El diabólico Henry Kissinger: Sí hay mal que dure 100 años

Ronald Reagan y Henry Kissinger, dos multiasesinos que ensangrentaron gran parte del planeta, incluyendo a Nicaragua.

Miguel Necoechea

El diabólico germano-estadounidense Henry Kissinger, ha cumplido una centuria de una pecaminosa vida de asesinatos, asalto a los derechos humanos y a las naciones en todo el mundo.

Hace 40 años, en 1983, estuvo en Nicaragua al frente de una delegación bipartidista, integrada por Demócratas y Republicanos (todos a cuál más halcones (Hawks en el sentido con el que el yanqui equipara a esa ave y su instinto de aniquilar a su presa).

Comisionado por Ronald Reagan, entonces presidente de Estados Unidos, de llevar a cabo un informe, el Informa Kissinger- IK-sobre la situación política, económica, social y sobre todo militar de Nicaragua y El Salvador (entonces el FMLN llevaba 3 años de lucha armada revolucionaria imparable contra la Oligarquía y el Ejército y sus paramilitares salvadoreños encabezados por Napoleón Duarte y Roberto d’Abuisson, respectivamente).

El 16 de octubre de 1983, el periódico español El País reportó qué “Nicaragua considera, tras la visita de Kissinger, que EEUU le ha declarado la guerra”. Y sigue: “La breve visita de Henry Kissinger a Nicaragua, al frente de una comisión bipartidista norteamericana, concluyó ayer con una fría despedida en la que el ex secretario de Estado advirtió, en tono preocupante, que no se fuerce a Estados Unidos a elegir entre paz y democracia.

Mientras el exsecretario de Estado norteamericano volaba a Washington, el líder de la Junta sandinista, [el comandante de la Revolución y Coordinador de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional] Daniel Ortega, hizo una clara valoración de su entrevista con Kissinger: «Nicaragua entiende que la Administración Reagan nos ha declarado la guerra». Simultáneamente, el diario The New York Times afirmaba ayer que la CIA ha colaborado en la preparación de los últimos actos de sabotaje en Nicaragua…”.

El apetito por continuar la guerra de agresión quedaba patente, a pesar de que el gobierno de la Revolución Popular Sandinista, encabezado por los miembros de la Dirección Nacional, había hecho una propuesta a través del Comandante Daniel Ortega, a todas luces pacificadora y de buena voluntad, al Grupo de Contadora, llamado así por haberse reunido en la isla del mismo nombre en Panamá, integrado por México, Colombia, Venezuela (antes de Hugo Chávez, por supuesto) y el propio Panamá, que se proponía llegar a instaurar la paz en Centroamérica, particularmente en Nicaragua y El Salvador.

El propósito del Grupo de Contadora coincidía con la propuesta de Nicaragua: impulsar una iniciativa conjunta de paz verdadera y duradera al conflicto bélico-político centroamericano, sin vulnerar la soberanía y dignidad de las naciones del Istmo. Esta propuesta fue puesta sobre la mesa de las negociaciones ante el bloque belicista integrado por Honduras, El Salvador y Costa Rica y ante el grupo Contadora, árbitro en la negociación.

Mientras Nicaragua promovía en ese año el primer proceso democrático electoral en la historia del país, decisión tomada de manera soberana y unilateral por el FSLN, presentó la propuesta que contenía todos los elementos para lograr la paz en Centro América.

A lo inmediato proponía una serie de medidas en el área de la seguridad: a) retiro de asesores militares extranjeros; b) congelar drásticamente el incremento de armamento bélico en toda la región; c) elaborar y firmar pactos duraderos de no agresión. Esta postura – que desconcertó a sus oponentes regionales e incluso al gobierno de Reagan-, tuvo la firme oposición del bloque que encabezaba Honduras.

Sin contar con los argumentos para rebatir la inobjetable propuesta de Nicaragua, el gobierno de ese país, particularmente el general Gustavo Álvarez, jefe del ejército, ministro de Defensa y agente en la nómina de la CIA, se propuso desvirtuarlo y retrasarlo con tácticas dilatorias insostenibles. Avalar la radical propuesta nicaragüense de desmilitarización de la región, que sin duda era el primer paso para lograr la paz, significaba abandonar la opción de doblegar política y militarmente a la Revolución Sandinista, que eran los verdaderos objetivos del gobierno del presidente Ronald Reagan.

