Fabrizio Casari
En estos días, el presidente iraní Ebrahim Raisi visitará Venezuela, Nicaragua y Cuba. Será acompañado por los ministros de Asuntos Exteriores, de Defensa, de Petróleo y de Salud. Es imposible imaginar una delegación de mayor nivel institucional, lo que atestigua la importancia de esta misión diplomática para Teherán. Se firmarán importantes acuerdos económicos y comerciales en varios campos, con especial interés en los acuerdos de política energética con Caracas, tanto bilaterales como en el marco de la Opec+.
No es la primera vez que un presidente iraní visita América Latina, concretamente los países del ALBA. En 2007 se produjo la visita de Ahmadineyad, que por un lado produjo importantes avances políticos y alianzas en el ámbito de la Opec y, al mismo tiempo, dio lugar a un entendimiento político con el comandante Chávez y el comandante Ortega. Y hoy, 16 años después, el significado de la visita confirma el interés mutuo entre los países del Alba e Irán en un marco político internacional marcadamente diferente al que existía en 2007.
La política exterior iraní ha visto desarrollarse sus relaciones políticas y económicas mucho más allá de su zona geográfica. Ello no significa, desde luego, el desvanecimiento de su interés estratégico en el Golfo Pérsico y Oriente Próximo, pero la necesidad de eludir las sanciones occidentales y el deseo de proyectar el peso específico de la nación persa en la escena internacional, la han empujado significativamente hacia la diversificación de las inversiones y la importación-exportación y hacia la asunción de un papel geopolítico que proyecta el papel de Teherán más allá de sus cuencas territoriales.
Un ejemplo de cómo la política iraní se ha proyectado en la interiorización de su papel lo representan sus políticas comerciales. China es el socio económico y comercial más importante de Irán, así como un importante socio político y diplomático en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Esta relación se ha intensificado en los últimos años debido al aislamiento económico y diplomático de Irán provocado por las sanciones estadounidenses, y ambos países han unido sus fuerzas para denunciar el unilateralismo estadounidense. En el plano bilateral, Teherán y Pekín firmaron el documento «Sino-Iranian Comprehensive Strategic Partnership» (Asociación Estratégica Integral Sino-Iraní), que esboza la cooperación en diversos sectores: de la energía a la petroquímica, de las infraestructuras a las finanzas, del turismo a la ciencia, de la tecnología a los asuntos militares.
En el complejo juego que mantiene con la Unión Europea, Teherán agradeció el papel desempeñado por los principales países europeos en el acuerdo ‘5+1’ que levantó parte de las sanciones occidentales pero que, por presiones israelíes, fue cancelado por Donald Trump, a pesar de que el acuerdo contaba con la firma de Estados Unidos.
Se puede entender, por tanto, cómo Irán está utilizando el acuerdo con Pekín como herramienta para advertir a Occidente, y en este caso especialmente a los europeos, sobre el potencial de cooperación multisectorial que están cediendo a China debido a las sanciones impuestas por Washington.
La reanudación de las sanciones, que son un intento de frenar un desarrollo económico y militar que Israel percibe como una amenaza directa, no parece tener en cuenta el marco político sin precedentes que representa la reanudación de las relaciones diplomáticas entre Riad y Teherán, gracias precisamente a la mediación de China.
Aún es pronto para que se creen las condiciones para una asociación entre los dos países que en su día fueron enemigos acérrimos, tanto por su filiación religiosa como por su papel político y su influencia respectiva en todo Oriente Medio; pero lo que es seguro es que nos enfrentamos a un escenario sin precedentes que no estaba previsto por los cerebritos de Washington y Bruselas.
Arabia Saudí parece estar embarcada en una cooperación, tanto con Teherán como con Estambul y Moscú, que está destinada a hacer que Occidente tenga cada vez menos protagonismo en su papel de actor decisivo en una zona que se extiende desde el Cáucaso hasta Oriente Medio, desde el Golfo hasta toda Asia Menor.
La negativa de todos estos países a imponer sanciones a Moscú y el No a las peticiones de Biden de aumentar la producción de petróleo para compensar la menor afluencia de hidrocarburos rusos a Occidente, la reanudación de las relaciones diplomáticas entre iraníes y saudíes, y la petición tanto de Teherán como de Riad de entrar en los BRICS, ofrecen un panorama inédito y muy interesante, presagio de grandes cambios estratégicos en el control de una zona vital desde el punto de vista energético para todo el planeta.
Otra elección con profundo significado geopolítico que subraya el cambio de rumbo de Riad se produjo el 29 de marzo de 2023, cuando el gobierno saudí aprobó la decisión de unirse a la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) como socio de diálogo Creada en 2001, la OCS es una de las organizaciones políticas y de seguridad más importantes de Eurasia, integrada por China, Rusia, India, Pakistán y – desde el pasado noviembre – Irán, además de todas las antiguas Repúblicas soviéticas de Asia Central excepto Turkmenistán, así como un importante número de países observadores y socios de diálogo.
Su inminente entrada en los BRICS, junto con su lugar en la OCS, dará así definitivamente a Irán un sello estratégico, proyectándolo mucho más allá de su papel de potencia regional y señalándolo como un interlocutor importante en un nuevo orden internacional.
También por esto América Latina es un valioso socio estratégico para Irán, tanto comercial como políticamente. Teherán ya ha intervenido en defensa de Venezuela frente al bloqueo estadounidense, y las cuestiones de suministro de producción de petróleo y asistencia técnica serán uno de los temas centrales de las conversaciones.
En cuanto a Cuba, Irán sólo puede proponer asistencia económica y suministros energéticos, que pueden compensarse con la penetración de Irán en el mercado cubano. El nivel de entendimiento es positivo, pero ciertamente mejorable en el marco de la intención común de avanzar sin demora hacia una reforma sustancial de la gobernanza planetaria.
La apuesta por un mundo multilateral, que cierra la fase de unipolaridad estadounidense, vigente desde 1989, relaciona positivamente a países que también tienen identidades políticas, culturales y religiosas muy diferentes, pero que tienen en el respeto a la soberanía del otro y a la no injerencia en sus respectivos asuntos internos, la brújula de las relaciones tanto bilaterales como multilaterales.
En Managua, el presidente Raisi encontrará una realidad profundamente distinta de la que aparecía ante los ojos de Ahmadineyad. Un país completamente transformado y una economía palpitante son el resultado de una política coherente con los valores del sandinismo, que contemplan el camino paralelo entre desarrollo y soberanía nacional.
La posible cooperación entre Managua y Teherán se construirá precisamente sobre la base de esta nueva cara de Nicaragua y también sobre la base de la batalla política internacional común contra las sanciones estadounidenses que afectan a los dos países pero que son ilegítimas, unilaterales e ilegales. Todo con el telón de fondo de un nuevo mundo que se cierra con la dictadura del dólar y abre la puerta a la cooperación económica, política y militar entre todos. Porque el mundo no es el juguete privado de Estados Unidos, del que expolia recursos para financiar su modelo fracasado.
El mundo es ese lugar en el que todos coinciden en el entendimiento común de que la lucha contra la pobreza, el derecho internacional y el desarrollo armonioso son las principales herramientas para un mundo de paz en el que se compartan derechos y deberes y en el que todos participen del todo.
No faltarán similitudes entre ambos países a este respecto. Irán ya ha demostrado su capacidad para resistir el aislamiento y el cerco, y Nicaragua es un cinturón negro de resistencia y soberanía nacional. El entendimiento, antes de estar en los documentos, está en la historia mutua.