Juana Carrasco Martín
La masacre cometida por un joven supremacista blanco en el Wal Mart de El Paso, Texas, y los tiroteos masivos de similar sello ideológico en Dayton, Ohio, y en Chicago, marcaron el fin de semana estadounidense, cercenaron decenas de vidas —fundamentalmente latinos—, y ha llevado a que expertos, políticos, comentaristas y ciudadanía que expresa sus opiniones en las redes sociales, los consideren sucesos inspirados en el presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
«Gracias a su retórica llena de odio, el Presidente representa un peligro claro y presente para la gente, y especialmente las minorías, de los Estados Unidos», aseveró David Schanzer, profesor de la escuela Sanford de Políticas de la Universidad de Duke y director del Triangle Center on Terrorism and Homeland Security, en una opinión publicada en el diario The Guardian.
A decir verdad, no es el mandatario instalado en la Casa Blanca quien atesora toda la violencia y las conductas racistas y xenófobas. Ellas están en las más profundas raíces de esa nación, donde la llamada melting pot no ha sido más que una sugestión para hablar de un supuesto paraíso de libertades y democracia. La olla mezcladora de Estados Unidos nunca ha logrado unir a sus componentes, y se mantiene en mucho fragmentada.
Pero también en honor a la verdad, la histeria antinmigrante y el rechazo a latinos y musulmanes se han exacerbado con los tuits y discursos del señor Trump. Sobran ejemplos. Es más, sus declaraciones son diarias y fomentan el odio, la división y fragmentación de la sociedad estadounidense.
Entre las más recientes diatribas, el ataque contra cuatro mujeres, miembros de la Cámara de Representante de EE. UU. —cuyas posiciones críticas a determinadas políticas molestan especialmente a Trump, incluso porque proponen su impeachment—, y a las cuales mandó a regresar a los «lugares infestados de crímenes de donde venían», sin tener en cuenta que tres de ellas nacieron en Estados Unidos (Alexandria Ocasio-Cortez, de origen puertorriqueño, representante por Nueva York; Rashida Tlaib, de origen palestino, nacida en Detroit, Michigan; y Ayanna Pressley, afroestadounidense nacida en Cincinnati y electa al Congreso por el estado de Massachusetts y la cuarta, Ilhan Omar (Demócrata por Minnesota), llegó al país desde su Somalia natal como familia refugiada y es ciudadana estadounidense naturalizada desde el año 2000.
A los inmigrantes irregulares o indocumentados les ha llamado «delincuentes» y «animales», intensificó las medidas contra esa migración, la persecución de quienes intentan cruzar la frontera y a quienes residen en territorio estadounidense, también ha incrementado la detención y separación de los menores de sus padres.
Además de su decisión de ampliar el muro que les separa de México aduciendo que sin ese valladar Estados Unidos ya no sería Estados Unidos, y al mismo tiempo a esa migración desde la frontera sur la ha denominado «una invasión a nuestro país». Esa atmósfera permea el clima racista.
Hay dos elementos que destacan en la retórica trumpiana de este lunes tras los sangrientos sucesos que, de acuerdo con datos del diario The New York Times, forman parte del asesinato de al menos 63 personas cometidos por extremistas blancos en los últimos 18 meses.
Por una parte, la hipocresía —mucho más insultante por su ironía—, cuando dijo: «En una sola voz, nuestra nación debe condenar el racismo, el fanatismo y la supremacía blanca. Estas ideologías siniestras deben ser derrotadas»… «El odio no tiene lugar en Estados Unidos. El odio deforma la mente, devasta el corazón y devora el alma»… «Ha llegado la hora de poner fin a los conflictos de violencia porque nuestro futuro está en nuestras manos. Debemos unirnos sin importar el partido político para que EE. UU. sea segura».
Por otra parte, el hecho de que propusiera endurecer el control de armas en manos de la ciudadanía y lo vinculara con las leyes migratorias, en una posición oportunista vejatoria.
Sí, Trump no es el único racista y no puede achacársele todos los males que carcomen esa sociedad; pero es un gran pecador, un inspirador del terrorismo de los supremacistas blancos que le apoyan y le siguen, y responsable del terrorismo de Estado y el chantaje que ejecuta Estados Unidos contra el resto del mundo.
Su MAGA (Make America Great Again) es una poderosa y alentadora palabra para el fanatismo, que puede apuntar a un nacionalismo al mejor estilo hitleriano.