Regresando al diabólico Kissinger, cabe recordar que a lo largo de sus cien años de vida ha dedicado cuando menos 80 a hacer el mal.

“No veo por qué necesitamos quedarnos a esperar y observar a un país volverse comunista por la irresponsabilidad de su propio pueblo”. Esta famosa frase , resume en gran medida la mentalidad de Henry Kissinger, tal vez el estratega geopolítico estadunidense más notorio –en parte gracias a su enorme vanidad– desde la guerra en Vietnam hasta nuestros días, en los que todavía vemos su fotografía, ya anciano, pero con la misma actitud prepotente de hombre que se juzga a sí mismo como la encarnación de la raza Aria, como personaje del Anillo de los Nibelungos de Richard Wagner, oda épica a la superioridad de los Arios sobre cualquier otra raza.

Dicha frase la expresó ante el llamado Comité 40, una agrupación de operaciones secretas que encabezaba en la Casa Blanca en 1970. Tres años después, un sanguinario golpe de Estado, promovido, planificado y dirigido desde sus oficinas en la Casa Blanca y autorizado por el presidente Nixon, derrocó al gobierno de la unión de la izquierda chilena en la Unidad Popular, democráticamente electo de Salvador Allende, acontecimiento que cumple su 50 aniversario en septiembre de este año.

Henry Kissinger, ex asesor de Seguridad Nacional y después secretario de Estado (1969-1977), ha sido un gran iniciador de guerras a lo largo de su carrera en el gobierno y como asesor privado. Aun antes de ingresar al gabinete de Richard Nixon como su asesor de seguridad nacional, cuando era profesor en Harvard, auxilió secretamente a su futuro jefe, Nixon, para sabotear las negociaciones de paz entre Estados Unidos y Vietnam impulsadas por Lyndon Johnson, y con ello prolongó esa masiva guerra de intervención y genocidio cinco años más, con cientos de miles de víctimas que pagaron con sus vidas el costo de su infame cálculo geoestratégico.

En el principio de los años 80, durante la campaña presidencial de Ronald Reagan, William Casey y George H, W. Bush sabotearon los esfuerzos de Jimmy Carter para liberar a los rehenes norteamericanos detenidos en la embajada de EEUU, en Irán, prometiendo al Ayatola Jomeini que, si liberaba a los rehenes después que Reagan asumiera la presidencia, su gobierno le vendería todo tipo de armamento moderno. Ante la agresión militar que preveía que se desataría de parte de Israel, los Imanes optaron por armarse. Carter perdió la reelección al fracasar en el recate de los rehenes. La escuela de Kissinger dio frutos otra vez.

A Kissinger se le otorgó el Premio Nobel de la Paz, galardón que ha degenerado en el más inmoral y falto de ética en el mundo auto llamado Occidental. Barack Obama, el asesino de los drones, lo recibió sin ningún prurito exhibiendo su cínica sonrisa de dientes muy blancos y parejos (como mandados a hacer a un beauty parlor).

Ante la intransigente y belicista posición de los Estados Unidos en rechazo a la propuesta de paz llevada a la mesa de Contadora por el comandante Daniel Ortega en 1984, el Grupo de Contadora se vio obligado a adoptar una postura intermedia. Logró avances parciales.

En asuntos de seguridad se acordó la elaboración de un inventario detallado sobre instalaciones militares, armamentos y efectivos, con el objeto de fijar posteriormente criterios para la ejecución de una política de control y reducción y posterior eliminación de asesores militares foráneos; la identificación de fuerzas irregulares que crean zozobra y desestabilización para su extirpación.

En materia política se acordó, principalmente, promover la reconciliación nacional sobre bases de justicia, libertad y democracia, que culminarán con la realización de comicios electorales transparentes y honestos. En asuntos sociales y económicos se acordó intensificar los programas de ayuda a los refugiados centroamericanos, gestionar conjuntamente recursos externos para detonar el crecimiento y desarrollo económico, promover el comercio intrarregional e constituir estructuras socio económicas justas para consolidar auténticos sistemas democráticos.

Los resultados de la reunión de Cancilleres 29 de febrero de 1984, si bien solo conllevaron un avance parcial, al menos frenaron el constante deterioro en las relaciones diplomáticas de los países de la región. Pero esa parcialidad deja abierta la puerta para la continuidad de la ofensiva de la administración Reagan contra Nicaragua.

