Las venas abiertas de América del Norte

 

Stephen Sefton

Cuando ocurren sucesos extraños y violentos en los Estados Unidos norteamericanos, lo único que se puede saber con absoluta seguridad es el sufrimiento humano de las y los víctimas y sus familias. Alrededor de este tipo de incidentes siniestros y oscuros, casi siempre surgen contradicciones entre uno y otro detalle de lo ocurrido y de su investigación, que suscitan preguntas e incertidumbre sobre la verdad de lo que haya pasado.

En duda queda la verdad sobre quiénes pudieran haber sido los posibles autores intelectuales de los atentados o cuáles hubieran sido los verdaderos motivos detrás de ellos. Las respectivas fuerzas políticas del país buscan cómo explotar esas dudas para promover la división y el sectarismo. Sin embargo, para la enorme mayoría de la población del país, la vida sigue su curso normal y los recientes ataques en New Orleans y Las Vegas quedan como acontecimientos lamentables, pero aberrantes y aislados.

En dos o tres semanas, la mayoría de la población los habría olvidado, dejando a los familiares de las personas víctimas de los ataques y las personas sobrevivientes, a buscar cómo reconstruir sus vidas. Lo sospechoso de estos recientes ataques es cómo han sido explotados con fines políticos por los medios de comunicación y en las redes sociales, en el contexto de la venidera inauguración del señor Donald Trump como presidente del país.

De hecho, los medios de comunicación, el Internet y las plataformas de las redes sociales constituyen un enorme aparato de guerra psicológica al servicio de las élites empresariales que gobiernan el país y son propietarias de casi todas las fuentes de la información. Para ellas, los violentos incidentes en New Orleans y Las Vegas son meramente otra nueva oportunidad que les permite explotar su control totalitario de las fuentes de información para manipular la opinión pública como siempre lo han hecho.

Vale la pena recordar las palabras del Henry Wallace, vicepresidente de Franklin Delano Roosevelt, quien escribió en 1944: “El fascista americano preferiría no usar la violencia. Su método es envenenar los canales de la información pública». Así que el abuso de los medios de comunicación y de las fuentes de información con fines de guerra psicológica no es algo nuevo en Estados Unidos y tampoco lo es el fascismo de la clase política gobernante que Henry Wallace señalaba.

Los acontecimientos en Nueva Orleans y en Las Vegas siguen el patrón de la incertidumbre y la sospecha que persisten alrededor de los casos notorios de asesinato político en la historia reciente norteamericana como, por ejemplo, los asesinatos del presidente John F. Kennedy, de su hermano Robert Kennedy, de Martin Luther King o de Malcolm X. Todos estos asesinatos sirvieron la agenda política del fascismo norteamericano y ninguna de las versiones oficiales de estos asesinatos cuadra de manera convincente con la información que ha surgido en los meses y años subsiguientes a los hechos.

Los incidentes de la violencia mortal son frecuentes en los Estados Unidos norteamericanos. Desde los asesinatos políticos hasta los asesinatos masivos y el abuso de la fuerza letal contra las personas afrodescendientes. En 2024, hubo 585 incidentes de asesinatos masivos con 711 muertos y 2363 heridos. En 2023, hubo 604 incidentes de ese tipo con 754 personas muertas y 2,443 heridos. Este ha sido un patrón durante por lo menos veinte años o más.

Las personas afrodescendientes son alrededor de 13% de la población, pero en promedio constituyen más de 25% de las personas asesinadas por la policía al año. Es rutinario que la información sobre los incidentes de la violencia fatal en el país sea manipulada de una u otra manera con fines políticos o ideológicos, como se veía con la promoción por el Partido Demócrata del movimiento Black Lives Matter luego del asesinato de George Floyd durante el primer gobierno de Donald Trump en 2020.

Aún las versiones oficiales de los ataques del 11 de septiembre 2001 y el colapso de las torres gemelas han sido fuertemente cuestionados por destacados científicos especialistas en la materia. Entonces, es difícil tomar al pie de la letra la información oficial del ataque contra las personas que celebraban el Año Nuevo en Nueva Orleans y la explosión de un carro afuera del Centro Trump en Las Vegas.

En ambos casos, los aparentes responsables fueron exsoldados que habían servido en Fort Bragg, una base militar en Carolina del Norte con un centro de entrenamiento en guerra psicológica y otro centro para el entrenamiento de las fuerzas especiales. También Fort Bragg es notorio por ser un punto de entrada significante al país de la droga.

Las y los numerosos militares que sirven en el extranjero en los países productores de cocaína o heroína transitan por la base, y no es fuera de lo común que algunos se involucran en el narcotráfico. Este es un fenómeno arraigado en las fuerzas armadas norteamericanas desde el tiempo de la guerra en Vietnam. De hecho, el abuso de las drogas se relaciona mucho con la incidencia de los trastornos de estrés postraumático que afectan a casi 20% de militares involucrado en combates.

