La OEA y la CELAC: EEUU en América Latina

Omar Hassan Fariñas

* “¿Acaso la OEA posee una serie de doctrinas para gobiernos como los de los presidentes Bolsonaro y Duque, y otra serie totalmente antagónica para gobiernos como los de los presidentes Maduro y Ortega? ¿Por qué será que siempre todas las posturas de la OEA coinciden milimétricamente con las de la Casa Blanca?”.

Recientemente, escuchamos unas declaraciones bastante interesantes por parte de la viceministra de Asuntos Multilaterales de la Cancillería neogranadina, la Señora María Carmelina Londoño, durante la XXII Reunión de ministros y ministras de Relaciones Exteriores de la CELAC, celebrada en Buenos Aires.

El asunto que deseamos abordar aquí no se trata de lo “sorpresivo” que sean las declaraciones de la viceministra neogranadina, sino lo tan difícil que es su tarea, dificultad que irónicamente es producto de las propias acciones de sus máximos jefes, en el departamento de Estado norteamericano.

La señora Londoño ofrece en sus declaraciones una defensa apasionada, pero de poca sustancia y realidad histórica, del rol de Estados Unidos en América Latina en general, y de la OEA en particular. La representante del gobierno de la Casa de Nariño habló en su intervención en Argentina sobre los “silencios oportunistas” de la CELAC por las violaciones de los derechos humanos en “tres países” integrantes de la organización, los cuales por lo general suelen ser los “sospechosos usuales” del Departamento de Estado: Venezuela, Cuba y Nicaragua.

En el contexto de la propia CELAC, la señora Londoño habló más de la OEA, que del organismo latinoamericano y caribeño. En su intervención, ratificó el compromiso de su país con la OEA, a la que señaló como el “centro de gravedad de un acervo institucional y normativo” de todos los estados americanos.

La funcionaria colombiana calificó el fortalecimiento de la CELAC con el supuesto objetivo de “enterrar a la OEA” como “una equivocación descomunal” y una “gran irresponsabilidad”. Al respecto, insistió en que “las generaciones actuales y futuras de nuestras naciones requerirán del acervo doctrinal y la defensa de los derechos humanos y la democracia con la que cuenta la OEA y siempre vivirán en el mismo vecindario que Estados Unidos y Canadá, a quienes parecería que se les quiere dar la espalda por parte de algunos en esta organización”.

Quizás hubo una equivocación en la invitación, y la Señora Londoño no fue informada que no se trataba de una reunión de la OEA, sino de otro organismo regional.

En las declaraciones de la Señora Londoño, vemos un ejercicio caracterizado por una fuerte condición de amnesia selectiva de la historia de las relaciones históricas entre Estados Unidos y América Latina. Para la señora Londoño, es un error descomunal “enterrar” la OEA.

No obstante, la funcionaria neogranadina se olvida de los tantos “errores descomunales” de la OEA, al violar sus propios códigos e intervenir directamente en las políticas internas de ciertos Estados miembros (ignorando intencionalmente a otros) para desacreditar sus sistemas políticos y su democracia, y justificar la ruptura del hilo constitucional.

El rol de la OEA solamente en la crisis boliviana – primero como instigadora de un golpe de Estado, y luego como “legitimadora” de este – nos otorga suficientes motivos para que los países miembros que no dominan esta iniciativa originalmente estadounidense, pierdan fe en su utilidad, su transparencia y su relevancia para el desarrollo y la paz en la región.

En los últimos años (específicamente desde la restauración conservadora en la región y la llegada del peón de Washington a la secretaría general en el 2015), la OEA se ha transformado en un mero instrumento de la política exterior estadounidense, y un grave peligro no solamente para los sistemas democráticos de la región, sino para la propia estabilidad y bienestar de los pueblos de estos países.

Solo con ser señalado como una “dictadura” por parte del Departamento de Estado – señalamiento que es seguido por las usuales declaraciones destructivas de la OEA – ahora cualquier país latinoamericano corre el riesgo mortal de ser sujeto de las famosas “medidas coercitivas unilaterales” estadounidenses, las cuales poseen graves consecuencias para las poblaciones de ese país, entre muertes, pobreza, inestabilidad, invasiones de mercenarios, destrucción de sus economías y sus monedas nacionales, etc.

Alternativamente, gobiernos que sí asesinan explícitamente a sus poblaciones de manera sistemática, como el gobierno de la Señora Londoño o el antiguo gobierno de la Señora Jeanine Áñez, gozan de una inmunidad completa y exclusiva por parte de la OEA, asunto que quizás explica la defensa apasionada que le otorga la representante del gobierno del presidente Iván Duque, al indicado organismo regional.