De la lectura del Informe Kissinger, avalado por el presidente Reagan, percibimos la ruta que seguiría la Casa Blanca con respecto a Nicaragua. El IK presentaba dos alternativas, la primera era ejercer una serie de presiones económicas, políticas y militares que debilitaran la capacidad de negociación de Nicaragua y así forzarla a negociar a la baja, doblegando los principios de la revolución sandinista.

La segunda opción, la más deseable, es si el pueblo norteamericano reelige a Reagan o la situación salvadoreña se deteriora sustancialmente, daría pie a una intervención militar estadounidense directa y a toda escala, aun cuando el saldo de muertos y heridos por las partes del conflicto, incluidos los EE. UU., fuera de las decenas de miles.

«Nicaragua, dice el IK, debe saber que nosotros tenemos la fuerza para pulverizarlos, y ésta queda siempre como un último recurso (Para Kissinger es el primer recurso). Los Estados Unidos y los países de la región se reservan esta opción”. Según el IK, la probable amenaza que representa Nicaragua para la seguridad nacional de Estados Unidos radica a nivel mundial en el marco del conflicto Este-Oeste y esa es la razón geopolítica que invoca el IK para justificar su posición.

La postura de Reagan es también muy clara respecto a Europa Occidental. Los europeos deben apoyar la política de la Casa Blanca o deben callar. «Debemos procurar su apoyo político y diplomático en lo que sea posible… Debemos desalentar con firmeza su ayuda al régimen sandinista, hasta que éste cambie fundamentalmente su trayectoria totalitaria». Algún parecido con la situación actual en Ucrania no es mera coincidencia. El Imperio yanqui sí que no ha variado ni un ápice su trayectoria belicista y de hegemonía y control total del mundo.

Es de utilidad ahora que revisamos esta parte de nuestra historia a partir o con el pretexto de los cien años del sujeto diabólico, destacar que, en su informe, el IK, pone en duda o de hecho inicia el boicot a la voluntad de la Revolución de llevar a cabo las elecciones de 1984. Hacerlas no era un pretexto solo para terminar la guerra.

Era el resultado de un proceso democrático, muy popular, por cierto, en el que el pueblo se manifestó de acuerdo en institucionalizar a la Revolución, entendiendo ésta como la creación de las instituciones democráticas que darían un marco constitucional, de división de poderes y por encima de todo el derecho al pueblo de elegir a sus gobernantes mediante el voto libre y secreto.

Como podrá entenderse, esto daba al traste con las recomendaciones tácitas del Informe Kissinger que propugnaba por una invasión militar a Nicaragua y El Salvador “el cáncer comunista incrustado por los soviéticos y cubanos a tiro de piedra de la potencia más importante y representativa de la democracia del mundo libre (claro, entendida por ellos como el: “o estás conmigo o estás contra mí) lo que parece una broma de humor negro.

Una muestra que sustenta el párrafo anterior: «El Informe Kissinger no está en condiciones de juzgar la sinceridad y trascendencia de estos distintos mensajes (se refiere a los anuncios sandinistas sobre elecciones y desmilitarización). La disposición de Nicaragua… deberá ponerse a prueba. Un acuerdo de paz se conseguiría si los insurgentes, léase la Contra somocista, pudieran participar en las elecciones nicaragüenses».

Casualmente la posición del IK coincide en sus dos puntos esenciales con las del COSEP y partidos políticos de derecha, aunque con denominaciones que semejan una sopa de letras, que “solicitaba la celebración de un diálogo nacional de todos los partidos y movimientos políticos, que incluya a los alzados en armas (los contras somocistas) bajo los auspicios del grupo Contadora, diálogo tendiente a convenir la forma y contenido de la convocatoria a elecciones de representantes de una Asamblea Nacional Constituyente súper vigiladas por el Grupo de Contadora o la OEA.

La concordancia con Kissinger es clara: el mayor número de alzados en armas son los guardias nacionales del dictador Somoza Debayle (¿un somocismo sin Somoza?) Por supervigilancia entendemos nosotros en Nicaragua la presencia de un país o grupo de países extranjeros, que haciendo a un lado al Gobierno nacional, se hacen cargo en calidad de jueces supremos de todo lo concerniente al proceso electoral. Los países que se arrogan el derecho a ser los súper vigilantes tienen eventualmente la facultad de disponer de tropas bajo su mando si la situación, a criterio de ellos, lo amerita. Fuera máscaras.

