Integración: La semilla de la América Nueva

Raúl Antonio Capote | Granma

«Afirmamos que el principio cardinal que debe guiar el ALBA es la solidaridad más amplia entre los pueblos de la América Latina y el Caribe, que se sustenta en el pensamiento de Bolívar, Martí, Sucre, O’Higgins, San Martín, Hidalgo, Petion, Morazán, Sandino y tantos otros próceres, sin nacionalismos egoístas ni políticas nacionales restrictivas que nieguen el objetivo de construir una Patria Grande en la América Latina».

En estos términos sostenía la necesidad imprescindible de la integración latinoamericana y caribeña, la Declaración Conjunta emitida el 14 de diciembre del 2004, durante la visita oficial del Presidente Hugo Chávez Frías a Cuba.

Para los presidentes latinoamericanos y caribeños que, en más de una década de gobiernos progresistas en el continente cambiaron significativamente el escenario de postración y miseria de la Patria Grande, sacaron de la miseria, la insalubridad, el analfabetismo y el olvido a millones de personas, estaba bien claro que solamente la unidad permitiría alcanzar el sueño de una América realmente redimida, soberana y próspera.

Solo la unidad nos hará libres e independientes reclamaban Fidel, Chávez, Evo, Kirchner, Correa, Raúl, Daniel y resonaba en todos los escenarios el llamado de Bolívar: «Unámonos y seremos invencibles».

En estos años se impulsaron proyectos integracionistas como la Unasur, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), la Comunidad del Caribe (Caricom) y Petrocaribe, en pro del desarrollo y la alianza en la región para la libertad económica.

Durante la Primera Cumbre de la Celac, realizada el 3 de diciembre del 2011 en el teatro «Teresa Carreño» de Caracas, el entonces Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de Cuba, General de Ejército Raúl Castro Ruz, declaraba: «La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños es nuestra obra más preciada. Simbólicamente, consolida el concepto de una región unida y soberana, comprometida con un destino común».

«Estamos ante una posibilidad histórica de convertirnos en protagonistas del siglo XXI. Para eso necesitamos instrumentos concretos, políticas y alianzas muy fuertes no solo en el campo de lo económico, sino en lo político», se pronunciaba a su vez Cristina Fernández de Kirchner.

Ese mismo día Hugo Chávez alertaba: «Yo estoy seguro que no nos van a descarrilar, estoy seguro que hay descarriladores de oficio que se la pasan todos los días pensando y actuando a ver cómo se arma una guerra entre nosotros».

Nunca antes se trabajó tanto y tan bien, por la unidad, se avanzó en muchas direcciones, incluso se vislumbró la posible unión política. La vieja estructura balcanizadora comenzaba a derrumbarse a pesar de que, el máximo común divisor, los EE. UU, actuaba con especial fuerza.

«Sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Semí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosos del mar, la semilla de la América nueva».

DIVIDE ET IMPERA

La gran tragedia de América Latina fue su fragmentación en múltiples Estados débiles, sometidos a los imperios. De las provincias nacieron repúblicas, mientras la oligarquía borraba toda huella de los integracionistas, de Bolívar, de Sucre, de San Martín, de Morazán, expulsados, fusilados, asesinados, excluidos, depuradas sus historias de todo germen unificador «peligroso».

«Las oligarquías agrocomerciales de los puertos se imponían en América Latina sobre las aspiraciones unificadoras de Bolívar», aliados con Inglaterra y Estados Unidos «premiaron con un silencio sepulcral a los hambrientos soldados de Ayacucho».

En el Caribe caía en combate José Martí sin llegar a poner «alma a alma y mano a mano los pueblos de nuestra América». Cuba y Puerto Rico, frustrada la independencia por la intervención yanqui en la gesta libertadora y por la posterior ocupación militar, no lograban impedir a tiempo que Estados Unidos se extendiera por las Antillas y cayera, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América.

Así fuimos, avergonzados de nuestro origen, «una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España». Un mar de indios, negros, mestizos, blancos, sin tierra y sin destino, separados y enfrentados entre nos.

Heredamos de Portugal sus diferencias con España, diferencias extendidas en el Brasil decimonónico y llevadas al XX en interés de las grandes potencias, las islas fueron fronteras de diversos imperios allende el mar, cada vez estábamos más lejos unos de otros. De posible nación formidable pasamos a naciones inviables, pobres, dependientes, la tierra que hizo temblar a los imperios europeos, que llegaron en su temor y delirio a vislumbrar en el horizonte «las velas de Bolívar», cayó en manos de filibusteros como Walker y compañía.

LA SEGUNDA INDEPENDENCIA

Las nuevas naciones separadas, se convirtieron en abastecedoras de materias primas y receptoras de mercancías elaboradas en los grandes centros capitalistas del mundo. La versión europea de nuestra historia se imponía en las aulas, la ideología bolivariana parecía extinguida.

Cada cierto tiempo la América de Bolívar montaba a caballo y resplandecían los sables inmortales de Ayacucho, México con sus peones tomaba las armas bajo el mando de Zapata y Villa, el campesino en armas, representa en el México insurrecto la continuidad de los soldados liberadores, como los hombres libres de Sandino o los rebeldes barbudos de la Sierra.

La Revolución Cubana situó de nuevo el problema de la unidad en el meridiano de América Latina, el gran poder había sido desafiado y el ejemplo de Cuba le hacía gritar desaforado al imperio: ¡No más Cubas!

Comenzaba el siglo XXI cuando Fidel, Chávez, Evo, Correa, Kirchner, y Lula, declararon la segunda independencia, diferencias que parecían insalvables se solucionaron por la voluntad de los pueblos, el Caribe soslayado siempre, se acercó y blindó el sueño, todos se juntaron bajo la bandera de la independencia, la unidad se hizo posible, Bolívar no había arado en el mar.

América Latina ha comenzado a recuperar la memoria histórica, los latinoamericanos y caribeños comprenden como nunca antes que tenemos una patria común, hoy debemos enfrentar soberanamente nuestro destino, a pesar de los descarriladores de siempre, la continuidad existe.

«A esa América Latina integrada y unida, Cuba está dispuesta a pertenecer, a discutir con ella cualquier tema, e incluso a derramar su sangre defendiendo lo que es hoy la primera trinchera de la independencia y soberanía de nuestros pueblos… Ha llegado el momento de cumplir con hechos y no con palabras la voluntad de quienes soñaron un día para nuestros pueblos una gran patria común que fuese acreedora al respeto y al reconocimiento universal».

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