José Ángel Pérez García | Juventud Rebelde
Nuestra región no está al margen de la geopolítica global, pero es cierto que por sus singularidades de todo tipo, encarna un nivel de rebeldía que no es común en otras regiones del mundo. Un análisis de la década culminada aclara mucho al respecto.
La dimensión política es una de las pocas áreas en las que Latinoamérica y el Caribe presentan un comportamiento no acoplado a las tendencias políticas globales.
Esto no significa que nuestra región esté al margen de la geopolítica global, sino que por sus singularidades históricas, culturales, sociales y económicas encarna un nivel de rebeldía —muchas veces sincrónico— que no es común en otras regiones del mundo.
Mientras que en los primeros lustros del presente siglo Europa fue escenario de una ofensiva de la derecha con reiterados posicionamientos ideológicos neofascistas y en Estados Unidos la crisis política terminó expresándose en un gobierno supremacista, misógino y homofóbico (Donald Trump), Latinoamérica fue —y es— escenario de una protesta sincrónica de los Nuevos Movimientos Sociales (NMS) contra el modelo neoliberal de acumulación, en cuyo contexto ha tenido un alto protagonismo el progresismo y la izquierda, más allá de sus límites, incoherencias y contradicciones.
Si bien la Revolución Cubana (1959), tuvo que esperar 20 años para ver triunfar otra revolución popular (la revolución popular sandinista en 1979), desde 1998 se abrió en Latinoamérica un flujo político contestatario, heterogéneamente propositivo e ideológicamente plural, pero con un nivel de unidad funcional a los procesos electorales que devino gobiernos en varios países de Sudamérica, Centroamérica y el Caribe.
Ese flujo lo abrió el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 y su líder histórico, el Comandante Hugo Rafael Chávez Frías en 1998, y lo engrosaron rápidamente otros diez países en una primera oleada, a la que en 2018 se incorporó México (Andrés Manuel López Obrador y su partido, Morena) cuando la ola perdía el empuje de los primeros años y también algunos de sus impulsores.
Los costos sociales del modelo neoliberal de acumulación generalizado en toda la región con la única excepción de Cuba desde el decenio de los años 90, junto a la acumulación de fuerza política de los NMS y otros agentes contestatarios que se oponían a ese modelo en varios países, y la crisis institucional del neoliberalismo en otros, explican sucesivos triunfos electorales de fuerzas progresistas y de izquierda, que unido a Cuba llegaron a construir una correlación de fuerzas políticas, con hegemonía del progresismo, la izquierda y el socialismo, que llegó hasta 2015.
Si bien ese ascenso del progresismo y la izquierda latinoamericana y caribeña a los Gobiernos centrales en varios países es heterogéneo —en lo ideológico, lo político, lo cultural, lo histórico, lo étnico— coincidieron al menos en siete áreas: enfrentar la salvajada neoliberal en lo social, combatir la pobreza, distribuir de manera algo más justa e inclusiva el ingreso nacional y enfrentar la escandalosa desigualdad social, promover determinado desarrollo del mercado interno, rescatar la soberanía nacional, la paz, impulsar la concertación de política y la cooperación sin la presencia de Estados Unidos (Unasur y Celac), y avanzar hacia estructuras de integración alternativas (ALBA-TCP).
Eso acabó con la hegemonía política del neoliberalismo, instalada en el decenio de los años 90, y construyó unidad dentro de la diversidad. Otro aspecto muy interesante es que todos alcanzaron buenos resultados en sus metas sociales —algunos muy buenos resultados como Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua—, y no faltó quien logró hasta el mejor expediente económico entre todos sus homólogos y de toda su historia, como Bolivia.
En conjunto lograron sacar de la pobreza a algo más de 50 millones de latinoamericanos en un corto lapso de tiempo, bajaron la desigualdad social de ingreso y algunos se ubicaron entre 2010 y 2014 entre los países más igualitarios de Latinoamérica, según la medición del índice de Gini. Nueve de esos países clasifican como de desarrollo humano alto o muy alto, según la medición del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo y solo dos como de desarrollo humano medio; ninguno clasifica como país de desarrollo humano bajo.
Alfabetizaron a no menos de 6 millones de iletrados (Método Yo sí Puedo y Yo sí puedo seguir); devolvieron la vista a alrededor de tres millones de ciegos y débiles visuales (Misión Milagro) y dieron seguridad energética a más de 20 países del Gran Caribe.
Estos resultados son los que permiten afirmar que entre 2004 y 2014 se asistió a una década ganada, pero eso cambió a partir de 2015.
La disputa
El desgaste que siempre significa gobernar, los errores, el deterioro económico debido al fin del ciclo de los superprecios de las materias primas, junto a los límites estructurales capitalistas en que los procesos progresistas y de izquierda realizaron su agenda (democracia burguesa representativa y economía de mercado neoliberal) condicionaron fracasos en algunos procesos y golpes de Estado en otros (Honduras en 2009, Paraguay en 2012, Brasil en 2016 y Bolivia en 2019), todo lo cual fertilizó una ofensiva neoconservadora de la derecha que ya venía en marcha y está luchando por descabezar esos gobiernos y todos los esfuerzos de unidad, concertación política e integración alternativa.
Se trata de instalar la matriz mediática de la derrota de los procesos progresistas y de izquierda y la victoria de la derecha, pero la realidad es mucho más compleja que una matriz mediática.
Si bien han ocurrido fracasos y derrotas (Honduras, Paraguay, Argentina en 2015, Brasil desde 2016, Uruguay, Bolivia y El Salvador en 2019) y victorias coyunturales de la derecha, el escenario latinoamericano y caribeño de hoy es mucho más complejo que simples victorias de unos y derrotas de otros.
Hay también resistencias en varios países como Venezuela y Nicaragua; México alimentó el progresismo desde 2018 y en Argentina la fórmula Fernández-Fernández derrotó al macrismo neoliberal en octubre de 2019. La CELACc, que estaba en una especie de crisis existencial, está siendo fortalecida y relanzada con la presidencia pro tempore de México desde enero de 2020, al tiempo que el ALBA celebró su aniversario 15 el 14 de diciembre de 2019.
Los pueblos de Ecuador, Chile y Colombia protagonizaron encarnizadas protestas antineoliberales en 2019, las que continuarán en 2020 debido a que ninguna de sus demandas —en particular la escandalosa desigualdad social— han sido atendidas. En Perú hay una crisis institucional que ha colocado al Gobierno neoliberal al borde del colapso.
Entonces, no es equilibrado acuñar la tesis de la década perdida desde 2012, sino la de una década en disputa.