Nicaragua, la UCA y la Compañía de Jesús

 

Marvin Ortega | Nica Notes

La maquinaria propagandística de la Compañía de Jesús ha apuntado sus armas a Nicaragua arrojando barro desde miles de escuelas repartidas por todo el mundo. Su audiencia son millones de estudiantes, exalumnos, maestros y clérigos, desde el Superior General hasta sacerdotes de base, y su red de amigos, socios y financiadores, que se vuelven y disparan contra Nicaragua.

¿Por qué los jesuitas atacan a Nicaragua con tanta crueldad? ¿Es un fenómeno reciente o se viene gestando desde hace algún tiempo? La Compañía de Jesús apareció en escena en Nicaragua a principios del siglo XX, como maestros para los hijos de la oligarquía. Cuando los jesuitas desembarcaron en Nicaragua entre 1912 y 1933, la ocupación militar estadounidense estaba en su apogeo, pero los jesuitas no se dieron cuenta.

Siempre tan deseosa de registrar sus experiencias y observaciones sobre el mundo que los rodeaba, la Compañía de Jesús no escribió nada sobre la intervención estadounidense en Nicaragua durante ese período. En 1916 fundaron el Colegio Centroamérica.

A finales del siglo XX, la Compañía de Jesús consolidó su presencia en Centroamérica mediante la fundación de universidades, mientras que un grupo de clérigos jesuitas ganó prominencia como seguidores de la Teología de la Liberación. Las universidades sobrevivieron hasta el siglo XXI, pero la Teología Jesuita de la Liberación no. Los dirigentes de la Sociedad consideraron esto último como una quimera y eliminaron esta práctica antes del nuevo milenio.

El nacimiento de la UCA (1960-1979)

En 1961, la Universidad Centroamericana (UCA) abrió formalmente sus puertas. La UCA surgió con el apoyo de la dictadura de Somoza y de sectores empresariales nacionales, presentándose a la sociedad a través del lente de la exclusividad católica (el catolicismo como única religión verdadera).

El discurso intelectual y académico de la UCA movilizó a su favor el sentimiento nacional de los creyentes, priorizando los valores católicos por encima de cualquier dogma. Interactuó con las estructuras del poder político y económico como una institución flexible y complaciente, dispuesta a ser útil, aquiescente y servil con sus patrocinadores.

Y como era normal en ese momento, fue financiado por la recién creada Alianza para el Progreso, el programa de contrainsurgencia creado por Estados Unidos para contrarrestar un creciente movimiento de lucha revolucionaria contra el capitalismo y el imperialismo estadounidense en América Latina.

La dictadura de Somoza y los capitalistas locales brindaron su apoyo a la nueva empresa contrainsurgente católica, que percibían como una alternativa a las instituciones llenas de sandinistas que estaban poniendo nerviosos a la dictadura y a los capitalistas agroexportadores liberales-conservadores. Apropiadamente, pusieron al mando a un sacerdote jesuita neofascista de extrema derecha, León Pallais, primo de los Somoza.

La financiación de la UCA fue en su momento la mejor expresión de la unidad entre liberales y conservadores. El Partido Liberal, representado por la dictadura de Somoza y sus aliados, ya se había convertido en una herramienta de Estados Unidos; mientras que el Partido Conservador representaba a la clase empresarial de familias que se consideraban intelectuales y que a lo largo de 47 años sirvieron como partidarios ideológicos de la dictadura de Somoza.

La UCA no nació, como reiteradamente afirma el discurso jesuita, como una casa de estudios pluralista. Nació como una institución católica exclusiva para formar a las élites del poder. Fue un resultado del programa de contrainsurgencia de la Alianza para el Progreso, que deseaba imponer una alternativa preventiva y reformista al comunismo. Esto fue particularmente importante dada la amenaza que Estados Unidos sentía por la victoria de la revolución cubana y el surgimiento del FSLN [el mismo año en que se fundó la UCA].