Lo que Estados Unidos y un sector opositor interno plantean como «garantías esenciales para creer en la buena voluntad de los sandinistas”, son pretextos poco creativos o muy burdos, para regresar al poder a los integrantes del aparato genocida del depuesto Somoza Debayle y, aunado a ello o como parte consustancial de ese hecho, bajo la fachada de la supervigilancia la intervención militar directa tan anhelada por el sujeto diabólico ampliamente referido, que todavía anda por aquí después de un siglo de impunidad a sus crímenes y fechorías.

Aunque muchos insisten en que es el máximo ejemplo de lo que es la realpolitik, la realidad es casi la opuesta, ya que sus críticos apuntan el lado muy oscuro y sangriento de esta figura. Este sujeto diabólico ha sido autor de crímenes de lesa humanidad al perseguir una visión idealista de la supremacía del poder estadunidense, algo con tremendas consecuencias dentro y fuera de su país de adopción.

Su trayectoria criminal en el gobierno estadunidense se ha dado a conocer en documentos desclasificados. Estos se pueden consultar en el National Security Archive, que ofrece un catálogo de expedientes –antes secretos– para documentar sus actividades, incluyendo el derrocamiento de la democracia en Chile, el bombardeo secreto de Camboya, “su desdén por los derechos humanos y el apoyo a las guerras sucias, hasta genocidas, en el extranjero, como también su implicación en los abusos criminales de la administración Nixon, entre éstos las intervenciones secretas de las comunicaciones entre su propio personal”.

En torno a Chile, los documentos, de acuerdo con la presentación del propio National Security Archive, dejan claro que Kissinger fue el principal arquitecto de los esfuerzos de Washington para desestabilizar al gobierno de Allende desde que llegó al poder, incluyendo operaciones encubiertas para fomentar el golpe militar de 1973.

En un documento se plasma cómo Kissinger convence a Nixon de proceder con intervenciones clandestinas diseñadas, según él, para intensificar los problemas de Allende para que, mínimo, pueda fracasar o ser forzado a limitar sus objetivos, y máximo crear condiciones donde un colapso o derrocamiento podría ser factible, todo esto tres días después de la toma de posesión del mandatario chileno. 45 años después la estrategia de Kissinger para derrocar a al presidente Allende mediante un sangriento golpe de estado, se reproduce en Nicaragua en abril de 2018.

Algunas variables son aplicadas, principalmente en el financiamiento de la CIA a través de sus organizaciones fachada USAID y NED que reparten dólares a las ONG, todas al final de sus cínicas falacias son tan de derecha como los clérigos y la jerarquía eclesiástica. Pero la esencia es la misma: derrocar por medio de las armas a un gobierno democrático legitimo ya que ha sido, como el de Allende lo fue en su momento, electo por el voto mayoritario del pueblo de Nicaragua.

Peter Kornbluh, jefe del proyecto sobre Chile del National Security Archive, y uno de los que armaron el expediente sobre Kissinger, señala en un artículo en The Nation, basándose en los expedientes desclasificados, que Kissinger logró convencer a Nixon de patrocinar una política encubierta agresiva contra el mandato de Allende.

“El peligro, argumentó Kissinger al presidente, es que el gobierno de Allende es el primero de tipo marxista en llegar al poder por elecciones libres. Por lo tanto, el ejemplo de un gobierno marxista electo exitosamente en Chile seguramente tendría un impacto y un valor de precedente para otras partes del mundo, especialmente en Italia. La difusión de este fenómeno en otros lugares llamaría a la imitación, lo que afectaría de manera significativa el balance mundial y nuestra propia posición dentro de ello”. En 1976, Kissinger elogió al dictador militar Augusto Pinochet, y le comentó: “usted le hizo un gran servicio a Occidente al derrocar a Allende”.

Los documentos también ofrecen detalles sobre el apoyo personal de Kissinger a la dictadura en Argentina, y también a la Operación Cóndor y sus maniobras de asesinato contra disidentes de las dictaduras militares latinoamericanas. Otros ofrecen vistazos del manejo de la política exterior de Kissinger en torno a Timor del Este, Cuba, sobre todo en torno a la participación de la isla en las luchas de liberación en el sur de África. Estos expedientes incluyen las instrucciones para diseñar planes de contingencia contra Cuba, desde mayores sanciones hasta opciones bélicas.

