Alina Perera Robbio | [email protected]
La única manera de mantener vivo el legado de Fidel, de ser fieles a su genialidad revolucionaria, es estudiar la historia de su vida, así como las enseñanzas que en el orden político, filosófico y espiritual nos ha dejado, no como material de biblioteca, sino como herramientas para vivir en un mundo cada vez más hostil y complejo.
Antes de Fidel; y después de él. Así será, como con Cristo. Y muchos seres humanos, especialmente los hijos de Cuba, sabrán que, habiéndose convertido el líder excepcional en legado, luego de acompañarnos terrenalmente, estamos habitando una nueva era.
Es decir, que somos seres fronterizos; algunos, con el privilegio de haber escuchado al Comandante en Jefe en su propia voz, de haberlo visto en su pasión y entrega durante gran parte del siglo XX y algo del XXI; y otros muchos con tan solo la evocación y el afán de imaginarlo a través de testimonios de quienes sí coincidieron con él en tiempo y espacio.
«Me quedé sin poderlo entrevistar…», me dijo hace poco una colega muy joven. Reparé entonces en los velos que el paso del tiempo va tendiendo en el camino; y en cómo en lo adelante sucesivas generaciones tendrán al líder de la Revolución como un importantísimo ejemplo, pero —he aquí el desafío— como un referente que se aleja cronológicamente y que solo puede mantener su vigencia y gravitación sobre cada uno de nosotros, si se estudia la historia de su vida, así como la herencia que en el orden político, filosófico y espiritual nos ha dejado, no como material de biblioteca, sino como herramientas para vivir en un mundo cada vez más hostil y complejo.
Repasaba en estos días las Reflexiones del Comandante en Jefe. Con él me sucede como con José Martí: me enfrento a un universo en el cual un concepto lleva a otro, en una invitación a no terminar la lectura. Esta vez quería ubicar su idea —para mí de las más profundas— acerca de que el trabajo ideológico nunca termina, pues vivimos en el mundo de los humanos. Y en esa búsqueda pude volver sobre su texto titulado Regalo de Reyes, con fecha del 14 de enero de 2008, y terminado de escribir a las 7:12 de la noche.
Rica, llena de información del momento, de remembranzas sobre la historia de la humanidad, de análisis y de frases para todos los tiempos, encontré en el artículo expresiones como las siguientes, las cuales me atrevo a sacar con pinzas a riesgo de descontextualizarlas: «Lo bueno se espera, lo malo sorprende y desmoraliza. Estar preparado para lo peor, es la única forma de prepararse para lo mejor».
«La escritura, como muchas personas saben, es un instrumento de expresión que carece de la rapidez, el tono y la mímica del lenguaje hablado, que no utiliza signos. Emplea varias veces más del escaso tiempo disponible. Escribir tiene la ventaja de poder hacerlo a cualquier hora del día y de la noche, pero no sabes quiénes van a leerlo, muy pocos pueden resistir la tentación de mejorarlo, incluir lo que no dijo y tachar parte de lo dicho; a veces sientes el deseo de echarlo al cesto por no tener al interlocutor delante. Toda mi vida lo que hice fue transmitir ideas sobre los sucesos tal como los veía, desde la más oscura ignorancia hasta hoy en que dispongo de más tiempo y posibilidades de observar los crímenes que se cometen con nuestro planeta y nuestra especie».
A continuación de lo anterior —y es este el corazón de mis líneas—, Fidel extiende a las nuevas generaciones un consejo que es legado en el cual habitan las claves de cómo ser en estos tiempos. Para quienes hace ya dos años en la Plaza de la Revolución, durante la velada por la partida física del líder, exclamaron desde lo emotivo «Yo soy Fidel» cuando un amigo de Cuba preguntó dónde estaba el Gigante, asumir cabalmente las recomendaciones del extraordinario luchador es un modo de tenerlo presente y vigente, sin que este se diluya en el tiempo.
Dejó escrito Fidel: «A los revolucionarios más jóvenes, especialmente, recomiendo exigencia máxima y disciplina férrea, sin ambición de poder, autosuficiencia, ni vanaglorias. Cuidarse de métodos y mecanismos burocráticos. No caer en simples consignas. Ver en los procedimientos burocráticos el peor obstáculo. Usar la ciencia y la computación sin caer en lenguaje tecnicista e ininteligible de élites especializadas. Sed de saber, constancia, ejercicios físicos y también mentales.
«En la nueva era que vivimos, el capitalismo no sirve ni como instrumento. Es como un árbol con raíces podridas del que solo brotan las peores formas de individualismo, corrupción y desigualdad. Tampoco debe regalarse nada a los que pueden producir y no producen o producen poco. Prémiese el mérito de los que trabajan con sus manos o su inteligencia».
«Ser dialécticos y creadores. No hay otra alternativa posible». Esas últimas palabras me hicieron pensar en Julio Antonio Mella, el muchacho que nos pidió fuésemos seres pensantes, no seres conducidos. En nuestra historia sería imperdonable desconocer continuidades tales, sobre todo si estamos hablando de quienes hoy tienen el mundo por delante.
Nadie piense, desde luego, que llevar a la práctica las recomendaciones del Comandante en Jefe será un paseo sobre pétalos de rosas. La burocracia, por ejemplo, el corsé de un pensamiento rígido tan consustancial a ella, presentará siempre muros terribles, emparentados con la inducción del temor y del castigo posible, sombras que solo podrán ser superadas por la virtud y por la capacidad, por una voluntad fuerte y llena de optimismo y confianza en el triunfo.
Lo otro es que a la modestia, a la ética —a esa idea martiana y que tanto gustaba a Fidel de que toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz— siempre querrán distraerles el centelleo de la vanidad, del éxito hueco y estridente, no sustentado en el denuedo y en el paso tenaz y hasta muchas veces callado. Salir ilesos de esa dicotomía nunca será fácil.
La ignorancia como mal terrible, no educar a quienes crecen, son también certezas recurrentes en las Reflexiones del Comandante en Jefe. Solo estudiar, incluso hasta el rigor de la ciencia, podrá salvarnos.
Solemos hablar mucho entre cubanos sobre el concepto de Revolución, otra definición capsular donde hay ideas que muchas veces repetimos, pero sobre las cuales debemos preguntarnos todos los días cuán realizables y defendibles son, porque en cada una de ellas hay brújulas invaluables para quienes se propongan ser coherentes con el pensamiento y la praxis fidelistas.
Recordemos —por su valor— el concepto, y meditemos en que corporizarlo tampoco será sencillo, sino que implicará, comenzando desde lo más recóndito de cada uno de nosotros, una batalla de conciencia cuyo desenlace, si la Revolución gana en la balanza, habrá mantenido intacto el legado de Fidel:
«Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo».