Los procesos de descomunización, de Lenin a Darth Vader

Autor: Raúl Antonio Capote | 

Después de la derrota de los proyectos socialistas en Europa del Este, la reacción contrarrevolucionaria no fue «clemente», y mucho menos conciliadora 

Después de la derrota de los proyectos socialistas en Europa del Este, contrario a lo que dicen los defensores de los procesos de transición, la reacción contrarrevolucionaria no fue «clemente», y mucho menos conciliadora. 

En los antiguos Estados proletarios, casi de inmediato comenzó el desmontaje simbólico, el desmantelamiento de la cultura socialista, la persecución y el ostracismo de los dirigentes y funcionarios públicos, así como de los militantes comunistas y los miembros de los cuerpos de seguridad. 

Estos procesos reaccionarios llamados de descomunización, aunque se han ejecutado de manera diferente en cada país, poseen rasgos comunes. 

Con el fin de llevarlos a «buen término», en la República Checa, por ejemplo, se creó la Oficina de la Documentación e Investigación de los Crímenes del Comunismo; en Eslovaquia, el Instituto de la Memoria Nacional; en Alemania, el Comisionado Federal para los Registros de la Stasi (bstu); en Ucrania, el Instituto Ucraniano de la Memoria Nacional, por solo citar algunos ejemplos. 

Como parte de estas acciones de «limpieza», se estableció la llamada Lustration, política gubernamental que tenía el propósito de limitar la participación de los excomunistas en cargos de función pública. 

Dirigentes estatales como Todor Zhivkov, Erich Honecker y Egon Krenz fueron juzgados y condenados a penas de prisión, aunque por razones de salud y de edad cumplieron poco tiempo en la cárcel. No fue así el caso de Nicolae Ceaucescu, en Rumania, quien fue condenado a muerte, y ejecutado. 

LA REACCIÓN ANTICOMUNISTA EN ACCIÓN 

Quizá por razones que habría que buscar en la Historia, las medidas destinadas a la «desovietización» se llevaron a cabo de manera más profunda en Estonia, Lituania, Letonia y Ucrania, que en los demás países del Pacto de Varsovia y el resto de las Repúblicas que integraron la URSS. 

La descomunización en Ucrania comenzó inmediatamente después de la disolución de la Unión Soviética, pero el proceso se formalizó en abril de 2015, posterior al golpe de Estado del Euromaidán. 

El 15 de mayo de ese año, Petró Poroshenko, al frente del Gobierno en Kiev, firmó la ley que estipuló la eliminación de monumentos «comunistas», así como el canje de nombre de lugares públicos. 

Se cambiaron de patronímico 51 493 calles, 987 ciudades y pueblos, se eliminaron 1 320 monumentos de Lenin y 1 069 monumentos de otras figuras consideradas comunistas. 

Una de las disposiciones principales de la ley estableció que la Unión Soviética era «criminal», que «perseguía una política estatal de terrorismo»; además, reemplazó el término «Gran Guerra Patria» en el léxico nacional por «Segunda Guerra Mundial». 

El Ministerio del Interior despojó al Partido Comunista de Ucrania, al Partido Comunista de Ucrania (Renovado) y al Partido Comunista de Trabajadores y Campesinos de su derecho a participar en las elecciones. Mientras que, poco después, el Tribunal Administrativo del Distrito de Kiev prohibió la existencia de dichas organizaciones. 

Llevar el «san Benito» de comunista, en cualquiera de los países del Este, significó la pérdida posible del empleo, el descrédito y la persecución. Esta situación, con el arribo al poder de grupos neonazis en Ucrania, escaló a límites aún poco divulgados. 

MÁS ALLÁ DE TODA RAZÓN, ÉTICA E HISTORIA 

La barbarie ha sobrepasado todos los límites en los últimos años. En Estonia, más de 400 sitios históricos han sido removidos. En Polonia, Lituania, República Checa, en la mayoría de los países que integraban el campo socialista, los monumentos al Ejército Rojo son vandalizados y destruidos. 

Un ejemplo de estas acciones fue el ataque realizado a un obelisco conmemorativo en la ciudad de Sofía, en Bulgaria, donde resultó dañada la placa conmemorativa que rezaba «Al Ejército soviético, libertador del agradecido pueblo búlgaro». 

En reiteradas ocasiones, la Embajada de Rusia en Berlín ha enviado notas al Ministerio de Exteriores alemán, en protesta por «los crecientes actos de vandalismo» contra tumbas y mausoleos conmemorativos a soldados soviéticos. 

¿Cuál sería el destino de Europa y el mundo en general sin el sacrificio de millones de soviéticos que dieron su sangre por la victoria contra el régimen nazi? 

Es justo señalar que estos hechos han provocado la repulsa de personas en esos países, que recuerdan y agradecen a los hombres y mujeres de la URSS, que sacrificaron sus vidas en la cruenta lucha contra los opresores fascistas. 

La restauración del capitalismo en los países de Europa del Este ha tenido para sus pueblos un costo impagable en todos los sentidos. 

En Odesa, un artista ucraniano convirtió una estatua de Lenin en un monumento a Darth Vader. La «obra», primera en el mundo dedicada al Señor Oscuro, roza el absurdo, pero es todo un símbolo. El malvado comandante, ideado por George Lucas, es la imagen de un sistema que necesita superhombres de celuloide para perpetuarse. 

La fobia a los héroes populares, a la heroicidad del hombre común capaz de cambiar la historia, les obliga a construir titanes inalcanzables, inimitables y por tanto inofensivos. Lenin sigue siendo muy peligroso. 

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