El libro sagrado de Julio Cortázar

La RAE presenta en el Congreso de la Lengua una edición conmemorativa de ‘Rayuela’

Abierta en la esquina entre las calles Dean Funes y Obispo Trejo, la librería El Mundo del Libro de Córdoba (Argentina) es lo que promete su nombre: un mundo. En la segunda planta, los libros de Julio Cortázar (1914-1984) ocupan un largo estante al que en breve se sumará la edición conmemorativa de Rayuelaque Alfaguara y la Asociación de Academias de la Lengua han presentado este jueves en el Congreso de la Lengua con textos de autores como García MárquezVargas LlosaBioy CasaresCarlos Fuentes o Sergio Ramírez. El volumen se completa con textos de varios estudiosos y con el facsímil del cuaderno de bitácora que Cortázar llevó durante la escritura de la novela.

Aunque decir novela sea tal vez demasiado. O demasiado poco. Durante la redacción de los 155 fragmentos que la componen su autor la llamo antinovela, contranovela, libro infinito, gigantesca humorada, bomba atómica, grito de alerta, agujero negro de un enorme embudo… Se publicó en 1963 con el título actual, pero casi hasta el final tuvo otro: Mandala. Si Cortázar se inclinó por Rayuela fue, dijo, porque le pareció más modesto. También más comprensible: no obligaba al lector a conocer “el esoterismo búdico o tibetano”. ¿Y qué es una rayuela sino “un mandala desacralizado”?

En la platea del Teatro San Martín, sede principal del congreso, la escritora argentina Ana María Shua le da la vuelta a la metáfora religiosa: “Fue nuestra Biblia, la de los adolescentes de los años sesenta. Y la verdad es que tiene mucho de libro sagrado: con su Levítico y su Deuteronomio, sus listas de autores que hay que leer y de músicos que hay que escuchar… En nombre de la libertad, Cortázar no para de dar órdenes. Si no las sigues, no eres un cronopio. Se las arregla para burlarse de la cultura al tiempo que la entroniza”. ¿Sienten los jóvenes escritores de hoy la misma veneración por Rayuela? La editora colombiana Pilar Reyes, responsable global de Alfaguara, reconoce que tal vez ese papel lo juegue hoy Roberto Bolaño, pero desgrana unas cifras que son elocuentes: la última edición de Rayuela que lanzó su selló vendió más de 100.000 ejemplares. La que se ha presentado este jueves en Córdoba tiene una tirada de 82.000: “Además de que las ediciones de la RAE se venden muy bien en Estados Unidos, Cortázar es un best seller en México. Está en la lista escolar de lecturas obligatorias”. Todo lo contrario que en España, donde los autores latinoamericanos brillan por su ausencia en el bachillerato: “Es la demostración de la brecha que hay entre un discurso, tan repetido estos días en el congreso, sobre el valor del español como lengua transatlántica y el desdén por uno de sus mayores puentes: la literatura”.

Cortázar, opina su editora, sigue siendo un lector iniciático y Martín Caparrós lo certifica. A él le pasó con La señorita Cora, uno de los relatos de Todos los fuegos el fuego: “Era muy lector porque me entretenían las historias, pero con ese cuento descubrí qué era la literatura, la forma…”. Caparrós leyó Rayuela en París, donde pasó parte de la dictadura, y la experiencia tuvo algo de “sobredosis”. Tal vez por eso tuvo que “quitarse” de lo que llama “la música de Cortázar”, una “melodía ajena” en la que terminó escribiendo buena parte de los narradores argentinos. Aunque no quiso conocerlo cuando ambos vivían en Francia, terminó haciéndole la última entrevista que concedió. Fue en diciembre de 1983. Cortázar había vuelto a Buenos Aires coincidiendo con la toma de posesión de Raúl Alfonsín, el primer presidente de la democracia, y para despedirse de su madre. “No parecía enfermo. Pensábamos que lo decía por su madre y fue él quien murió semanas después”.

En esos años finales lo trató mucho Sergio Ramírez porque el autor de Bestiario se convirtió en “uno de los grandes aliados internacionales” del Frente Sandinista, con el que Ramírez alcanzó el cargo de vicepresidente del Gobierno de Nicaragua: “Le impresionó la frescura juvenil de la revolución, nuestra informalidad. Y se consagró a la causa”. Para el premio Cervantes de 2017, la prosa de Rayuela no ha perdido su carácter lúdico. Aunque a él ya le suena a clásico: “Y los clásicos desaparecen y reaparecen. Nadie leía a Victor Hugo cuando Francia celebró su centenario y los libros de Faulkner habían dejado de reeditarse cuando le dieron el Nobel. Pero Cortázar no ha desaparecido. Sus experimentos siguen funcionando”.