Regresando a Nicaragua y al Informe de Henry Kissinger. Entre los avances en la institucionalización democrática del país y las amenazas de boicot camina el proceso electoral cumpliendo con el calendario fijado. El 21 de febrero, 50 aniversario del asesinato del General A.C. Sandino por orden del embajador yanqui a manos de su esbirro Somoza García, se dará a conocer la fecha exacta de las elecciones. Sólo excesivas presiones militares estadounidenses podrían retrasar el proceso.

Y las presiones militares de la guerra de agresión de EEUU y la Contra no se dejaron esperar. Una muestra de ello en esos días. Las acciones sobre el eje Jalapa-Punta Cosigüina fueron conocidas con el nombre de «Plan Sierra». Puerto Potosí, ubicado en Punta Cosigüina, fue atacado el 6 y 8 de enero (de 1984) por mar y aire; el bombardeo contrarrevolucionario obligó primeramente a la evacuación de niños y mujeres de la zona, procediéndose posteriormente al retiro de los 2.000 habitantes del Puerto.

En Nueva Segovia, y especialmente en los alrededores del municipio de Jalapa, se registraron gran cantidad de combates. Los de mayor intensidad, entre los días 8 y 11 de enero, contabilizaron más de 17 vuelos de helicópteros y aviones militares en apoyo a las acciones de la infantería contrarrevolucionaria. El día 11, uno de los helicópteros militares enemigos que sobrevolaban la zona fue impactado por fuego sandinista, debiendo aterrizar forzosamente en territorio hondureño a 200 metros de la línea fronteriza. Posteriormente se supo que el piloto había muerto y que se trataba de un helicóptero del Ejército de los Estados Unidos.

Previó al ataque aéreo descrito en el párrafo anterior, es importante destacar que, en el mes de enero, el EPS y las Tropas Especiales TPU del Ministerio del Interior, batieron con firmeza a los grupos somocistas que trataron de penetrar en la región cafetalera de Jinotega-Matagalpa. Ante la derrota, los contras se reagruparon en Honduras y penetraron nuevamente a Nueva Segovia, especialmente con el objetivo de tomar Jalapa. Y en Chinandega, principalmente en Punta Cosigüina, situada en el extremo noroeste del litoral Pacífico nicaragüense, que colinda con El Salvador y Honduras en el Golfo de Fonseca que comparten los tres países, se llevaron a cabo combates en los que los Contras fueron apoyados, como ya dijimos, por bombardeos aéreos de aviones hondureños y yanquis.

El 2 de febrero, seis aviones militares del tipo caza bombardero A-37 y Push and Pull atacaron una unidad militar del Ejército Popular Sandinista y un Centro de Comunicaciones Civil a 50 kilómetros en la profundidad del territorio, en el noroccidental departamento de Chinandega. Al día siguiente, cuatro aviones Push and Pull atacaron de manera similar otra unidad militar del EPS en ese mismo departamento. No se trató esta vez de avionetas pequeñas y particulares, como las que usaban los grupos contrarrevolucionarios FDN y ARDE.

Fuentes de Inteligencia militar y de la DGSE confirmaron que ese tipo de aviones utilizados en estos ataques, particularmente los caza bombarderos A-37, son aeronaves que forman parte de la Fuerza Aérea Hondureña. La calidad de las operaciones, en opinión del Ministero de Defensa, da una alta calificación de los pilotos.

¿Son estos ataques parte de las presiones recomendadas por Henry Kissinger? ¿Para acciones como éstas recomienda mejor la fuerza aérea hondureña? Para el IK las acciones militares que llevan a cabo los contras son las adecuadas para doblegar a Nicaragua. «La mayoría de los miembros del IK opinan que los esfuerzos de los “insurgentes nicaragüenses” representan una de las presiones que más favorecen un acuerdo negociado».

Para concluir con la zaga genocida del matón diabólico, solo podemos decir que se sabe menos de sus actividades durante casi medio siglo como asesor internacional privado frente a su empresa, Kissinger Associates, pero sus declaraciones en eventos públicos por todo el mundo dejan claro que no ha cambiado mucho y, de hecho, está orgulloso de su historia como personaje diabólico extraído del Anillo de los Nibelungos, oda a la raza Aria pergeñada por Richard Wagner.

Con información de la revista envío y de los periodistas David Brooks y Jim Cason.

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