Los golpes de Estado y las “Repúblicas Bananas”

Andrés Gaudín

*Un hito en la siniestra historia de la United Fruit

El suicidio en 1976 de Eli Black, su entonces presidente, desnudaría una historia anterior y posterior de brutales matanzas, derrocamientos, corrupción y contaminaciones que signó el desarrollo del continente.

El personaje era algo más que un suicida cualquiera. Era nada más y nada menos que Eli Black, el presidente de la United Fruit, la multinacional que había patentado el modelo de golpe de Estado que dio nacimiento a las “republiquetas bananeras”. Por eso es que aquella muerte del 3 de febrero de 1976 se mantuvo apagada todo lo que se pudo, durante diez días.

Imposible ocultar el hecho, por su espectacularidad. Necesario posponer la revelación de la identidad del sujeto, porque con su muerte empezaron a temblar las más sólidas estructuras ligadas a Wall Street. Ese lunes de febrero, Eli Black había llegado, más parco que nunca, a su despacho del piso 44 del edificio PanAm de Nueva York, y tras romper el doble vidrio de su ventana se arrojó al vacío.

Black y todos los ejecutivos anteriores y posteriores de la frutera cargaban con miles de muertos. Para cultivar, producir e imponer el dulce sabor de la banana, la empresa amenazó, maltrató, mató y puso a su servicio a gobernantes de al menos nueve países –Costa Rica, Jamaica, Panamá, Honduras, Guatemala, Colombia, Ecuador, Cuba y República Dominicana–, a la CIA y a los marines norteamericanos. Si un gobierno se rebelaba se lo cambiaba.

En los cánones éticos y morales de esa casta, nada avergonzaba, nada daba lugar a un suicidio. Este llegó hace 45 años, cuando el fisco norteamericano se aprestaba a darle jaque mate a Black por evasión impositiva, como les pasaría luego al mafioso Al Capone y al traficante de armas y líder religioso coreano Sun Myung Moon.

El poder de la United nació en 1873, cuando el aventurero norteamericano Minor Cooper Keith –un emprendedor, según los usos actuales– logró que el general Tomás Guardia Gutiérrez, entonces presidente de Costa Rica, le diera 325 mil hectáreas para destinar al cultivo de bananos y una exención impositiva por 20 años.

Previamente, Cooper Keith había hecho una inversión digna de tal premio: se había casado con la sobrina y amante del general. Mediante sobornos, logró el mismo trato en los otros países. En la tercera década del siglo pasado controlaba el 90% del mercado mundial y contaba en su haber con los dos primeros golpes de Estado (Honduras y Nicaragua) y una brutal matanza, la “Masacre de la ciénaga” del 6 de diciembre de 1928, en Colombia.

Su más resonante crimen es de 1954, el derrocamiento del presidente guatemalteco Jacobo Árbenz. Aunque su programa de reforma agraria establecía la “justa indemnización”, los asesores de la United idearon una campaña que convirtió a la bananera en uno de los más efectivos soldados norteamericanos de la Guerra Fría.

Dijeron que Árbenz era comunista, que su reforma agraria había sido redactada en Moscú y que los despachos oficiales guatemaltecos eran dirigidos por agentes soviéticos. Informes de inteligencia anónimos circulaban profusamente y la prensa de la derecha continental recibía cada día los boletines redactados en la SIP, cargados de falsos testimonios y relatos de la destrucción causada por supuestas bombas lanzadas por terroristas imaginarios.

La última intervención de la bananera, se hizo con su nombre y apellido cuando en abril de 1961, organizó en alianza con el gobierno de John Kennedy, un ejército mercenario para invadir Cuba, la fracasada intervención de la Bahía de los Cochinos. La Revolución había nacionalizado sus propiedades.

Antes, valiéndose de los servicios de Edward Bernays, quien se ufanaba de ser sobrino de Sigmund Freud, la frutera había pretendido lavar su sanguinolenta imagen. Vendió la idea de que sus bananas curaban la celiaquía y la obesidad y eran “el alimento ideal para su bebé”.

En esos años impuso su propio dibujito animado, la “Señorita Chiquita Banana”, creada a imagen y semejanza de la famosa actriz y cantante brasileña Carmen Miranda. Años después, tras asociarse con la United Brands, volvió a cambiar de nombre para llamarse, hasta hoy, Chiquita Brands.

«De pronto, revienta el mundo, súbito trueno de truenos…»

En su más de un siglo de vida feroz, la United Fruit ha cambiado al menos cuatro veces de nombre, hasta llegar a ser la Chiquita Brands que hoy exhibe sus bananas en los bulevares lujosos de París o los mercaditos de los pobreríos argentinos.

Cambió de socios, contrató los servicios de los más mentados marketineros, modernizó su logotipo y trató de disimular en su presente aquel siniestro pasado que trae a la memoria las brutales matanzas de sus trabajadores, la contaminación del suelo, el agua y la atmósfera con los agrotóxicos prohibidos pero usados a destajo para matar plagas y multiplicar la producción.

De todo hizo para mimetizarse, pero es pionera en la violación de derechos y ese pelaje no se cambia. Además, los más grandes escritores americanos grabaron su nombre en textos memorables y dejaron claro de qué se trata cuando se habla de la United, la “yunai”, la voz inglesa United llevada al decir popular caribeño y usada por el costarricense Carlos Luis Fallas para titular su Mamita yunai (1940), la anti madre en realidad, la novela que inspiró a Pablo Neruda a dedicar un poema de su Canto General a Calero, un obrero de la United Fruit.

Fallas lo dibujó como “un gigante oscuro, niño golpeado, harapiento y errante”, y Neruda lo invitó a “cambiar la tierra” para que “no vaya tu sombra alegre / de charco en charco hacia la muerte desnuda”. Los más grandes les siguieron. En una trilogía de 1950-60, el guatemalteco Miguel Ángel Asturias recorrió la historia de la bananera, orlada de golpes de Estado y dictaduras, una historia alabada por la Sociedad Interamericana de Prensa.

En el medio, el también guatemalteco Juan José Arévalo (1956) describió la indisoluble alianza United Fruit-SIP-Estados Unidos en su Fábula del tiburón y las sardinas. En 1961, tras escribir El guatemalazo, el argentino Gregorio Selser prologó Los amos de la prensa, en el que el norteamericano George Geldes describe la trayectoria antidemocrática de todos y cada uno de los socios de la SIP, la alianza empresaria que conforman más de 1300 medios, entre ellos los argentinos Clarín, La Nación y Página 12, entonces inexistente.

En Cien años de soledad (1967), Gabriel García Márquez se detuvo para contar, por boca de José Arcadio Segundo Buendía, cómo fue la “masacre de la bananera”, el 6 de diciembre de 1928, cuando Colombia amaneció teñida de sangre obrera. Siguiendo instrucciones de la Casa Blanca el presidente Miguel Abadía Méndez ordenó al ejército que disparara hasta la última bala para acabar con una huelga de los trabajadores de la United.

En 2009 fue el relato del uruguayo Eduardo Galeano el que conmovió desde Memoria del Fuego III, al recordar la matanza de la ciénaga colombiana: “… entonces, de pronto, revienta el mundo, súbito trueno de truenos, y se vacían las ametralladoras y los rifles”.

Nunca se supo si fueron decenas, cientos o miles los muertos ofrendados a la bananera. Los cadáveres fueron arrojados al mar.

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