Objetivo Teherán

 

Fabrizio Casari

Irán, Líbano, Siria, Irak. Oriente Próximo y el Golfo están siendo atacados por Israel y Estados Unidos, ya sea directamente o por delegación. Estados Unidos declaran su ajenidad a los atentados o dicen que Israel no les había informado.

Entonces la CIA, que dispone de enormes recursos y de un altísimo nivel de penetración en las instituciones regionales y en la comunidad diplomática de aquella parte del mundo, así como de una red de alianzas operativas con diversos países, no ve ni sabe nada. Si este fuera el caso, tendríamos que tomar nota de un profundo cambio en el juego que los servicios de inteligencia occidentales en la región. Si no fuera así, significaría que Estados Unidos está provocando a Irán de común acuerdo con Israel y persiguiendo el objetivo de implicarlo cada vez más en el conflicto israelo-palestino.

La reivindicación del Isis no ha convencido a nadie, y por varias razones, la primera de las cuales es que el Isis reivindica sus atentados en tiempo real y no 24-48 horas después, luego es difícil creer tanto la autenticidad de la realización del doble atentado. En su estado actual, Isis no parece capaz de planificar y ejecutar un operativo de ese nivel. Y ello no porque sea insuperablemente difícil de llevar a cabo en la práctica, sino porque una acción de este tipo, en este momento y hacia Irán, requiere no sólo una capacidad sobre el terreno, sino también una cobertura política de la que Daesh no goza, al haber perdido a sus dos antiguos aliados: Ankara y Ryad.

El panorama que ha surgido en el Golfo, ve a Arabia Saudí (que inspiró y financió al Isis, junto con Turquía) con un perfil distinto al de hace apenas un año: la reapertura de relaciones diplomáticas con Teherán y su entrada en los BRICS, los marcados contrastes con el gobierno de EEUU y el papel protagónico de China, dibujan un contexto muy diferente al del pasado.

Los planes de Israel y Estados Unidos

Así que, si Isis fuera el autor de los atentados, sería lógico pensar en quién desempeñó el papel de liderazgo político y de ayuda sobre el terreno. No se nos escapa que el doble atentado se produjo cerca de las anunciadas conversaciones para una tregua en Gaza que Netanyahu ni siquiera quiere considerar, y si tenemos en cuenta que en toda la historia de Daesh no hay rastros de enfrentamientos con Israel, el panorama se vuelve más enrevesado, pero a la vez más claro.

Y puesto que el objetivo de estos últimos ataques es Irán, hay que preguntarse a quién beneficia una escalada del conflicto y la implicación directa de Teherán. Los enemigos de Irán son básicamente Estados Unidos e Israel, aunque aparentemente con enfoques diferentes. Por supuesto, las monarquías del Golfo también verían con buenos ojos, en principio, una reducción iraní, pero el temor a la expansión a sus reinos de un posible conflicto les disuade de empujar en la dirección de la guerra, y en esta fase siguen decididamente más interesadas en la coexistencia que en la confrontación con Irán. Las transformaciones que se están produciendo en la zona y en la relación directa con los ayatolás, de hecho, sugieren cautela a la hora de secundar los planes israelí-estadounidenses que estarían dispuestos a asaltar Teherán sin preocuparse por las repercusiones generales sobre la gobernabilidad en la zona del Golfo y Oriente Próximo.

Son planes que, con más o menos detalle, contemplan el mismo escenario: doblegar a Irán con todo lo que ello conlleva, desde la red guerrillera chií hasta Siria y la ya consolidada relación con Moscú, con la que el intercambio militar es respetable. Doblegar a Irán implicaría un nuevo diseño del equilibrio político, un nuevo escenario militar, y también vería modificada en parte la configuración interna de la Opec, que hace tiempo que dejó de estar bajo control político occidental.

Apoyando firmemente la idea de un enfrentamiento general con sus enemigos está la derecha religiosa que gobierna con Bibi Netanyahu (pero no solo). Irán, Líbano, Siria e Irak son el escenario para la expansión de la guerra que desea Israel. Que cree que el despliegue actual de sus fuerzas armadas y el apoyo de EEUU pueden permitir una victoria a gran escala. Siguiendo las enseñanzas de Tucídides, creen que Irán, paralizado por el embargo occidental, puede ser vencido porque carece de los recursos financieros, políticos y militares necesarios para resistir un ataque concéntrico de Israel y Estados Unidos.