El Instituto Nacional sobre el Abuso de las Drogas reporta que entre 37% y 50% de las y los veteranos militares que servían en Irak y Afganistán, han sido diagnosticado con problemas psicológicos y sus condiciones se asocian fuertemente con los problemas del abuso de la droga y el alcohol. Entonces, más que los posibles motivos políticos oscuros relacionados con los ataques en New Orleans y Las Vegas, el hecho de que sus autores habían servido por un tiempo en las fuerzas armadas señala las profundas heridas causadas en la sociedad norteamericana por sus guerras imperialistas en ultramar.

Otra coincidencia que se ha notado en relación a estos ataques es que el individuo Ryan Routh, acusado de haber intentado asesinar a Donald Trump en septiembre del año pasado, también es un exmilitar quien fue estacionado por un tiempo en Fort Bragg. La asociación de estos tres exmilitares con atentados violentos ha sido otro elemento más en el ambiente de tensión confeccionado en los medios de comunicación, alrededor de la inauguración de Donald Trump como presidente de su país este próximo 20 de enero.

Los atentados han ocurrido en el contexto de la campaña de odio contra Donald Trump, que ha sido constante e implacable desde la derrota electoral que él infligió en 2016 sobre Hillary Clinton, la candidata del Partido Demócrata. Desde ese momento, Donald Trump ha sido atacado con extrema vehemencia en los medios de comunicación liberales basado en las notorias manipulaciones y descaradas mentiras de parte de los servicios de seguridad y los flagrantes abusos sesgados del sistema judicial.

Pero la desconfianza generalizada de la población en los medios de comunicación permitió a Donald Trump superar los ataques y ganar la campaña electoral contra Kamala Harris. Una encuesta por la empresa Gallup de 2023 encontró que solo 32% de la población confía en los medios de comunicación, mientras 39% desconfía por completo en ellos

Cuando se analiza los motivos del triunfo electoral de Donald Trump el año pasado, un momento clave de la campaña electoral fue el grave atentado de asesinato, al cual el señor Trump sobrevivió solamente por gracia de Dios cuando giró su cuerpo a tiempo para evitar la bala que aun así le rozó la oreja. Su postura valiente ante ese atentado le ganó mucha simpatía entre las y los votantes independientes.

Mucha gente también votó por Donald Trump por su afirmación que iba a terminar la guerra en Ucrania contra Rusia, que ha desviado cientos de miles de millones de dólares en beneficio del sector militar-industrial y otros intereses corporativos, obviando las necesidades de la mayoría de la población. A la vez que se proyectó como alguien opuesto a las guerras, Donald Trump también sabía manipular con éxito, de manera inescrupulosa y racista, el tema de la migración.

Su insistencia sobre el tema de la libertad individual logró convencer al sector de la población que había sufrido económicamente por motivo del salvaje cierre económico impuesto durante la declarada pandemia del Covid-19. También ganó simpatía entre las y los votantes que percibieron como injustos los ataques mediáticos a su persona y los abusos del sistema judicial para perseguirlo.

Y, por otro lado, su campaña electoral tenía la ventaja de la mediocre candidatura de Kamala Harris y una percepción negativa de la administración del presidente Joe Biden de parte de más del 56% de la población. La extrema polarización partidaria entre la población norteamericana refleja el extraordinario control psicológico de la sociedad norteamericana mantenido por la clase gobernante. Para personas afuera del país, es muy difícil apreciar los intrincados entresijos de la corrupta vida política estadounidense.

Una fascista oligarquía de un puñado de personas fabulosamente ricas entre la multimillonaria élite empresarial del país, tiene comprada a toda la clase política por medio de donaciones a sus campañas electorales. Un corolario del dominio político de esta muy reducida, exclusiva plutocracia, es su férreo control de los medios de comunicación. Son dueñas de los medios de comunicación principales tradicionales, igual que los medios supuestamente alternativos del internet y también de las redes sociales por medio de los gigantes plataformas digitales corporativas como Facebook, Instagram y el X de Elon Musk.

Donald Trump se ha proyectado falsamente como un individuo que lucha por los intereses del pueblo y que, por ese motivo, ha sido víctima de las élites. Pero su agenda política es igual de fascista que sus opositores. Es notorio que ambos partidos políticos en los Estados Unidos norteamericanos son meramente diferentes sabores de la misma unión fascista entre la clase política y la clase empresarial.

Como dijo el famoso especulador Warren Buffet, “se trata de una guerra de clases y nosotros los ricos la estamos ganando”. Entonces, es posible que los intereses de élite que han financiado a Donald Trump como candidato, permitirán algunas medidas para apaciguar la base política del gobierno de Donald Trump, pero no van a permitir medidas que responden a las necesidades fundamentales de la población.