Como lo explicó con entusiasmo el presidente fundador, León Pallais: “La fundación de la UCA fue una colaboración bien organizada entre el capital privado, el Estado y la Alianza para el Progreso”. Lo que Pallais no había previsto era que los sandinistas pronto se colarían. En 1963, los estudiantes sandinistas ya estaban organizando el Centro Universitario de la Universidad Centroamericana, CEUCA, y exigiendo paridad estudiantil en la gestión de la universidad.

En 1965, Casimiro Sotelo, sandinista, era el líder estudiantil más importante de la UCA y fue elegido presidente del CEUCA. Poco después, Casimiro fue acusado de subversivo, expulsado de la universidad por hablar en contra de Somoza y entregado al aparato represivo de la dictadura. Fue asesinado por el ejército de Somoza y los jesuitas ni siquiera se dieron cuenta.

Pero el CEUCA fue sólo el comienzo. La organización anti-Somoza y antiimperialista en el campus se salió del control de la universidad. Fue natural entonces que los fundadores de la UCA, acostumbrados al orden mantenido por el aparato militar de la dictadura, solicitaran el apoyo de la Guardia Nacional para controlar la movilización juvenil estudiantil.

La imagen de la UCA fue carcomida desde dentro. No sólo los estudiantes fueron arrastrados a la lucha antiimperialista, también lo fue el clero jesuita que enseñaba allí. Tuvieron que enfrentarse a la represión, tanto de sus compañeros de la Compañía de Jesús, como de la dictadura militar de Somoza. La represión interna entre los jesuitas fue una señal de que muchos de ellos se sentían incómodos con el modelo conservador y procapitalista de la Compañía de Jesús.

La radicalización del estudiantado dificultó la misión de la UCA de ofrecer una alternativa al movimiento revolucionario liderado por el FSLN. Los funcionarios de la universidad perdieron influencia política sobre el estudiantado, que se hacía cada vez más sandinista. Incluso los estudiantes socialcristianos y reformistas liberales, que competían políticamente con el FSLN, no pudieron encontrar puntos de unidad con la actitud militar represiva de las autoridades jesuitas en la universidad. En enero de 1971, la Compañía de Jesús decidió expulsar a más de 60 estudiantes, en un intento de decapitar la dirección estudiantil del CEUCA.

El 20 de abril de 1971, las autoridades de la UCA subieron la apuesta. Mientras los estudiantes, acompañados por sus familias, realizaban una huelga de hambre en el campus, exigiendo la libertad de los presos políticos y la reinstalación de sus líderes expulsados, el presidente León Pallais llamó a la Guardia Nacional para poner fin a la huelga. Esta decisión dictatorial y autoritaria de la Compañía de Jesús, ordenando la represión y tortura de los estudiantes y sus familias, fue la gota que colmó el vaso.

La protesta pública fue tan fuerte, que León Pallais se vio obligado a dimitir de la UCA, permaneciendo ausente de la universidad y de la vida pública del país durante más de 30 años. Fue reemplazado por el jesuita Arturo Dibar, quien confirmó todas las decisiones de Pallais, reafirmando la expulsión de los estudiantes como una decisión tomada por el principio de autoridad de la Compañía de Jesús. Esta decisión fue rechazada por los estudiantes y por algunos sacerdotes jesuitas de la UCA, agudizando la crisis en las filas de la Compañía.

Para aplastar la disidencia (en la UCA y en otras partes de Centroamérica), el Superior General Pedro Arrupe, envió un comunicado interno a los miembros, en el que recordaba a los disidentes que la Sociedad no era una organización democrática, que no aceptaría tales desafíos, que era imprescindible el deber de respetar la autoridad de la institución, y que cada uno debía obedecer las órdenes de su superior.

Este autoritarismo, sumado al ejercido por las instituciones controladas por los jesuitas, tuvo un efecto inesperado, que también era inevitable: un éxodo masivo de clérigos, estudiantes y seminaristas de las filas de la Compañía, que persiste hasta el día de hoy. La Sociedad y sus portavoces lo explican así:

“… el peor resultado para la Sociedad fue que dejó de reclutar jóvenes entre su propio alumnado. Esta intromisión política mostró cuán obsoletas son las teocracias y las prácticas del cristianismo medieval y los “reinos de Dios”. Como si no hubiera habido Reforma cristiana ni plena libertad de conciencia sin paternalismo, que fue interrumpido por el tradicionalismo nada más cerrarse el Concilio Vaticano II”.

