Perú: La unidad

Gustavo Espinoza M.

El candidato presidencial Pedro Castillo Terrones y la lideresa de Juntos por el Perú, Verónika Mendoza, suscribieron un acuerdo histórico que consagró la unidad de las fuerzas progresistas con miras a las elecciones del 6 de junio.

Podrían añadirse otras palabras el título de esta nota. No es necesario. La palabra basta y engloba todas las definiciones. La unidad es realidad, es lucha, es victoria, es compromiso, es deber, es todo. No requiere adiciones.

Fue el miércoles 5 de mayo en la sede de un club provinciano, cuando finalmente se selló, en nuestra capital, la unidad de la izquierda en el marco del proceso electoral que nos convoca.

Quizá dentro de algunos años la fecha sea considerada un hito en la historia del movimiento popular. Y hasta tal vez haya quienes aludan a la circunstancia, vinculándola con algo en lo que los protagonistas de ese acuerdo simplemente no pensaron.

Muy lejos del turbulento escenario de la Avenida Brasil, en su tumba de Highgate, quizá haya sonreído el fundador del socialismo científico. Después de todo, y aunque probablemente sin darse cuenta, los peruanos le hicieron su mejor homenaje, al cumplirse los 203 años de su nacimiento.

Casi al caer la tarde, el candidato presidencial del movimiento popular, el profesor Pedro Castillo Terrones, y la lideresa de Nuevo Perú y de Juntos por el Perú, Verónika Mendoza, suscribieron el acuerdo que consagró la unidad de las fuerzas progresistas de nuestra patria, con miras al próximo 6 de junio.

Es verdad que el convenio fue rubricado en el marco de una jornada electoral. Se podría deducir entonces que ella constituye el marco de ese acuerdo y que no se trata de un entendimiento ni político, ni programático. Pero no es así.

Objetivamente generó un documento de coincidencias puntuales que refleja un contenido programático. Pero al mismo tiempo recogió una voluntad, que fue subrayada por los actores principales del acuerdo: la de asumir la conducción del país para llevarlo por un derrotero nuevo, de dignidad y de justicia.

Nunca antes había ocurrido eso en el Perú. Se pueden evocar los dos acontecimientos que podrían servir de antecedente: en 1945 la formación del Frente Democrático Nacional que postulara al luego candidato triunfante, José Luis Bustamante y Rivero; y en 1980, el acuerdo constitutivo de Izquierda Unida que la proyectó como verdadera alternativa de gobierno y de poder.

Pero en este caso, el entendimiento fue cualitativamente más calificado. El del 45 generó una alianza gubernamental que se truncó muy pronto por el accionar corrosivo del APRA. Y el del 80, aunque respaldado por partidos orgánicamente solventes y políticamente definidos, asomó como un entendimiento puntual, que sólo después proyectó perspectivas de poder.

En este caso, la unidad forjada es el resultado de una fragorosa experiencia de lucha. Pero también la consecuencia de una voluntad múltiple, demandada por las masas y sostenida como un objetivo esencial para confirmar una real posibilidad de victoria.

Es bueno entonces que se le confiera el peso que tiene. La unidad no suma; multiplica. Y proyecta un escenario que deberá subsistir, incluso al margen de los resultados electorales de la contienda que se avecina.

Es claro que si se confirma la victoria electoral de Perú Libre en la votación de junio, el acuerdo del 5 de Mayo pondrá al movimiento popular ante un reto gigantesco. Para encararlo, todos tendremos al frente una tarea inédita.

Ella deberá ser encarada con responsabilidad y presupondrá dejar de lado el sectarismo y la mezquindad. En la otra variante, si la victoria fuera esquiva, quedará planteada la lucha contra un gobierno írrito y vulnerable.

Y es que más allá de las adhesiones puntuales que recibe hoy la candidata Keiko Fujimori, su gestión asomaría herida de muerte; y el 80% de los peruanos sentiría que no le debe respeto ni obediencia a un gobierno envilecido y uncido sobre sangre.

Por lo demás, ese régimen sería repudiado por pueblos y gobiernos de nuestro continente, y aun del escenario europeo. Y es que todos saben de la mochila siniestra que carga Keiko Fujimori.

Ahora -lo hemos dicho antes- América Latina es un campo de batalla en el que los pueblos luchan resueltamente por su independencia y su soberanía. Y eso lo saben los promotores de Fuerza Popular, el engendro del fascismo en el Perú de hoy. Los dramáticos sucesos de de Colombia hablan por sí solos.

En ellos de alguna manera asoma el mensaje que el keikismo ofrece hoy a los peruanos. Como acertadamente lo señalan las redes, lo que Fujimori ofrece a los peruanos es que no vivan como en Venezuela, sino que mueran como en Colombia.

Y esto, en el marco de una insufrible histeria anticomunista que amenaza con resucitar el siniestrto artículo 53 de la Constitución de 1933 que prohibió la existencia del Partido Comunista por ser una “organización internacional”.

En el caso, sin embargo, el marinero Montoya va más allá. Busca quitar derecho electoral a los comunistas y a todos los que su ínclita excelencia considere tales. Él, que hace gárgaras con la palabra “democracia”, se atraganta con ella y busca recortarla, porque termina siendo la soga que lo ahorca.

Como dijera Engels en 1895, los comunistas –y todos los que nos señalan como tales- nos valemos mejor de los métodos democráticos que los propios “demócratas”. Y podremos vencerlos gracias a la unidad que refrendamos el 5 de mayo y a la voluntad de lucha de todos los peruanos.

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