El tema de los derechos humanos siempre suele ser uno de los temas favoritos de gobiernos como el de la señora Londoño, aunque nunca para sus propias poblaciones, sino para todas las demás.

Como era de esperarse, la Señora Londoño señaló indirectamente (a pesar de que su “sutileza” no fue en realidad muy “sutil”, valga aquí la redundancia) con mucha preocupación las violaciones de los derechos humanos en Venezuela, Cuba y Nicaragua, tranquilamente desde un universo paralelo donde ciertas realidades no existen, como por ejemplo que en Colombia el año 2020 fue el periodo en el cual se dio la cantidad más grande de asesinatos políticos de dirigentes sociales (303 asesinatos).

Mientras que el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz) de Colombia señala que solamente en el 2021, se han cometido en el país suramericano 92 masacres y fueron asesinados 168 líderes sociales y 48 firmantes del Acuerdo de Paz.

Otro dato interesante que se le escapa a la Señora Londoño es que desde la firma del Acuerdo de Paz (noviembre de 2016) hasta la fecha, se han cometido 1.283 homicidios de líderes de movimientos sociales, de los cuales 885 ocurrieron durante la gestión de gobierno del presidente Iván Duque.

Por estas y tantas otras razones que no podemos abordar en este limitado espacio, los comentarios de la señora Londoño solo estimulan los siguientes interrogantes:

¿A dónde estaba la OEA cuando las fuerzas del golpe de Estado contra Evo Morales masacraban a sus poblaciones? ¿A dónde estaba la OEA cuando el propio gobierno de la Señora Londoño masacraba a sus propias poblaciones y los líderes de los movimientos sociales colombianos?

¿Acaso la OEA posee una serie de doctrinas para gobiernos como los de los presidentes Bolsonaro y Duque, y otra serie totalmente antagónica para gobiernos como los de los presidentes Maduro y Ortega? ¿Por qué será que siempre todas las posturas de la OEA coinciden milimétricamente con las de la Casa Blanca?

¿Por qué la supuesta represión en Caracas o Managua son temas exclusivos de la OEA, mientras que la innegable represión de los manifestantes, fraudes electorales y persecuciones políticas de opositores en Estados Unidos son temas exclusivamente fuera de la “jurisdicción” del organismo regional?

La funcionaria colombiana indicó en su famosa intervención que “la integridad de nuestro hemisferio también nos brinda grandes oportunidades en la cercanía con Canadá y Estados Unidos”.

Estas son exactamente las mismas palabras que fueron empleadas repetidamente por los estadounidenses y sus apologistas en América Latina, desde las primeras conferencias panamericanas a finales del Siglo XIX, y hasta los años 1948 (creación de la OEA en Bogotá, a pocos días del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán) y 1954 (Cumbre Panamericana bajo la dictadura militar de Pérez Jiménez en Venezuela). En realidad, esta “plantilla” no ha cambiado en más de 125 años (desde 1889, la primera conferencia Panamericana en Washington).

No obstante, aún no logramos observar estas maravillosas “oportunidades”, más allá de las oportunidades que ha disfrutado América Latina de ser invadida repetidamente, de sufrir un “cambio de régimen” tras otro, y de acuerdos comerciales y económicos altamente asimétricos, en los cuales se logra exitosamente transferir inmensas cantidades de riquezas, pero siempre desde el Sur y hacia esos países que supuestamente nos brindan las maravillosas “oportunidades” de la señora Londoño.

Sería interesante preguntarle a la funcionaria neogranadina cuáles específicamente son las fuentes históricas que sustentan sus alegatos, ya que estas no coinciden para nada con el inmenso repertorio historiográfico que poseemos aquí en América Latina, el cual nos ilustra tanto sobre las “venas abiertas” de nuestro continente.

La funcionaria neogranadina señaló a Estados Unidos y Canadá en su intervención durante la reunión de la CELAC, “quienes parecería que se les quiere dar la espalda por parte de algunos en esta organización”.

Quizás con un poco más de consciencia sociohistórica, la Señora Londoño pudiera darse cuenta que no es tanto la “espalda” que los pueblos latinoamericanos quieren darle a Estados Unidos (y quizás su socio minoritario, Canadá), sino evitar la aplastante bota “Yanqui” que siga caminando sobre nuestras espaldas.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *