Fabrizio Casari
Era febrero de 2022. El inicio de las operaciones rusas en Ucrania recibió las mayores sanciones jamás imaginadas (casi 7.000 medidas) y las conocidas agencias de calificación, que emiten calificaciones sobre los bancos, aunque sean propiedad de bancos, dijeron que la economía rusa se hundiría, que el PIB caería a menos 15-20 y que el sistema bancario colapsaría.
En marzo de 2023, los que se derrumban son los bancos estadounidenses y el gigante suizo Credit Suisse, que en su día fue el octavo banco del mundo por capitalización.
La economía occidental sufre una inflación que oscila entre el 6% y el 10% y, para hacerle frente, la FED y el BCE no dejan de subir los tipos por las nubes, que caen como pedruscos sobre el sistema bancario.
Los bancos rusos gozan de buena salud, el PIB de Rusia ha crecido: el FMI prevé un +2,3 para el año próximo y un 2,4 para 2025. El tráfico de mercancías se ha reducido en torno a un 15% y no un 75% como se había previsto. A pesar de las sanciones, la diversificación del comercio ruso es grande y creciente.
A finales de 2022 se anunció la gran contraofensiva de Kiev. Todavía estamos esperando a verla, mientras los rusos controlan ahora casi el 26% de Ucrania. Biden anunció la campaña de primavera, suponiendo que pueda encontrar dinero y armas. Putin tuvo que caer por un golpe de estado, por un tumor, incluso las estrellas estaban en su contra.
No estamos haciendo la guerra por la OTAN, sino contra la Rusia de Putin, nos dicen. Que es un dictador, no un demócrata como Zelensky, que democráticamente enarbola símbolos nazis y recrea los batallones de la antigua Wermacht alemana, disuelve partidos, cierra la televisión y la radio, prohíbe el culto ortodoxo, prohíbe el uso del ruso a la población rusoparlante y procede al reclutamiento forzoso de todo aquel que tenga piernas para moverse.
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