Romper la burbuja

Frei Betto

No guardo ni el menor sentimiento de nostalgia del año que pasó.

Año de discursos gubernamentales acusadores y amenazantes, de mentiras oficiales, de renuncia a la soberanía nacional. Sin embargo, me quedan muchas preguntas. ¿Cómo explicar la inercia de un pueblo que es vilipendiado todos los días en sus derechos? ¿Dónde y cuándo nos robaron la voz y el voto? ¿Por qué nuestra indignación no se traduce en protesta colectiva?

Hay una profunda herida en el alma triste del Brasil. Hemos perdido el sentido del humor (¿Alguien conoce algún chiste nuevo?), y si por acaso una sátira cometa la osadía de romper las tinieblas, es recibida con cocteles Molotov y el silencio cómplice de las autoridades.

¿Por qué ése grito detenido en el aire? Parece que todo está en suspenso: la democracia, los derechos humanos, la libertad. He aquí el macabro teatro en el cual se desenvuelve la tragedia cuyos actores y actrices ríen de sí mismos, mientras la platea, atónita, no sabe cómo detener la sangría de las víctimas de tantos sacrificios o repartir el pan para aplacar el sufrimiento de los hambrientos.

Las calles de mi país se tornaron intransitables. Los vehículos se asemejan a bestias enajenadas, convencidas de que la estridencia de sus bocinas tiene el poder de abrir camino a hierro y fuego. En las aceras, reducidas a zanjas, cuerpos harapientos, abatidos por el alcohol y las drogas, retratan la ontológica injusticia del sistema que nos engloba.

Ocurre que la mayoría encorvada por la desesperanza. solo puede ver el árbol sin percibir el bosque. La idea de sistema suena demasiado abstracta. Es dolor sin causa, mariposa sin oruga, luz sin sol. Y lo que resuena en los oídos es el relato del poder al que se aferra como un borracho a su botella. El espectro del desempleo, pobres tarifas, multitudes que aceptan menores salarios o menos derechos que neutralizan a los que se Uberizan o mendigan una ocupación.

Los que perciben que los primeros ratones muertos son anuncios de peste permanecen exiliados en burbujas solipsistas donde privatizan la indignación y la protesta ¿Sirve de algo? Dudo, porque adulteraron el lenguaje y desalojaron de su propio hogar a la verdad, hija de las bodas indelebles entre la inteligencia y la realidad.

Ahora ella vaga por los agujeros negros de la insensatez, mientras muchos intentan protegerse enclaustrados en el dialecto de su tribu virtual, sin que la tribu vecina no pueda descifrar sino ferocidades semánticas. En la ciudad de los sordos, se dan silbidos en las ventanas sin que nadie dé importancia. Tú hablas de flores.

Ellos entienden fieras. Hablas de amar, ellos entienden armar; hablas de cultura, ellos entienden censura.

No nos que queda otra salida sino dejar de ser prisioneros virtuales, romper nuestras burbujas y dar las manos a todos los que están dispuestos a caminar por las calles para colmar avenidas. Y no basta proferir «Este no».

A las protestas deben superponerse propuestas. Este es el único modo de evitar que los fantasmas del miedo se reencarnen en la figura anómala del terror.

¡Navegar es necesario! Pero en dirección contraria a la de Ulises. Y además dejar que la tripulación quede de ojos y oídos abiertos para descubrir que las sirenas no son más que monstruos necrófilos y que la ruta que estos nos trazan nos conduce a las profundidades del Hades.

En la segunda mitad de la década de los ´70 me instalé en una favela capixaba. Fui al norte del estado a visitar lo que quedaba de la antigua Villa de Itaúnas. En los veinte años anteriores la acción depredadora de la codicia antiambientalista había destruido la vegetación que detenía el avance de la arena de la playa sobre la villa.

Todas las mañanas las mujeres barrían la arena acumulada en los huecos de las puertas, arrastrada por la fuerza del viento. Al día siguiente, más arena y el trabajo inútil de intentar contenerla. Hasta que las dunas cubrieron por completo la villa. Apenas queda la cumbre de la torre de la iglesia.

Como ingenuos habitantes de Itaúna, hemos barrido el umbral de la puerta, sin convencernos aún que solamente acciones más determinantes serán capaces de detener el diluvio.

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