Ligia Arana García
Al leer la denuncia pública de la Universidad Centroamericana, no pude evitar rememorar mi angustiado mensaje enviado al Padre Idiáquez el 27 de mayo, en el cual externaba mis consideraciones sobre lo que acontecía en nuestro país (nunca atendido por su persona), y su diligente respuesta ante los arrestos de “graduados/as destacados y personas que han sido docentes de esta casa de estudios…”.
En el mensaje en cuestión, ponía al tanto al Padre sobre las amenazas sistemáticas, las intimidaciones-incluidas armas de fuego- sufridas por mi persona y mi familia de parte de terroristas a sueldo, quienes han causado tanto dolor y muerte en nuestro país.
La denuncia pública de la UCA enfatiza en la garantía de los derechos humanos de estas personas. Sin embargo, parece que existe un doble rasero para valorar quién merece que sus derechos humanos sean respetados. Yo trabajé en la UCA durante 27 años –con calidad, pasión y corazón, laborando 12 horas por muchos años-, reconocida por autoridades y estudiantado (tanto de pregrado como de posgrado) como académica de prestigio, ostentando diversos cargos de dirección, entre ellos, como Decana de la Facultad de Humanidades.
Nunca solicité ni realicé ningún esfuerzo para mis nombramientos, de ello es testigo el Padre Idiáquez, quien en su momento fungió como Vicerrector General y una de las personas que me pidió en diversas oportunidades que aceptara la Decanatura mencionada. A pesar de ello, nadie de la UCA se ha preocupado por mis derechos humanos. Es obvio que ser sandinista – siempre lo supieron, pues nunca lo oculté – me inhibe (en su lógica de realidades alternas) de ser considerada sujeta de derechos.
Las organizaciones de derechos humanos en Nicaragua – al igual que el Consejo Universitario de la UCA, la CIDH de la OEA y algunos representantes de Naciones Unidas – nunca han levantado su voz, mucho menos reconocen, las violaciones reiteradas de los derechos fundamentales de sandinistas que han sufrido crueles torturas, asesinatos, secuestros y un sinnúmero de atrocidades por parte de “protestantes pacíficos”, hoy juzgados por sus crímenes.
Quién defiende los derechos humanos de todo un pueblo que fue sometido a la inmovilidad, rehén de los tranques que ocasionaron destrucción, muerte y violaciones. Quién – de las organizaciones e instituciones mencionadas – recuerda – mucho menos menciona – que más de cien mil personas han sido despedidas (lanzadas a la ignominia junto a sus familias) durante los últimos meses por la “patriótica” empresa privada que ha sido autora de primera línea de la destrucción de nuestra economía.
Recuerden que la Universidad es “unidad en la diversidad”. Hay docentes, personal administrativo, miles de estudiantes sandinistas que no comparten la versión de la historia de los últimos meses en Nicaragua que ustedes pretenden construir y difundir como verdad consagrada. Las instituciones – sobre todo las educativas – tienen enormes retos y responsabilidades en la sociedad, en su progreso material y espiritual. Considero que desgraciadamente las autoridades de la UCA no han estado a la altura de las expectativas y se han dejado arrastrar por quienes planificaron y organizaron el fallido golpe de estado.
El pueblo es sabio y quienes fueron engañados inicialmente por las mentiras reiteradas difundidas por medios de comunicación al servicio de la traición, ya se han convencido de que sólo el Gobierno sandinista se ha preocupado por los más pobres de este país. Tienen la certeza de que lo que pretenden los golpistas es que se produzca una intervención yanqui para hacerse con el poder. El pueblo quiere trabajar en paz y lo ha demostrado fehacientemente.
Defender los derechos humanos de los más pobres y vulnerables es responsabilidad de toda persona que se precie de ser cristiana. Yo asumo la propia con todas las consecuencias que de ella se deriven.
Sé que no podré volver a pisar la Universidad Centroamericana y también lo asumo. Pero ya me conocen, siempre dije lo que pensaba y no me arrepiento de ello. Sí quiero dejar claro que mi corazón no alberga resentimiento alguno contra nadie, pues trato de cumplir con las palabras de Jesús Sacramentado: “Perdonad y seréis perdonados”.
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