Una vez triunfada la revolución nicaragüense y terminada la dictadura, la Compañía de Jesús quedó expuesta por su connivencia con la oligarquía y la dictadura de Somoza durante más de 63 años ininterrumpidos (1916-1979). Esto minimizó la influencia de los jesuitas sobre el pueblo nicaragüense, no sólo estudiantes o sandinistas, sino también entre el clero católico y no católico y algunos capitalistas. Era un sentimiento que impregnaba a toda la sociedad. Antes de 1979, el pueblo identificaba a los jesuitas como parte de la dictadura de Somoza.

La Revolución Popular Sandinista (1979-1990)

El fin de la dictadura de Somoza y el triunfo de la Revolución Sandinista sorprendieron a la Compañía de Jesús, pero no a los seguidores jesuitas de la Teología de la Liberación. Dado que había varias tendencias políticas entre los jesuitas, la Compañía pudo reaccionar rápidamente, instalando a los Teólogos de la Liberación como el nuevo liderazgo de la UCA.

Esto fue por necesidad y no por elección, e incluyó a algunos a quienes la Sociedad había reprimido y marginado durante la era de Somoza. La Sociedad se dio cuenta de que podía permitir que estos izquierdistas se hicieran cargo de la UCA o la cerrarían. Optó por lo que en aquel momento parecía el mal menor.

Se sumaron nuevos clérigos jesuitas, algunos de Centroamérica y otros de fuera de la región. Algunos jesuitas de la antigua UCA se vieron obligados a abandonar el país por sus estrechos vínculos con la dictadura o posiciones de extrema derecha. El jesuita Amado López (luego asesinado por el ejército salvadoreño) asumió como presidente de la UCA, ya que los jesuitas de la Teología de la Liberación obtuvieron permiso para dirigir la UCA y mantener el orden y la autoridad de la Compañía de Jesús, a pesar de que eso fortaleció la Revolución Sandinista.

El gobierno revolucionario respondió incluyendo a la UCA en la financiación estatal, lo que le permitió convertirse en una universidad popular donde los pobres podían estudiar. La UCA se llenó de hijos e hijas de trabajadores y ganó prestigio.

Este período estuvo marcado por tensiones entre los Teólogos de la Liberación y otros jesuitas, y las autoridades de la Compañía, lo que llevó a la salida, tanto de estudiantes como de sacerdotes de las instituciones jesuitas. Los jesuitas que trabajaban en Nicaragua nunca apoyaron unánimemente al FSLN. En la parroquia jesuita más grande, en Ciudad Sandino, había todo tipo de tendencias políticas.

Los jesuitas tuvieron que aceptar estas divisiones durante los años revolucionarios. Cuando se les preguntó cómo podían pasar de apoyar a los Somoza a apoyar la revolución sandinista (y evitar ser llamados oportunistas que se acercan al poder), los miembros de la Sociedad dijeron que los de la nueva UCA eran “compañeros de viaje de la revolución sandinista”.

Los sandinistas pierden las elecciones y la UCA vuelve a su pasado (1990-2023)

Después de que los sandinistas perdieron las elecciones y un nuevo gobierno asumió el poder en 1990, la Compañía de Jesús pareció perder interés en la opción preferencial por los pobres. En 1997, la UCA volvió al modelo conservador, favorable a Estados Unidos y a las empresas sobre el que se fundó.

Bajo el liderazgo de César Jerez, en 1990 y 1991, la UCA se mantuvo cercana a la revolución sandinista. Por ejemplo, no tuvo reparos en otorgarle a Daniel Ortega, quien estudió en la UCA en los años 60, un Doctorado Honoris Causa por su contribución a la causa de la Paz. César Jerez falleció el 22 de noviembre de 1991 y fue reemplazado por Xabier Gorostiaga, quien comenzó a instaurar cambios que llevaron paulatinamente al abandono de los principios que habían acercado a la UCA a la revolución.

