Alexandre Devecchio
Historiador, economista, antropólogo, sociólogo, politólogo, demógrafo, analista internacional, uno de los «últimos mohicanos» del pensamiento científico riguroso y totalizador, prolífica rara avis en unas humanidades cada vez más desquiciadas por las divagaciones subjetivistas de la posmodernidad y la fragmentación academicista del conocimiento (por no hablar de la «corrección política» y su cultura de la cancelación), el francés Emmanuel Todd no necesita presentaciones, al menos en Kalewche. Siempre dice cosas estimulantes, cosas que nos hacen pensar y debatir un montón, aunque no siempre estemos de acuerdo con él.
El año pasado publicamos dos entrevistas que le hicieron sendos periódicos parisinos: el diario Le Figaro y la revista Marianne. Hoy traducimos una tercera: “Nous assistons à la chute finale de l’Occident”, que viera la luz el lunes 12 de enero de este año en Le Figaro. El entrevistador es Alexandre Devecchio, un conocido periodista de la prensa liberal-conservadora de Francia (el mismo de la interviú “La Tercera Guerra Mundial ha comenzado”, que difundimos aquí en el verano austral de 2023). El disparador de la nueva entrevista con Le Figaro es la salida de imprenta del último libro de Todd: La Défaite de l’Occident (París, Gallimard, 2024), con la colaboración de Baptiste Touverey. No hay todavía traducción castellana.
-Según usted, el punto de partida de este libro fue la entrevista que concedió a Le Figaro hace poco más de un año, titulada “La Troisième Guerre mondiale a comencé” (“La Tercera Guerra Mundial ha comenzado”). Usted ve ahora la derrota de Occidente. Pero la guerra no ha terminado…
-La guerra no ha terminado, pero Occidente ya no se hace ilusiones de que sea posible una victoria ucraniana. Esto aún no estaba claro para todo el mundo cuando escribí, pero hoy, tras el fracaso de la contraofensiva de este verano [boreal] y el fracaso de Estados Unidos y otros países de la OTAN a la hora de suministrar a Ucrania suficientes armas, el Pentágono estaría de acuerdo conmigo.
Mi valoración de la derrota de Occidente se basa en tres factores.
En primer lugar, la deficiencia industrial de Estados Unidos, con la revelación del carácter ficticio del PBI estadounidense. En mi libro, desinflo este PBI y muestro las causas profundas del declive industrial: la insuficiencia de la formación en ingeniería y, más en general, el descenso del nivel educativo, que comenzó en 1965 en Estados Unidos.
A un nivel más profundo, la desaparición del protestantismo estadounidense es el segundo factor de la caída de Occidente. Mi libro es básicamente una secuela de La ética protestante y el espíritu del capitalismo, de Max Weber. En vísperas de la guerra de 1914, Weber creía con razón que el ascenso de Occidente era en el fondo el ascenso del mundo protestante: Inglaterra, Estados Unidos, Alemania unificada por Prusia, Escandinavia. Francia tuvo la suerte de estar geográficamente cerca del grupo de cabeza. El protestantismo había producido un alto nivel de educación, sin precedentes en la historia de la humanidad, la alfabetización universal, porque exigía que cada fiel pudiera leer por sí mismo las Sagradas Escrituras. Además, el miedo a la condenación y la necesidad de sentirse elegido por Dios condujeron a una ética del trabajo y a una fuerte moral individual y colectiva. En el lado negativo, esto condujo a uno de los peores racismos que jamás hayan existido –antinegro en Estados Unidos y antijudío en Alemania–, ya que, con sus elegidos y condenados, el protestantismo renunció a la igualdad católica de los hombres. El avance educativo y la ética del trabajo produjeron un considerable avance económico e industrial.
Hoy, simétricamente, el reciente hundimiento del protestantismo ha desencadenado un declive intelectual, una desaparición de la ética del trabajo y una codicia masiva (nombre oficial: neoliberalismo). El ascenso se está convirtiendo en la caída de Occidente. Mi análisis del elemento religioso no es nostálgico ni moralista: es una observación histórica. Además, el racismo asociado al protestantismo también está desapareciendo y los Estados Unidos han tenido su primer presidente negro, Obama. No podemos sino felicitarnos por ello.
-¿Y cuál es el tercer factor?
-El tercer factor de la derrota de Occidente es la preferencia del resto del mundo por Rusia. Rusia ha descubierto discretos aliados económicos en todas partes. Un nuevo poder blando conservador ruso (anti-LGBT) se hallaba en pleno apogeo cuando quedó claro que Rusia estaba a la altura del desafío económico. Nuestra modernidad cultural parece en gran medida demencial para el mundo exterior: una observación de antropólogo, no de moralista retro. Además, como vivimos del trabajo mal pagado de los hombres, las mujeres y los niños del antiguo Tercer Mundo, nuestra moral no es creíble.