Ese carácter experimental le llevó a reclamar para su obra un lector activo (macho en su terminología) frente al lector pasivo (hembra) de la novela tradicional. Ana María Shua cuenta que esa dicotomía no le molestó cuando, de joven, leyó Rayuela: “Surgió en un contexto en el que todo lo que era hembra estaba deslegitimado”. Luego matiza: “Tal vez me molestó un poco, pero una se callaba”. Releyó la novela para el centenario de Cortázar y le pareció un tanto “misógina” porque el principal personaje femenino, la Maga, era “muy vulnerable y, hay que reconocerlo, un poco tonta”. Eso sí, le siguió pareciendo “un shock del idioma”.

 

¿HAY ALGUIEN EN LA SALA A QUIEN LE GUSTE ‘RAYUELA’?

“¿Le queda alguna entrada para Vargas Llosa?” Esa pregunta fue la más repetida este jueves en la taquilla del Teatro Real de Córdoba (Argentina). “Vargas Llosa” era, en el fondo, la metonimia de “presentación de la edición conmemorativa de Rayuelapublicada por la editorial Alfaguara en coedición con la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua”. Una hora antes ya había cola para entrar al coliseo cordobés y la llegada del Nobel peruano, que ayer cumplía 83 años, fue celebrada como la aparición de una estrella del rock: aplausos, flashes, movimientos de masas… La escena se repite desde que inauguró 36 horas atrás este VIII Congreso de la Lengua.

Una vez dentro, la voz grabada de Julio Cortázar recitaba el famoso capítulo séptimo de su novela más famosa –“Toco tu boca…”- mientras un cuarteto de jazz improvisaba sobre el recitado. Apagado el último acorde, aparecieron en escena los seis presentadores y dio comienzo una función cuyo título –tratándose de un autor venerado por irreverente- bien podría ser: “¿Hay alguien en la sala a quien le guste Rayuela?” Santiago Muñoz Machado, director de la RAE, y Nuria Cabutí, consejera delegada de Penguin Random House –grupo al que pertenece Alfaguara-, llevaron la carga institucional de un acto cuyo aséptico entusiasmo solo quedo cortocircuitado por la vía patafísica cuando Muñoz Machado leyó una larga tirada en glíglico, el sensual idioma inventado por Cortázar.

El resto de la velada fue un deslumbrante festival del doble sentido. José Luis Moure, presidente de la Academia Argentina de Letras y coordinador de la edición, reconoció que es más borgiano que cortazariano; Luis García Montero se preguntó si debía releer Rayuela y asumir el riesgo de que la decepción sustituya en la edad madura al entusiasmo lector de la juventud (su respuesta fue: sí, debe) y Sergio Ramírez leyó el ensayo con el que contribuye al volumen (un aquilatado retrato de la década de los sesenta con Cortázar al fondo).

Finalmente, Mario Vargas Llosa dio una clase magistral sin papeles –y sin un anacoluto- sobre la relación entre el carácter de un autor y su obra (Cortázar tenía “buena entraña”, su novela también la tiene) antes de recordar, con algo de emoción, la noche parisina en que conoció a su amigo –le pareció tan joven como él pese a que el argentino le sacaba 22 años- y las muchas veces que se encontraron luego: “Sus conversaciones eran tan brillante que llegué a pensar que Julio y Aurora [Bernárdez] las ensayaban en casa”. Analizado el carácter juguetón de la novela –“esa y no su estructura es su verdadera novedad”- y el enorme éxito que cosechó desde su aparición en 1963, el autor de La ciudad y los perros terminó preguntándose: “¿Es Rayuela la gran obra de Julio Cortázar?” Respuesta: no. “El Cortázar del futuro es el de los cuentos”. Relatos como ‘Torito’ o ‘El perseguidor’ son magistrales, subrayó antes de despedirse. Al momento sonó otra pieza de jazz y se levantó la sesión mientras en el primer palco una joven agitaba un bolígrafo y un ejemplar de la Biblioteca Vargas Llosa al tiempo que gritaba en dirección al escenario: “¡Mario, Mario!”.

 

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