Isaías Rodríguez
Desconcierta el voto de Argentina en el reciente 45 período de sesiones del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas y coloca la lucha antiimperialista fuera del contexto histórico que, al igual que ayer, confronta Nuestra América; hoy, contra otro imperio peor que el español.
Podríamos intentar comprender las razones de la hermana república del sur, pero sin dejar de repetir con dolor la frase de José Martí en 1875: “No somos aún bastante americanos”.
La América que lucha contra el coloniaje es la misma que el Libertador calificó como patria (Para nosotros la patria es América). En la época de Bolívar las amenazas estaban representadas por España, por la Santa Alianza europea y por Estados Unidos.
La carta del Libertador a Patricio Campbell, en 1829, recuerda la autoproclamación de este último país como “destino manifiesto” para plagar la América de miserias en nombre de la libertad. Sus desmanes contra México, Nicaragua, Santo Domingo, Cuba y Haití anunciaron, en aquel tiempo, sus deseos de someter toda la América Nuestra a su dominación.
El sueño de una América Latina liberada y unida tiene una larga historia. Francisco de Miranda fue el primero en proponérselo. Simón Bolívar llevó a cabo un vasto proceso independentista y unificador que no se consolidó en los términos por él esperados. José Martí retomó la idea bolivariana de la unidad de la América mestiza, sueño truncado por la muerte del poeta.
En épocas más recientes, el Che Guevara se constituyó en ejecutor del proyecto liberador-unificador. Para todos ellos la patria es América, la enfrentada a la América anglosajona, que desde sus inicios se propuso ser una amenaza vital contra nuestro desarrollo independiente.
Martí denunció como “falso y criminal” el supuesto panamericanismo de Estados Unidos; conclusión a la que llegó después de un largo análisis crítico de los acontecimientos históricos. En el sentido más activo del concepto, el prócer cubano desarrolló una función ideologizadora de los hechos ocurridos hasta ese entonces; confiaba en el papel de las ideas como quehacer político y social.
Para él, a diferencia de Carlyle, la historia de la sociedad no es la realización del pensamiento de un gran hombre, sino la obra de la historia misma.
Pero, volvamos al reciente voto de la Resolución aprobada en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU; en la cual se condena enérgicamente a Venezuela, se promueve la injerencia en los asuntos internos de nuestro país y se prorroga por dos años el mandato de la “Misión Internacional Independiente” que, constituida por tres personas designadas por el Grupo de Lima, recibió en Panamá vía mail los informes de la oposición venezolana que nunca fueron constatados y con cuyo cuestionado informe se sugieren nuevas medidas contra nuestro país.
Es en este contexto donde es imprescindible traer y recordar los pensamientos de Simón Bolívar y de José Martí. El Libertador fue el más formidable precursor del antiimperialismo en nuestro continente. Francisco Pividal lo ratificó posteriormente: “El pensamiento bolivariano es el más legítimo antecedente ideológico del antiimperialismo moderno”. Martí, por su parte, alentó con actos, hechos y documentos el patriotismo y las ideas del héroe suramericano.
En la Carta de Jamaica, Bolívar confronta lo que luego sería el antiimperialismo como una “categoría político-económica”. Fue la primera vez que se oyó en Nuestra América una voz contra lo que ahora se conoce como “imperialismo” y que el Libertador identificó en su momento como los “derechos a la conquista”.
La soberanía, escribió Bolívar: “Es un problema que atañe al mundo entero y debe ser resuelto con lineamientos de paz y de derecho”; y concluyó afirmando: “América no es un proceso político aislado, es una etapa en el progreso humano y de los pueblos”.
Ya lo había expresado antes en el Manifiesto de Cartagena: “Las ideas no caminan solas”, es necesaria “la unidad continental”. Nuestra América se había propuesto con el proceso independentista los mismos objetivos que se trazó Europa; sólo que, en ésta, la lucha por la tenencia de la tierra la realizó la burguesía contra la iglesia, la aristocracia y los príncipes.
Mientras que en Nuestra América la guerra se llevó a cabo contra los españoles y los portugueses, pero no contra los terratenientes. De allí la lúcida expresión de Bolívar, en el Congreso Admirable en Bogotá, el 20 de enero de 1830: “La independencia (se refiere a la política) es el único bien que hemos obtenido a costa de todos los demás”.
Los parricidas de Bolívar (no me refiero solo al Gobierno argentino), por la fuerza o por las conveniencias, no tardarán en avergonzarse de sus actos. Hay una fuerza histórica que en el mundo anhela creer, es el cultivo y servicio a la razón, a la justicia social y a la civilización que, en Nuestra América, es el legado político de Bolívar, Martí, San Martín, Artigas y los otros libertadores.
Hay que invocar este anhelo sin menosprecio a los pueblos; por el contrario, admitiendo los fracasos unitarios y las desilusiones generadas por los llamados gobiernos progresistas; hay que urgir la superación de estos fracasos asumiendo autocríticamente el desengaño y la frustración de las masas; sin abandonar la búsqueda de las metas históricas insatisfechas y enhebrando siempre la unidad continental contra los imperios que nos oprimen.