Sin romper abiertamente con su pasado inmediato, el nuevo liderazgo comenzó a replegarse hacia posiciones pragmáticas que suavizaron su relación con el gobierno neoliberal recién elegido y con las agencias estadounidenses y las universidades jesuitas con sede en Estados Unidos, que proporcionaban financiación.

Pronto comenzaron los cambios. En primer lugar, ya no se cuestionaba el neoliberalismo como modelo de exclusión; a continuación, se rechazaron las transformaciones impulsadas por la revolución, al calificarse la década de 1980 como una “década perdida”. Los profesores identificados como sandinistas fueron expulsados mediante contratos cancelados y salarios reducidos, y se aumentaron las matrículas, a pesar de que la universidad siguió recibiendo financiación del gobierno.

Se restó énfasis a las carreras de humanidades y servicios sociales, se recortaron los programas de Derechos Humanos y Cultura y se minimizó el Centro de Documentación. El perfil del estudiantado también cambió, dejando menos estudiantes de clase trabajadora. Las autoridades de la UCA aprovecharon esto restringiendo a la Unión Nacional de Estudiantes de Nicaragüense (UNEN) y al CEUCA; el debilitado movimiento estudiantil no pudo resistir y fue eliminado de la UCA.

Cuando Gorostiaga se jubiló, fue reemplazado en noviembre de 1997 por un jesuita panameño llamado Eduardo Valdés, quien adoptó una estrategia de “acercamiento con el pasado”. Esto incluyó invitar nuevamente al expresidente de la UCA, León Pallais, derrocado en 1971 por reprimir a los estudiantes con la Guardia Nacional. La UCA continuó redescubriendo su pasado con la presidenta Mayra Luz Pérez Díaz en 2005, durante cuyo mandato el número de estudiantes de bajos ingresos se redujo aún más, hasta que la UCA recuperó su posición como universidad elitista.

Fue reemplazada por el jesuita salvadoreño José Idiáquez, estrechamente vinculado a las universidades jesuitas norteamericanas, y cuya presidencia convirtió a la UCA en un centro ideológico antisandinista financiado por USAID y la NED. La UCA comenzó a desarrollar programas de certificación, talleres y cursos para “líderes juveniles democráticos” antisandinistas.

En abril de 2018, resultaron ser actores clave en un intento de golpe de Estado terrorista de derecha. El intento de golpe comenzó en el campus de la UCA, que había sido acondicionado como cuartel y puesto de mando de las organizaciones antisandinistas. Desde su base en la Universidad Jesuita de Seattle, en el estado de Washington, el presidente de la UCA creó un sistema para canalizar fondos de Estados Unidos y Europa a fin de promover actividades antigubernamentales, llamado Iniciativa Centroamericana (CAI).

Utilizando la tecnología y los laboratorios de computación de la UCA, las redes de comunicación se organizaron como verdaderos campos de batalla digitales, sirviendo para difundir noticias falsas contra el gobierno sandinista, que comenzaron a ser tendencia en las redes sociales. Intentaron convertir todas las fuentes de conflicto en protestas políticas, mientras la UCA se convertía en una fábrica de mentiras.

El 18 de abril de 2018, estudiantes de la UCA salieron a las calles en protesta por las reformas de la seguridad social. Con la participación de la administración de la universidad, lanzaron “una campaña coordinada en las redes sociales, que comenzó inmediata y simultáneamente en varias ciudades, junto con miles de perfiles falsos y anuncios patrocinados en Facebook y millones de mensajes de WhatsApp, extremadamente desproporcionados para una población tan pequeña.

Esto tergiversó el contenido real de las reformas a la seguridad social e informó falsamente que un estudiante que protestaba en la Universidad Centroamericana (UCA), había sido asesinado por la policía”. Esta fakenews salió desde la UCA.

Las universidades públicas UNAN y UPOLI fueron invadidas y destruidas por criminales contratados por organizaciones antisandinistas, especialmente el MRS, ya uno de los principales aliados de Estados Unidos en Nicaragua. Pero nada pasó con la UCA, que se había convertido en un centro coordinador de acciones terroristas, a pesar (o quizás porque) la UCA tenía libre acceso a los grupos terroristas. La UCA nunca fue tomada y permaneció intacta, a pesar de que desde allí se originaron las primeras manifestaciones violentas.

