En abril de 2018 fracasó la venganza somocista

NICALEAKS

Si el pueblo de Nicaragua fuera antisandinista como pregonan el MRS, sus aliados locales y sus padrinos norteamericanos, en este abril los golpistas estarían celebrando un año del asesinato del presidente Daniel Ortega, de su familia y el de decenas de miles de militantes y simpatizantes del partido FSLN.

Tuvieron al país paralizado con sus tranques, mientras, amparados en el acuartelamiento de la Policía Nacional, mataban, torturaban, violaban, vejaban y robaban a la población inocente que, perpleja y atemorizada por la pesadilla que le tocaba vivir, tenía que pasar por necesidad por los espacios sitiados.

Obispos, curas, cabecillas golpistas y periodistas de medios de comunicación derechistas, eran los únicos exonerados del peaje obligatorio, dizque “para financiar la libertad de Nicaragua”, y que en realidad sirvió como “bono” para complementar el pago diario de los delincuentes reclutados para dirigir los tranques de la muerte.

Uno de los hechos más deleznables que cometieron los golpistas, fue el asesinato de una familia entera en el barrio Carlos Marx, incluidos dos niños.

Los cabecillas del MRS, conocedores del valor simbólico y a la vez real del poblado de Monimbó en la lucha en contra del somocismo durante la insurrección popular de 1979, las echaron todas en ese lugar a fin de reclutar jóvenes.

Una calle del barrio indígena de Monimbó erizada de barricadas.

Monimbó fue cercado por barricadas por sus cuatro costados y casi calle por calle en el interior. Buscaban forzar la resistencia indígena de hace 40 años, loada por un cantor otrora sandinista y que devino en traidor, no al son de los atabales guerrilleros, sino de los dólares contantes y sonantes que le ofrecieron desde la Embajada norteamericana.

Gran desengaño golpista. La población los ignoró y los presuntos “libertadores” huyeron en desbandada en cuanto la policía, apoyada por moradores sandinistas del histórico barrio indígena, los conminó a abandonar el lugar tras un corto cruce de disparos.

Igual o peor que en Monimbó le fue al MRS y a sus compinches en otros pueblos y ciudades que creyeron “liberados” debido al acuartelamiento policial. En cuanto la denominada “caravana de la paz” llegó, los delincuentes y sus jefes militares y políticos se hicieron humo con todo y sus armas de guerra.

Desgraciadamente mucho del mal que habían planificado ya estaba hecho. Y ahí es que jugó su principal papel la Conferencia Episcopal, que de ser “testigo y mediadora”, pasó a ser cómplice y victimaria al solicitar el retiro de las autoridades del orden público de las calles como gesto de buena voluntad del gobierno.

¿Quién desconfiaba de la mayoría de obispos antes del intento de golpe? Casi nadie, y esa credibilidad que tenían hizo que el presidente Daniel Ortega les concediera la petición, que no era más que una trampa para apoderarse del país y ensangrentarlo desde una posición de fuerza.

El pueblo finalmente los venció y ahora tratan desesperadamente de seguir aferrados a la teta imperialista. ¿Qué es lo que piensan conmemorar? Las derrotas no se celebran, a no ser que vean como un gran logro los más de 200 asesinatos y el daño inconmensurable ocasionado a la economía de Nicaragua. ¿Les parece meritorio el espeluznante asesinato de la familia del barrio Carlos Marx?

Los sucesos de abril de 2018, que se extendieron por casi tres meses, son un recordatorio de que los enemigos de los pueblos no se rinden fácilmente. Fue mucho lo que perdió el somocismo en nuestro país, ministros, generalotes, altos funcionarios y buena parte de la burguesía que lo apoyaba tuvieron que migrar hacia Estados Unidos. Y en la huida precipitada no pudieron llevar mucho de lo que habían atesorado en décadas de latrocinio.

Muchos retornaron a Nicaragua en la década de los 90 con ánimo de venganza, lo que no lograron concretar debido a que el sandinismo se mantuvo cohesionado en torno a Daniel Ortega, el único que recogió los pedazos del sueño revolucionario tras la derrota electoral de 1990, y siguió adelante.

Hoy vemos que muchos de los que se alzaron en abril de 2018 en contra del gobierno del FSLN, son descendientes de aquéllos somocistas y burgueses obligados a escapar de la furia del pueblo. Esa es una de las causas del ensañamiento en contra de los jóvenes miembros de la Policía Nacional, a quienes ven como la reencarnación de los combatientes que derrocaron a su privilegiada e infame parentela.

El año pasado observamos a hijos, nietos, sobrinos y demás de exguardias y exfuncionarios somocistas ya fallecidos, que en su momento se unieron a la lucha revolucionaria en 1979 a fin de salvar a sus parientes de un posible ajusticiamiento popular, que aprovecharon las violentas acciones de abril de 2018 para “voltearse” y retornar a la posición política de la que supuestamente habían renegado.

Hace un año fuimos testigos del somocismo redivivo clamando desquite

La expresidenta del MRS, Ana Margarita Vijil y dueños de ONG de derechos humanos, pidiendo a Ileana Ros-Lehtinen sanciones para Nicaragua.

contra quienes lo desplazaron del poder. El “mérito” de resucitar al monstruo que yacía en estado de letargo fue de los cabecillas del MRS, convertidos ellos mismos en lo que habían jurado combatir.

Hace un año, el pueblo volvió a demostrar que sigue rechazando todo lo que simbolice a la dinastía sangrienta, aunque se nos presente ahora con ropaje naranja, sotanas negras, usurpando la música que lo destronó y siempre de la mano de los perros de la guerra del imperio.

No hay que bajar la guardia nunca. En Europa e incluso en Estados Unidos, el nazismo de Hitler que muchos creyeron enterrado hace más de 70 años ha vuelto a resurgir con mucha fuerza, llegando a ocupar posiciones cimeras en gobiernos actuales. El mal también se recicla. Esa debe ser una de las principales lecciones de los sucesos de abril de 2018 en Nicaragua.

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