Esclavos del siglo XXI, la tragedia que no acapara titulares

Constantemente hay migrantes irregulares que mueren en el camino, que son abandonados por los traficantes o caen en manos de bandas rivales que se disputan la «mercancía»

Mientras las noticias de la guerra en Ucrania, la trama del juicio a Donald Trump y la quiebra de los bancos en
ee. uu. copan los titulares de los principales medios, una tragedia pasa sin llamar apenas la atención ante los ojos del mundo: miles de migrantes africanos son vendidos en los nuevos mercados de esclavos como mercadería barata.

La Organización Internacional de Migraciones (oim) tiene conocimiento de la existencia de estos mercados en el norte de África, pero poco puede hacer.

Luego de abandonar sus casas y recorrer miles de kilómetros, hombres, mujeres y niños son vendidos y comprados para trabajar, son secuestrados para exigir un rescate a sus familiares o son utilizados como esclavos sexuales, aseguró bbc.

Para que se tenga una idea de la magnitud del drama, por Agadez, al sur del desierto del Sahara, uno de los centros principales de las rutas migratorias, cada año aproximadamente 300 000 personas pasan rumbo al norte, en su camino a la costa del Mediterráneo.

Muchos mueren en el camino, son abandonados por los traficantes o caen en manos de bandas rivales que se disputan la «mercancía».

El que no puede pagar a sus captores es asesinado o, simplemente, lo dejan morir de hambre y sed. Luego de sobrevivir a este calvario, a los que son vendidos con destino a Europa les espera una nueva odisea: deben enfrentarse a la travesía en el Mediterráneo.

Según la Organización de las Naciones Unidas (onu), el Mediterráneo central es una de las rutas migratorias más mortíferas del mundo. Cada año cientos de personas pierden la vida en el intento de cruzarlo.

Al llegar a Europa se encuentran con una larga estancia en campamentos para migrantes, en los cuales reciben un trato discriminatorio e inhumano.

No se trata de algo nuevo, viene ocurriendo desde hace años, ante la mirada cómplice de algunos gobiernos que se benefician con la trata, el racismo sistémico y la indiferencia de otros que prefieren no comprometerse con un drama que consideran ajeno.

Los más «dichosos», los que logran ingresar al continente europeo, a través de programas «humanitarios», además de enfrentar un ambiente de rechazo e intolerancia, tienen que trabajar largas jornadas a cambio de sueldos muy bajos y sin contrato, o ingresan a la economía sumergida, expuestos a las condiciones sociales, laborales y de vida que impone esta forma de trabajar.

Miles de personas que van en busca del paraíso europeo mueren a sus puertas o terminan en el infierno, sin que nadie mueva un dedo para evitarlo.

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