“Tuve que visitar el campus [de la UNAN] el otro día. Creo que cualquier estadounidense que se preocupe por la educación pública se habría sorprendido al ver lo que hicieron los elementos armados y estos supuestos estudiantes que la ocuparon, y que simplemente destrozaron los dormitorios de mujeres, demolieron el centro de salud reproductiva que brindaba atención médica gratuita, incluidos servicios de ginecología y obstetricia y rehabilitación a la comunidad local—lo hicieron en esta escuela. Simplemente lo destrozaron. Incendiaron la guardería que atendía a 300 niños del personal, porque era la base de operaciones de estos elementos armados. Podría encontrar fácilmente granadas caseras por ahí”.

El presidente de la UCA, José Idiáquez, se encontraba en Estados Unidos el 18 de abril, cuando los disturbios se intensificaban. Desde allí escribió para incentivar el terrorismo: “Quiero expresarle al mundo que Nicaragua es un país en el que diariamente matan y secuestran personas. Llevamos muchos años viviendo bajo este tipo de opresión; no es justo”.

Mientras se desarrollaban la violencia y las muertes, una ex vicerrectora de la UCA le escribió al padre Idiáquez sobre las amenazas de muerte que estaba recibiendo su familia y pidiéndole su intervención para detener el derramamiento de sangre de sandinistas y no sandinistas. El presidente Idiáquez no respondió a sus mensajes ni reaccionó ante las amenazas de muerte.

Tomó tiempo investigar cómo se habían canalizado los fondos de ayuda para promover la violencia, porque en 2018 y 2019 Nicaragua no tenía leyes para rastrear el financiamiento de gobiernos extranjeros a organizaciones sin fines de lucro. Pero en 2020 se aprobaron leyes específicas para regular la financiación extranjera de organizaciones sin ánimo de lucro, estableciendo la obligación de informar sobre los fondos recibidos y su finalidad, así como la obligación de combatir las mentiras en las redes sociales.

Desde la promulgación de estas leyes, que existen en decenas de países alrededor del mundo, incluidas las potencias imperialistas, la UCA y la Compañía de Jesús se han negado a cumplir.

Se revoca la personería jurídica de la UCA y de la Compañía de Jesús (2023)

Nicaragua decidió cerrar el capítulo de una universidad y una orden religiosa que se sentían por encima de la ley y podían imponer su voluntad al pueblo y al Estado nicaragüense.

Durante tres años, el Ministerio de Gobernación esperó a que la UCA y la Compañía de Jesús presentaran los estados financieros de los ejercicios 2020, 2021 y 2022, mientras ninguna de las dos instituciones se molestaba en cumplir con la Ley General de Regulación y Control de Organizaciones sin Fines de Lucro, lo que habían hecho en años anteriores sin incidencias.

Desde 2020 no habían cumplido con el requisito de elegir una junta directiva, lo que obstaculizó la supervisión de sus flujos de ingresos y la gestión de fondos. Esto impidió que el ente regulador nacional verificara las actividades y proyectos de la UCA y de los jesuitas, para ver si estaban acordes con los objetivos y propósitos por los cuales se les otorgó el reconocimiento legal.

Fue una actitud de abierto desafío a la legitimidad del Estado. Los jesuitas asumieron que su estatus y sus relaciones con los ejes del poder mundial les permitirían burlarse de Nicaragua. Ante esta arrogancia y provocación, el Ministerio del Interior canceló su personería jurídica, como exige la ley.

Ante los delitos cometidos al amparo de la UCA, el Juzgado Décimo Penal de Distrito ordenó el embargo de todos sus bienes, que ahora son propiedad del Estado de Nicaragua. El Consejo Nacional de Universidades, órgano rector del sistema de educación superior, canceló la licencia de funcionamiento de la UCA, creó la Universidad Nacional Casimiro Sotelo y designó a sus autoridades. Esta Universidad será financiada por el gobierno de Nicaragua.

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