del Comando Sur (y, por tanto, también de la IV Flota), quien renunció precisamente en nombre del respeto al código de navegación y a las leyes de guerra.

El respeto a estas leyes impediría los métodos de la operación naval en curso, cuyo único propósito es amenazar y aterrorizar; prueba de ello es que los supuestos traficantes de drogas no son abordados ni detenidos, sino que se les dispara directamente, sin preocuparse siquiera de quién va a bordo, qué está haciendo y si representa o no un peligro. La idea es disparar primero y ver después a quién. Se llama terrorismo de Estado, sin comillas.

Estados Unidos se encuentra frente a las costas de Venezuela con dos objetivos: uno inmediato y otro a mediano plazo. El inmediato es la caída del gobierno de Nicolás Maduro; el más amplio busca el fin del ALBA, es decir, de Cuba y Nicaragua. El primer objetivo contempla dos opciones: un ataque directo buscando un falso ‘casus belli’, o bien, agresión tras agresión, obligar a una reacción que pueda justificar el ataque a Caracas. La guerra psicológica es, por ahora, el camino elegido, pero ambas opciones no se excluyen entre sí.

Forma parte de esta guerra psicológica el anuncio de la orden impartida a la CIA de promover un golpe de Estado en Venezuela, pero no hay ninguna novedad en ello, salvo la provocación: desde la llegada de Hugo Chávez hasta hoy, siempre ha estado en la agenda, y el fracaso de los intentos de golpe contra el Comandante Chávez y de magnicidio contra el Presidente Maduro no ha producido un cambio de rumbo por parte de Langley. Otro elemento de esta guerra psicológica son precisamente los ataques dirigidos contra embarcaciones de pescadores inocentes, que confirman el comportamiento criminal de sus militares y demuestran que la actividad de los buques estadounidenses se configura en todos los aspectos como un bloqueo naval.

El petróleo de Venezuela es el objetivo político inmediato. No hay lectura del contexto, ni reflexión sobre los equilibrios, ni proyección de un orden válido para todos los actores: la única unidad de medida con la que Estados Unidos observa a Venezuela son los barriles de petróleo. Es la mayor reserva del mundo. La faja del Orinoco, un área de 54 mil kilómetros cuadrados a lo largo del río homónimo, podría contener hasta 1,300 millones de barriles según las estimaciones más optimistas, una cantidad casi igual a la de todos los recursos de petróleo convencional del planeta.

Pero ya hoy sus reservas oficiales ascienden a 303.3 mil millones de barriles, situando a Caracas en el primer lugar del ranking mundial, según el anuario de BP, una de las fuentes estadísticas más acreditadas del sector. Estados Unidos, pese al shale oil, ocupa solo el décimo lugar, con 44.2 mil millones de barriles, superado por Irán, Irak, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos, Rusia y Libia, y su producción se consume en gran parte internamente. Si no fuera así, si no tuvieran interés en extraer los recursos energéticos y alimentarios de otros para sobrevivir y dominar -de ejercer el mando, porque son incapaces de gobernar-, no mantendrían unas 800 bases militares en todo el mundo.

En todo el Occidente Colectivo, donde Estados Unidos pretende ser el único vendedor de crudo -aún más, tras el fracaso sustancial de la economía verde y el renovado apoyo al fósil- la centralidad del petróleo ha asumido un carácter estratégico como nunca antes. Si se observa el bloqueo a las importaciones desde Rusia, Irán y Venezuela, queda claro que el mapa de extracción y suministro del crudo se ha convertido en prioridad dentro de la agenda política trumpista. Incluso para su propio consumo, ya que la desindustrialización impuesta por la financiarización de la economía no ha reducido la demanda energética. Estados Unidos produce diariamente 15,837,640 barriles de petróleo, pero consume 20 millones.

No es poca cosa para una sociedad cada vez más energívora: sus reservas comprobadas equivalen a 4.9 veces sus niveles anuales de consumo. Esto significa que, sin importaciones, tendrían unos cinco años de petróleo (a los niveles actuales de consumo y excluyendo las reservas no comprobadas). Suficiente para un país normal, pero demasiado poco para un país de las ambiciones dominantes de Estados Unidos. Insignificante para su comercio.

¿Por qué Venezuela? Porque representa muchas cosas: protagonista absoluta, junto a Nicaragua y Cuba, del socialismo latinoamericano, auténtico desafío al modelo neoliberal fracasado. El ALBA es hoy la única alternativa creíble de modelo, la única doctrina socioeconómica orientada al reequilibrio social como motor de riqueza que puede permitir una fuerte reducción de la pobreza endémica que afecta a decenas de millones de latinoamericanos. Precisamente ante el fracaso, incluso administrativo, de un modelo como el estadounidense -que cada año se encuentra en la imposibilidad de cubrir un déficit público monstruoso y estructural-, el socialismo latinoamericano ofrece lecciones de buena política y buena economía. Los modelos -diversos, pero homogéneos entre sí- de democracia popular en Nicaragua, Venezuela y Cuba, muy alejados de la divinización de las privatizaciones de los servicios que anulan la universalidad de su prestación, se presentan con cifras y tesis decididamente alentadoras en cuanto a la solidez del Estado y, con ella, de la dirección política de sus sociedades.

Caracas ha reaccionado a la guerra impuesta desde hace más de una década y, además de una negociación paciente con las grandes compañías extractivas, ha estrechado lazos con Rusia e Irán que le han permitido romper el cerco comercial y político impuesto por el Occidente Colectivo. A pesar de la distancia, las importaciones chinas de crudo venezolano se han multiplicado por diez desde 2008 hasta hoy, superando los 600,000 barriles diarios. Las de Estados Unidos, en cambio, han caído por debajo de los 800,000 barriles diarios, el nivel más bajo en casi treinta años. El petróleo venezolano es, por tanto, estratégico para Washington, aún más ahora que la producción energética rusa ha debido orientarse hacia mercados externos al Occidente Colectivo.

Como se entiende, el comercio de drogas no tiene nada que ver para un país que, de hecho, dirige su importación, distribución, consumo y beneficios. La apuesta de Trump, impulsado por Rubio y por el clan mafioso de exiliados latinoamericanos radicados en Miami, tiene sólo el sabor de un viejo retorno al monroísmo justo cuando, a nivel global, su caída parece ya imparable.

La apuesta por el dominio de América Latina -mucho más allá que una cuestión de dominio territorial- tiene un valor global y no sólo vinculado al tema (ya de por sí estratégico) del manejo de los recursos energéticos. Representa el paradigma ofensivo de un imperio que se resiste a morir y un modelo de resistencia que señala el camino hacia un desarrollo distinto para las sociedades modernas. En este sentido, la presencia de la IV Flota de la Marina estadounidense adquiere un peso que se siente en todas las latitudes. Se trata de un enfrentamiento del arbitrio imperial contra la civilización del Derecho. Hoy más que nunca, una América Latina libre es condición para la libertad de todos.