Lo inhumano para humanos

Cientos de miles de personas desafían asechanzas selváticas, azares oceánicos y fronterizos, y se arriesgan a travesías peligrosas en las cuales a muchos se les ha ido la vida 

Un insulto diario a la condición humana son los episodios de maltratos, abusos y violaciones de los más elementales derechos de los inmigrantes en la frontera de EE. UU. 

«Limita Estados Unidos los trámites de migrantes», «repunta el arribo de extranjeros indocumentados», «sin posibilidad de atravesar la doble valla –de alambre de púas y agentes estadounidenses–», «…abandono y abuso sobre 4 000 niños en la frontera (de EE. UU.)»… 

El tinglado mediático se explayaría sin la tibieza que acusa en casos como estos, cuyos involucrados son de orígenes no cubanos. No obstante, y muy a contrapelo del hegemón, la tragedia migratoria en las fronteras estadounidenses genera titulares a diario, con sucesos que avergüenzan por su naturaleza inhumana. 

«Texas usurpa poderes en política migratoria», denunció recientemente La Jornada, de México, y cuestionó los actos antinmigrantes de Greg Abbott, gobernador del referido estado. El diario azteca reprodujo una aseveración del Departamento de Justicia de EE. UU., publicada por USA Today. 

El texto de marras, en referencia a Abbott, afirma que «no tiene autoridad constitucional para definir el flujo de inmigrantes indocumentados a través del río Bravo como una invasión, y está usurpando poderes que pertenecen al Gobierno federal». 

Tal parece –y por fuerza de la costumbre ya no sorprendería–, que en los inmigrantes el magnate texano ve solo invasores, y, olvidado de todo y de todos, en términos legales hablando, se extralimitó en sus declaraciones. 

Eso explica que en el citado documento de 150 páginas, el Departamento de Justicia de su país sintiera la necesidad de aclarar que: «si ocurre una ‘‘invasión’’, y cuando es una cuestión de política exterior y defensa nacional, la Constitución compromete específicamente al Gobierno federal». 

«Una invasión –le aclara el documento a Greg Abbott– es una hostilidad armada de otra entidad política, como otro Estado o país extranjero que tiene la intención de derrocar al Gobierno». 

El texto, presentado en el Distrito Oeste de Texas, es parte del litigio en curso interpuesto por el Departamento de Justicia contra Abbott, por colocar boyas gigantes en el río Bravo, cerca de Eagle Pass, «para disuadir la migración irregular». 

Según La Jornada, Luis Miranda, subsecretario adjunto de Comunicación del Departamento de Seguridad Interior de la Casa Blanca, informó que Estados Unidos ha expulsado a indocumentados, y advirtió que seguirá haciendo cumplir las leyes. 

La agencia de prensa AFP, por su parte, al focalizar el asunto, sostuvo que el 12 de mayo pasado «el gobierno del presidente demócrata, Joe Biden, levantó la norma sanitaria conocida como Título 42, la cual permitía bloquear a casi todos los migrantes que llegaban sin los documentos necesarios para entrar al país». 

Fue un remedio más letal que la enfermedad, pues, al mismo tiempo  –según AFP– implementó, para entrar a suelo estadounidense, «nuevas reglas que en la práctica restringen el acceso al asilo, por ejemplo, obligando a los migrantes a pedir cita a través de una aplicación de teléfono móvil, o a tramitarlo en los países por los que transitan». 

«Aquellos que intentan entrar eludiendo estas ‘‘vías legales’’ pueden ser expulsados mediante repatriaciones aceleradas», amenazó Luis Miranda. Y, como para graficar la intolerancia inhumana de su Gobierno, no dudó en hacerlo con cifras: «hemos deportado ya a más de 145 000 personas desde el 12 de mayo», dijo. 

A estas alturas, mayo del 2023 es un cruel recuerdo para cientos de miles de seres humanos que sueñan con llegar a EE. UU, pues marca el momento del calendario en que Washington decidió aplicar el Título 8, norma que permite expulsar a inmigrantes, negarles el reingreso durante cinco años, y encausarlos judicialmente, cuando lo considere. 

Así de «humana» es la naturaleza de EE. UU.; así ha sido siempre y, pareciera, no pretende cambiar. Se gestó como imperio acaso, para, tal como tempranamente lo vislumbrara Simón Bolívar: «plagar a las Américas de miseria en nombre de la libertad». 

Estados Unidos intenta ocultar el trasfondo despiadado de sus abundancias, su consumista modo de vida lo vende, e intenta imponerlo con métodos, tan perversos en la permanente y sutil propaganda como en el intento de asfixiar por hambre y carencias a pueblos que han escogido modelos alternativos. 

Cientos de miles, de muchas partes del mundo, sobre todo de este continente, desafían asechanzas selváticas, azares oceánicos y fronterizos, y se arriesgan a travesías peligrosas, en las cuales a muchos les ha ido la vida, en busca de un destino mejor en la poderosa nación, cuya opulencia descansa en riquezas usurpadas, en guerras y en tierras arrebatadas a sus vecinos. 

Ese drama enluta y traumatiza a miles de familias nuestramericanas, pero no conmueve al destinatario egoísta del norte revuelto y brutal; les niega la entrada. Eduardo Galeano describió esa tragedia como solo sabía hacerlo él: «los manjares están servidos para nosotros; ustedes mírenlo desde lejos; no se les ocurra sentarse a esta mesa; no es para vos, no los permitiremos». 

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