No habrá atención médica universal y gratis. No habrá educación pública gratis desde los preescolares hasta la universidad. No habrá inversión significativa en obras públicas como carreteras, puentes, agua potable, servicio de alcantarillado o energía eléctrica. No habrá protección del medio ambiente. En breve, no habrá nada que corresponda a un plan de desarrollo humano nacional que reconoce las profundas brechas en la vida económica y la vida socioeconómica del país. Las personas que votaron por Donald Trump pensando que va a parar las guerras, especialmente el genocidio sionista del pueblo palestino, casi seguramente votaron en vano. Veremos después del 20 de enero.

Hay que recordar que, en su primera administración, Donald Trump intensificó el genocida bloqueo contra Cuba, las medidas coercitivas contra Venezuela y, luego, el fallido golpe de estado de 2018, contra Nicaragua también. Donald Trump autorizó el asesinato del General Qasem Soleimani de Irán, cuando el General Soleimani estuvo en Iraq en una misión de paz.

El gobierno de Donald Trump se retiró del Plan de Acción Integral Conjunto sobre el programa nuclear de Irán. Seguía apoyando y armando el régimen de simpatizantes nazis en Ucrania. En 2017, se retiró del Acuerdo de Paris sobre el Cambio Climático. Se retiró del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio con Rusia en 2019. Todas sus propuestas para cargos oficiales en su nuevo gobierno son fervientes simpatizantes del sionismo genocida israelí.

La administración del presidente Joe Biden continuó la política exterior del gobierno de Donald Trump y lo más probable es que en este segundo gobierno del señor Trump, su política exterior, aun después de la derrota estratégica sufrido por la OTAN en Ucrania, será igualmente agresiva alrededor del mundo, especialmente hacia China.

Lo único que explica la extrema hostilidad de parte de las y los simpatizantes del Partido Demócrata, es su patente sentido de superioridad a lo que Hillary Clinton llamaba “los deplorables”. Esto se basa en sus políticas identitarias a favor de las minorías de la diversidad sexual, su defensa del derecho de las mujeres al aborto y su supuesta solidaridad con las minorías étnicas.

Mucho queda a ver. Por ejemplo, algún comentario sugiere que habrá menos censura bajo la administración de Donald Trump, quien fue vilmente calumniado como un traidor por medio de la campaña del llamado “Russiagate”, ingeniado falsamente por el FBI y la CIA. Algunos sugieren que la influencia de Robert Kennedy hijo puede llevar a hacer público el expediente del asesinato de su padre y de su tío, el presidente John F. Kennedy.

Dado el indudable involucramiento de los terroristas cubanos de Miami en ese acontecimiento, la nominación de Marco Rubio como secretario del Estado sugiere que esa posibilidad no procederá. Sin embargo, es posible que los funcionarios de Donald Trump, por ejemplo, Kash Patel o Tulsi Gabbard, van a poder hacer limpieza de la corrupción en el FBI y la CIA si se confirma la nominación a sus respectivos cargos.

Todas estas y otras fisuras en la altamente fragmentada sociedad norteamericana, se combina con un sistema de gobierno disfuncional guiado por una defectuosa planificación económica dominada por la élite corporativa financiera. La ideología neoliberal de la clase gobernante hace imposible liberar las fuerzas de la producción social, que ha sido un imperativo prioritario para el exitoso desarrollo de la República Popular China.

En este momento, la economía y la sociedad de los Estados Unidos norteamericanos no están en condiciones para enfrentar militarmente a la Federación Rusa y tampoco pueden competir con la fuerza comercial y la sólida capacidad industrial de la República Popular China. Sin embargo, las dementes creencias falsas de todos los sectores de la clase política norteamericana los hacen incapaces de enfrentar esta realidad.

El venidero gobierno de Donald Trump no va a poder sanar las profundas heridas sectarias e ideológicas que dividen a la sociedad de su país. Tampoco va a revertir el declive de su economía en relación al mundo mayoritario liderado por la iniciativa del grupo de los países BRICS+. En términos de paridad de poder de adquisición (PPP), el aporte de la economía norteamericana al PIB global ha caído de 20.1% en 2000 a 15.5% en 2024.

En efecto, las élites gobernantes han actuado para su propio bien de manera desalmada, devorando el futuro de su propio pueblo. Quizás el nuevo gobierno de Donald Trump va poder sostener la ilusión del éxito del llamado sueño americano por medio de las ventajas que su país todavía disfruta a nivel internacional. Pero a nivel interno se va a empeorar todavía más la ya aguda polarización social y la decepción popular con el progresivo declive de su nivel de vida.