Juana Carrasco Martín | Juventud Rebelde
Un jefe del Pentágono que guardó el secreto de su precario estado de salud, ha destapado preocupaciones en Washington cuando el mundo está bien complicado.
EL secretario de Defensa de Estados Unidos, general retirado de cuatro estrellas Lloyd Austin, canceló su viaje a Bruselas para reuniones de la OTAN y Ucrania. No podía hacer menos, cuando fue nuevamente internado en la unidad de cuidados intensivos del centro médico Walter Reed con síntomas «que sugieren un problema emergente de vejiga», según anunció el domingo pasado el secretario de prensa del Pentágono, el mayor general Pat Ryder.
Debía encabezar la reunión del Grupo de Contacto de Defensa de Ucrania (UDCG) y luego una reunión de ministros de Defensa de la OTAN. Mas nuevamente tuvo que transferir funciones a la subsecretaria de Defensa, Kathleen Hicks, y esta vez sí notificó de inmediato al presidente Joseph Biden, al presidente del Estado Mayor Conjunto y al Congreso, al contrario de lo sucedido en enero cuando pasó por alto ese protocolo, y le llovieron las críticas como era de suponer.
Algunos puede que no se lo perdonen, pues está programado que a finales de febrero comparezca ante el Comité de Servicios Armados de la Cámara de Representantes sobre esa omisión, que de ninguna manera puede considerarse una nimiedad, a pesar de que Austin había hecho un mea culpa: «Quiero ser muy claro: no manejamos esto bien. Y no manejé esto bien. Debería haberle contado al presidente sobre mi diagnóstico de cáncer. También debería habérselo dicho a mi equipo y al público estadounidense, y asumo toda la responsabilidad. Pido disculpas a mis compañeros de equipo y al pueblo estadounidense».
Probablemente sí podrá acudir a esa citación, ya que el martes de esta semana que concluye fue dado de alta de esta tercera hospitalización desde diciembre pasado, y esperaban que pudiera regresar al Pentágono, aunque mientras tanto desempeñaría funciones «de forma remota desde casa», dijo un comunicado del Departamento de Defensa, conocido poco después de que la subsecretaria de prensa, Sabrina Singh, dijera que Austin estaba «en buenas condiciones» e, incluso, podría pronunciar discursos de apertura virtuales en el Grupo de Contacto de Defensa de Ucrania.
Retrocedimos unas semanas y comprobábamos entonces que cosas extrañas estaban ocurriendo hacia el interior del Gobierno de Estados Unidos. Las preguntas obligadas eran: ¿quién manda, quién decide, cómo se relacionan el presidente y los miembros de su gabinete?
Interrogantes que saltaban a la vista cuando se conoció que durante varios días el Pentágono no informó al presidente Joseph Biden —tampoco al asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, como corresponde— que el secretario de Defensa, Lloyd Austin, estaba hospitalizado desde el 1ro. de enero, había sido sometido a una operación quirúrgica y no todo había salido bien… Solo el 4 de enero se conoció la situación en la Casa Blanca, pero no todo…
Biden mantuvo entonces una «conversación cordial» con Austin y se informó a la prensa que «el presidente tiene total confianza en el secretario Austin». Un portavoz del Consejo de Seguridad Nacional se hizo eco de ese sentimiento y señaló que Biden «espera con ansias que [Austin] regrese al Pentágono».
El procedimiento médico a que había sido sometido Austin no era nada sencillo, se le había detectado cáncer. Ahora, al parecer hay una recaída. Lamentable para la persona, pero quizá peor para la fortaleza de la nación.
Sin embargo, lo cierto es que la condición de salud del jefe del Pentágono sorprendió a todo el personal de la Casa Blanca, en momentos en que la administración Biden está, de una manera u otra, involucrada en más de una guerra, por cierto, de grandes complicaciones y envergaduras, no solo desde el punto de vista militar, sino en las situaciones políticas que están dejando a su paso.
En especial, puede verse negativamente para el «prestigio» de EEUU y de su actual mandatario, quien aspira a continuar en el cargo en 2024, cuando en su contra tiene más de una situación contraproducente que intensifica su desde hace rato baja popularidad y credibilidad.
Destacó la publicación Politico cuando comenzó la saga Austin, que los empleados del Consejo de Seguridad Nacional se sorprendieron de la tardanza en conocer sus condiciones médicas y, por demás, el Congreso solo fue informado 15 minutos antes de que se hiciera público mediante una declaración del Departamento de Defensa.