En este, mi último libro, quiero huir de la emoción y del juicio moral permanente que nos envuelven y ofrecer un análisis desapasionado de la situación geopolítica. Estoy de luto por la muerte de mi padre espiritual en historia, Emmanuel Le Roy Ladurie, y lo admito todo: no soy un agente del Kremlin, ¡soy el último representante de la escuela francesa de historia de Annales!
-¿Podemos hablar realmente de una guerra mundial? ¿Y Rusia ganó realmente? Estamos en una especie de status quo…
-Los norteamericanos van a buscar un status quo que les permita ocultar su derrota. Los rusos no lo aceptarán. Son conscientes no sólo de su inmediata superioridad industrial y militar, sino también de su futura debilidad demográfica. Sin duda, Putin quiere alcanzar sus objetivos bélicos economizando en recursos humanos, y se está tomando su tiempo. Quiere preservar la estabilización de la sociedad rusa. No quiere volver a militarizar Rusia y desea que continúe su desarrollo económico. Pero también sabe que llegan cohortes demográficamente raleados y que el reclutamiento militar será más difícil dentro de unos años (¿tres, cuatro, cinco?). Por lo tanto, los rusos deben derribar a Ucrania y a la OTAN ahora, sin darles tregua. No nos hagamos ilusiones. El esfuerzo ruso se intensificará.
La negativa de Occidente a ver la lógica de la estrategia rusa, con sus razones, sus puntos fuertes y sus limitaciones, ha provocado una ceguera general. Las palabras flotan en la niebla. En términos militares, lo peor está por llegar para los ucranianos y Occidente. Sin duda, Rusia quiere recuperar el 40% del territorio ucraniano y un régimen neutralizado en Kiev. Y en nuestras pantallas de televisión, en el mismo momento en que Putin dice que Odesa es una ciudad rusa, nos siguen diciendo que el frente se está estabilizando…
-Para demostrar el declive de Occidente, usted se centra en la tasa de mortalidad infantil… ¿Cómo se revela este indicador?
-Fue observando el aumento de la mortalidad infantil rusa entre 1970 y 1974, y el hecho de que los soviéticos dejaran de publicar estadísticas al respecto, como juzgué que el régimen no tenía futuro, en mi libro La caída final (1976). Así que es un parámetro probado. En este aspecto, los EE.UU. van por detrás de todos los demás países occidentales. Los más avanzados son Escandinavia y Japón, pero Rusia también va por delante. Francia va mejor que Rusia, pero empezamos a ver signos de recuperación. Y, en cualquier caso, aquí estamos por detrás de Bielorrusia. Esto significa simplemente que lo que se nos dice de Rusia es a menudo erróneo: se nos presenta un país fracasado, con énfasis en sus aspectos autoritarios, pero no se ve que está en una fase de rápida reestructuración. La caída fue violenta, pero el rebote es asombroso.
Esta cifra puede explicarse, pero ante todo significa que tenemos que aceptar una realidad distinta de la que transmiten nuestros medios de comunicación. Rusia es ciertamente una democracia autoritaria (que no protege a sus minorías) con una ideología conservadora, pero su sociedad está cambiando, se está volviendo altamente tecnológica con cada vez más elementos que funcionan perfectamente. Decir esto me define como un historiador serio y no como un putinófilo. Cualquier putinófobo responsable debería haberle tomado la medida a su adversario. Además, señalo constantemente que Rusia tiene un problema demográfico, igual que Occidente, al que creía decadente. La legislación anti-LGBT de Rusia, aunque probablemente resulte atractiva para el resto del mundo, no está llevando a los rusos a tener más hijos que nosotros. Rusia no ha escapado a la crisis general de la modernidad. No existe un contramodelo ruso.
Sin embargo, no es imposible que la hostilidad general de Occidente esté estructurando y dando armas al sistema ruso, al suscitar un patriotismo aglutinador. Las sanciones han permitido al régimen ruso lanzar una política de sustitución [de importaciones] proteccionista a gran escala, que Putin nunca habría podido imponer a los rusos de buenas a primeras, y que dará a la economía de Rusia una ventaja considerable sobre la de la UE. La guerra ha reforzado su solidez social, pero la crisis individualista también existe en Rusia, con los restos de la estructura familiar comunitaria actuando como moderador. El individualismo que muta plenamente en narcisismo sólo se desarrolla en los países donde reinaba la familia nuclear, especialmente en el mundo angloamericano. Nos atrevemos a utilizar un neologismo: Rusia es una sociedad de individualismo controlado, como Japón o Alemania.
Mi libro ofrece una descripción de la estabilidad rusa. Luego, avanzando hacia el oeste, analiza el enigma de una sociedad ucraniana en descomposición que ha encontrado en la guerra un sentido a su existencia, para pasar después a la naturaleza paradójica de la nueva «rusofobia» en las antiguas democracias populares de la Europa centro-oriental, luego a la crisis de la UE y, por último, a la crisis de los países anglosajones y escandinavos. Paso a paso, esta marcha hacia Occidente nos lleva al corazón de la inestabilidad mundial. Es una zambullida en un agujero negro. El protestantismo angloamericano ha alcanzado el estadio cero de la religión, más allá del estadio zombi, y ha producido este agujero negro. En Estados Unidos, al comienzo del tercer milenio, el miedo al vacío está mutando hacia la deificación de la nada, hacia el nihilismo.
-¿Hablar de Rusia como de una democracia autoritaria no es demasiado halagador?
-Tenemos que alejarnos de la oposición democracia liberal vs. autocracia loca. Las primeras son más bien oligarquías liberales, con una élite desconectada de la población: a nadie fuera de los medios de comunicación le importa la remodelación de Matignon [antiguo palacete parisino del siglo XVIII que hoy funciona como residencia oficial del primer ministro de Francia]. Por otra parte, necesitamos utilizar otro concepto para sustituir a los de «autocracia» o «neoestalinismo». En Rusia, la mayoría de la población apoya al régimen, pero las minorías –ya sean homosexuales, étnicas u oligarcas– no están protegidas: se trata de una democracia autoritaria, alimentada por los restos del temperamento comunitario ruso que produjo el comunismo. Para mí, el término «autoritario» tiene tanto peso como el término «democracia».
-Dada su crítica a la decadencia de las «oligarquías liberales», podría pensarse que envidia el segundo modelo…
-En absoluto. Soy antropólogo: estudiando la diversidad de las estructuras familiares y de las idiosincrasias políticas, he llegado a aceptar la diversidad del mundo. Pero soy occidental, y nunca he aspirado a ser otra cosa. La familia de mi madre huyó a Estados Unidos durante la guerra, y yo me formé en investigación en Inglaterra, donde descubrí que soy francés y nada más. ¿Por qué quieren «deportarme» a Rusia? Siento que este tipo de acusaciones atentan contra mi ciudadanía francesa, tanto más cuanto que –discúlpenme– habiendo nacido en el seno del establishment intelectual, formo parte, en un sentido modesto y no financiero, de la oligarquía: antes que yo, mi abuelo había publicado con Gallimard en la época de entreguerras.
-Usted vincula la decadencia de Occidente a la desaparición de la religión –en particular del protestantismo– y fecha esta desaparición en las leyes sobre el matrimonio homosexual…
-No he dado ninguna opinión personal sobre esta cuestión social. Sólo soy un sociólogo de la religión que está encantado de tener un indicador preciso del paso de la religión a lo largo del tiempo, desde un estadio zombi a un estado cero. En mis libros anteriores, introduje el concepto de estadio zombi de la religión: la creencia ha desaparecido, pero las costumbres, los valores y la capacidad de acción colectiva heredados de la religión permanecen, a menudo traducidos a un lenguaje ideológico: nacional, socialista o comunista. Sin embargo, al comienzo del tercer milenio, la religión ha alcanzado un estadio cero –un nuevo concepto– que yo capto en tres indicadores (siempre estoy buscando indicadores estadísticos para evaluar fenómenos que son a la vez morales y sociales: soy admirador de Durkheim, el fundador de la sociología cuantitativa, incluso más que de Weber).
En el estadio zombi, la gente ya no va a misa, pero sigue bautizando a sus hijos; la desaparición del bautismo es evidente hoy en día, se ha alcanzado la fase cero. En el estadio zombi, la gente sigue enterrando a sus muertos, obedeciendo al rechazo de la Iglesia a la cremación; hoy en día, la difusión masiva de la cremación se está convirtiendo en la costumbre más extendida, práctica y barata: etapa cero alcanzada. Por último, el matrimonio civil de la época zombi tenía todas las características del antiguo matrimonio religioso: un hombre, una mujer, hijos que criar. Con el matrimonio entre personas del mismo sexo, que no tiene sentido en términos religiosos, hemos salido del estadio zombi y, gracias a las leyes sobre el matrimonio para todos, podemos datar el nuevo estado cero de la religión.
-Con el tiempo, ¿no se ha vuelto un poco reaccionario?
-A mí me educó una abuela que me decía que, sexualmente hablando, todos los gustos están en la naturaleza, y yo soy fiel a mis antepasados. Así que, LGB, bienvenido. Pero T, la cuestión trans, es otra cosa. Por supuesto, hay que proteger a las personas afectadas. Pero la fijación de las clases medias occidentales en esta cuestión ultraminoritaria plantea una cuestión sociológica e histórica. Establecer como horizonte social la idea de que un hombre puede realmente convertirse en mujer y una mujer en hombre es afirmar algo biológicamente imposible, es negar la realidad del mundo, es afirmar lo falso.
La ideología trans es, por tanto, en mi opinión, una de las banderas de ese nihilismo que define hoy a Occidente, ese afán por destruir no sólo las cosas y las personas, sino la realidad. Pero, una vez más, no estoy en absoluto abrumado aquí por la indignación o la emoción. Esta ideología existe y tengo que integrarla en un modelo histórico. En la era del metaverso, no puedo decir si mi apego a la realidad me convierte en un reaccionario.
* Entrevista publicada originalmente en francés el 12 de enero de 2024 en Le Figaro y reproducida en castellano el 18 de febrero de 2024 en Kalewche.