El gobierno sionista piensa que, si se le da tiempo para continuar con su escalada militar, Teherán podría convertirse a corto o medio plazo en un enemigo mucho mejor equipado y más poderoso de lo que es ahora, por lo que ven como una ventaja forzarle a entrar en guerra hoy mismo, si se cuenta con el respaldo de Estados Unidos y el Reino Unido. En esencia, se trataría de agravar aún más una crisis que ya está en marcha y la probada impotencia de la comunidad internacional para evitarla.

Dejando a un lado el enésimo horror en desafío al Derecho Internacional del que sería culpable el Occidente colectivo en una guerra contra Irán, aunque no es éste el lugar para hacer valoraciones militares sobre las posibilidades de éxito de la agresión, hay que decir que la idea de que derrotar a Irán está al alcance de la mano es una idea decididamente equivocada, hija de un cálculo ideológico carente de evidencias históricas y militares.

El gobierno de Netanyahu cree que el destino de Gaza puede reproducirse en Teherán y propone un ataque inminente, alegando que en cinco años Irán habrá desarrollado la cuota de enriquecimiento de plutonio útil para el uso nuclear con fines militares. Pero el fanatismo sionista debería comprender que Gaza no es Teherán. Una comunidad ocupada no se parece en nada a un gran país soberano y poderoso. La producción bélica y la tecnología militar (de primer orden) de Irán y sus 850.000 soldados, el apoyo que los ayatolás recibirían de Moscú y Pekín, equilibrarían un enfrentamiento que algunos en Tel Aviv imaginan desequilibrado a su favor y, por tanto, una conclusión inevitable.

Hoy se cometería el mismo error al pensar que la región saldría indemne. Incluso el mero bloqueo del estrecho de Ormuz, por donde transita el 40% del petróleo mundial, sería un desastre para los agresores porque golpearía en primer lugar a Occidente, ya puesto a prueba por el fin de los suministros rusos.

Entonces, dado que los estrategas occidentales son muy conscientes del escenario que les espera, ¿qué les lleva a buscar la guerra con Irán? ¿Qué hace pensar que Occidente podría apoyar una aventura muy difícil, tanto más cuanto que se encuentra muy mal almacenado y debilitado por la derrota de la OTAN en Ucrania? La idea es la de una operación necesaria con motivaciones mucho más amplias que Oriente Medio: el objetivo serían los BRICS.

En los cálculos que se están haciendo en Washington y Londres, una guerra contra Irán supondría una desestabilización devastadora para el nuevo marco de alianzas que se ha formado en el Golfo Pérsico, donde el fortalecimiento de la influencia rusa y china ha contribuido a remodelar los anteriores acuerdos prooccidentales. Pondría en tensión la alianza militar entre Irán y Rusia, el recién reabierto diálogo de Teherán con Riad y el papel político y diplomático de China en la zona.

Una crisis militar podría desembocar en dos salidas: o bien el inicio de un conflicto total entre el Norte y el Sur, aunque librado en un marco regional y que podría escalar incluso hasta un conflicto nuclear en un ámbito limitado, o bien un efecto desestabilizador sobre la todavía tímida unidad política de los BRICS, hasta el punto de hacer colapsar la alianza entre las naciones que le dieron origen y que la están fortaleciendo día a día. Pero incluso en este caso, los cálculos occidentales serían erróneos: el proceso de construcción del mundo multipolar está más avanzado de lo que imaginan y no hay posibilidad de invertirlo.

En resumen, si en Israel prevalece la voluntad de golpear a Irán, en Washington estarían más interesados en desestabilizar a los BRICS. Dos objetivos entrelazados que podrían convertirse, ahora o más adelante, en un proyecto común. La urgencia de Estados Unidos por contrarrestar y posiblemente detener la desdolarización de la economía internacional, premisa y a la vez consecuencia del crecimiento de la influencia económica y política de los BRICS, se abre paso en algunos de los think tanks estadounidenses más cercanos al Partido Demócrata. Los cuales, como nos enseña la historia, en lugar de explorar caminos de paz y coexistencia, se dedican a diseñar guerras que luego suelen perder.

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