Fabrizio Casari
El viaje de Vladimir Putin a Corea del Norte produjo importantes resultados para la asociación entre ambos países y un serio quebradero de cabeza para el bloque del Pacífico occidental. Lo más destacado del encuentro cara a cara entre Putin y Kim Jong-un, fue la firma de un acuerdo que eleva las relaciones entre ambos países al nivel de «asociación estratégica global».
Para algunos, la iniciativa tiene un carácter más bien simbólico, pero en cambio indica el establecimiento de una arquitectura jurídica dentro de la cual se fomentarán las relaciones bilaterales en diversos ámbitos.
El acuerdo saca a Pyongyang del aislamiento del comercio internacional e introduce a Corea del Norte en un marco político basado en la alianza estratégica política, económica y militar entre Rusia y China. Son las esferas militar, económica, comercial y energética las más afectadas por el fortalecimiento de las relaciones bilaterales. Por ejemplo, Corea del Norte podría suministrar algunas importante materias primas minerales necesarias para el desarrollo del Lejano Oriente ruso.
En sentido contrario, el trigo y otros productos alimenticios rusos ocupan un lugar destacado en la lista de prioridades de Pyongyang. En el frente de la tecnología militar, cabe mencionar el sector espacial, mientras que Moscú podría contribuir decisivamente a la producción de drones y sistemas de guerra electrónica en Corea del Norte.
Si tenemos en cuenta que este último país sigue sin poder acceder a suministros extranjeros de equipos para sus plantas de producción de energía, las capacidades de Rusia en este sentido apuntan a un verdadero avance para el régimen de Kim. La referencia inmediata aquí es, obviamente, la posibilidad de construir centrales nucleares.
El potencial de la «asociación estratégica» sellada con la visita de Putin a Corea del Norte tiene, por tanto, implicaciones considerables, ya que prefigura, al menos en teoría, un futuro en el que el país del nordeste asiático, que durante más de siete décadas se ha visto forzado a quedar al margen de la comunidad internacional, pueda finalmente emprender una vía pacífica de crecimiento e integración.
Un camino que, significativamente, no tendría lugar dentro del sistema de pseudo-reglas impuesto por Estados Unidos, sino en el emergente, fundado en los principios del multipolarismo, la soberanía nacional y el respeto a los órdenes sociopolíticos de cada uno de los países que participan en esta dinámica. Esto implicaría que Pyongyang superara el régimen represivo y sancionador dictado por EEUU y sus aliados.
Para Rusia, así como para China, durante mucho tiempo único aliado de facto de Pyongyang, Corea del Norte representa un elemento extremadamente importante en el marco de los planes para contrarrestar el intento estadounidense de imponer su hegemonía en Extremo Oriente, aunque sólo sea por su posición geográfica, la disponibilidad de un arsenal nuclear y el tamaño de sus fuerzas armadas.
Para Corea del Norte, el acuerdo representa una posible salida del cerco de bloqueos y sanciones que le impone Occidente, al tiempo que nos indica que el aislamiento de Pyongyang es el resultado de una elección de los dirigentes norcoreanos, y la elevación del nivel de cooperación con Moscú permite también una mayor resistencia a las políticas anexionistas de Seúl alentadas y fomentadas por Washington.
Los dolores de barriga de Occidente
El acuerdo representa un nuevo revés para EEUU y todo el bloque del Pacífico, que ve a EEUU, Corea del Sur, Japón, Australia y Nueva Zelanda en el proyecto Aukus de reducir el margen de maniobra de Pekín y en el aislamiento total de Pyongyang para apoyar el creciente dominio occidental en el Pacífico.
Las consideraciones más recurrentes en los comentarios en Occidente sobre la visita de Putin, tenían que ver con el peligro que supone para el mundo «democrático» la asociación ruso-norcoreana y la supuesta desesperación del Kremlin si se ve obligado a mendigar ayuda militar a Pyongyang.
Pero se trata de puras narrativas propagandísticas. Si éste es realmente el caso, es decir, si la asociación entre los dos países es sólo un signo de desesperación mutua, entonces es difícil entender por qué las preocupaciones occidentales son tan pronunciadas.
Se ajusta mucho más a la realidad una lectura que considera la relación entre Moscú y Pyongyang como una parte considerable del sistema de alianzas estratégicas que une el Oriente asiático con el Lejano Oriente ruso, y que forma una parte muy importante del nuevo diseño de Eurasia.
Es precisamente la sedimentación de Eurasia lo que el Occidente colectivo percibe como una amenaza. La decisión europea de optar por la derrota estratégica de Rusia en lugar de mover por la cooperación entre el sistema financiero europeo y los recursos energéticos y alimentarios rusos, sacrificando así los intereses europeos en el altar de las pretensiones imperiales estadounidenses, no supuso el fin del proyecto de integración euroasiática, sino que expulsó del mismo a los países de la UE.
Un proyecto que ahora ha girado decididamente hacia el Este, realineándose con el marco político internacional y situándose claramente en el sistema de las alianzas que sustentan el nuevo orden multipolar. De hecho, la cumbre se inscribe en el marco del fortalecimiento de un sistema alternativo de gobernanza mundial. Además, confirma el progresivo protagonismo de Rusia en el tablero internacional, con un Kremlin que mira y estrecha lazos estratégicos con África y América Latina, pero que está especialmente atento a la construcción de nuevos equilibrios en la zona euroasiática.
Desafiando las ya 2022 órdenes de sanciones dictadas por el Occidente colectivo contra Rusia, Moscú exhibe un activismo a la altura de los desafíos globales y certifica otro colosal fracaso de la política exterior de Washington, que imaginó a Rusia doblegada en lo económico, en retirada en lo militar, aislada en lo comercial y carente de una red de amistades y alianzas internacionales.
En su lugar, se encuentra con una Rusia que gana en el campo de batalla contra un sistema de alianzas que involucra a toda la OTAN, y que también marca un mayor protagonismo que no sólo se basa en la protección de los intereses rusos en el tablero internacional, sino que dibuja un papel de gobernanza estratégica que convierte a Rusia en un socio fiable y creíble para todo el Sur global.
Precisamente lo que Estados Unidos temía y para lo que quería la ampliación al Este y la misma guerra de Ucrania con las que pretendía derrotar o, al menos, aislar y desgastar a Moscú. Un boomerang aterrador para los objetivos de Washington, otro más de una Casa Blanca cautiva de sus obsesiones con las que no hace sino aumentar su creciente pérdida de influencia global.