Y el mundo estaba y está complicado
Veamos algunas de esas circunstancias: el Pentágono aseguraba que se había quedado sin fondos para la «ayuda» militar al Gobierno ucraniano, y no es tan unánime el respaldo de todos los miembros de la OTAN a continuar ese apoyo militar; aunque por fin el pasado martes el Senado aprobó el proyecto de ley de ayuda militar exterior de 95 mil millones de dólares que incluye como «beneficiarios» no solo a Ucrania, también al Israel, que protagoniza una guerra genocida contra el pueblo palestino, repudiada por casi todo el mundo, y a Taiwán, punto de provocación peligrosa contra China. Por cierto, fue una inusual sesión nocturna la del cuerpo legislativo, como para aplicarle a esa complicidad en el crimen de guerra los cargos de «nocturnidad y alevosía».
También en el escenario del comienzo de este 2024, Irak anunciaba que las tropas estadounidenses que aún se encuentran en su territorio debían ser retiradas y se producían allí ataques contra instalaciones estadounidenses, al igual que en las zonas que ilegalmente ocupan en Siria para robarle la riqueza petrolera, y la poderosa flota de la Armada estadounidense en el Mar Rojo se empleaba contra los pequeños botes de los rebeldes hutíes, que impiden con sus ataques a buques mercantes la llegada de suministros —fundamentalmente petroleros— a Israel.
Por otra parte, Israel se ha convertido en un socio respondón ante algunas tibias observaciones procedentes de Washington sobre cómo va desarrollándose la matanza de civiles en Gaza.
Todo esto apunta claramente a que el conflicto se está ampliando en el Medio Oriente. Ya no es solo Gaza, ni los desmanes de los colonos extremistas judíos y las fuerzas represivas del ejército israelí en la Cisjordania ocupada y en Jerusalén Este.
Esa extensión pareciera que inquietaba a Politico, reflejo de la toma de conciencia de la situación por parte de algunos funcionarios de la administración Biden, no para detener los acontecimientos, sino para darle una respuesta militar contundente que detuviera a los rebeldes yemenitas y de otros grupos de resistencia dispuestos a defender a Palestina.
La publicación estadounidense citaba entonces estos eventos: «Ataques con drones estadounidenses en Bagdad que mataron al líder de la milicia iraquí Mushtaq Taleb al-Saidi, el asesinato del subjefe de Hamás, Saleh al-Arouri, en un ataque con vehículos aéreos no tripulados israelíes en Beirut, la capital libanesa, y dos explosiones en Irán que cobraron 84 vidas e hirieron a casi 300 personas».
Agregaba: «Situaciones lo suficientemente graves como para que la comunicación del Presidente con su Departamento de Defensa fuera clara y fluida», lo que no sucedió. Austin conocía de su enfermedad desde principio de diciembre y la prostatectomía le fue aplicada el 22 de ese mes.
Con tantos líos geopolíticos y militares en que está sumido Estados Unidos —sin olvidar las pretensiones de algunos de también hacerle la guerra a China—, el secreto que rodeó la situación médica de Austin es mucho más que un asunto de privacidad entendible en cualquier ser humano. El problema es que él no lo es, pues sobre sus hombros carga una buena parte de la responsabilidad de la seguridad de la principal nación imperial y de las guerras que lleva a cabo, iniciadas a su cuenta personal, mantenidas en el tiempo o ampliadas.
Está en la palestra la desconfianza y la incertidumbre, la falta de transparencia y de comunicación dentro de la administración Biden. Las críticas llueven, y no solo desde el campo republicano, también en las filas de los demócratas hay algo más que murmuraciones y preocupaciones.
De ahí que la Casa Blanca iniciara una revisión de los protocolos sobre cómo los funcionarios del gabinete delegan autoridad, y fue Jeff Zients, jefe del gabinete, quien envió de inmediato un memorando a los secretarios de los departamentos —léase ministros— que mientras esa revisión se desarrolle, las agencias deberán notificar a la Oficina de Asuntos del Gabinete y al jefe de gabinete de la Casa Blanca en caso de que necesiten delegar sus funciones, y puntualizaba: cuando viajen a áreas con comunicación limitada, durante una hospitalización o cuando se sometan a un procedimiento médico que requiera anestesia.
Mi abuela diría que en la administración Biden «el horno no está para pastelitos» y la situación requiere que no los cojan con la guardia baja, y mucho menos al Pentágono. Tenga en cuenta que el jefe del Departamento de Defensa es el sexto en la línea de sucesión presidencial y segundo en la línea de mando militar, con solo el presidente del país por sobre él.