Sergio Ramírez y Mario Vargas Llosa, dos escritores neofascistas que traicionaron a sus pueblos y se unieron al coro de plumíferos del imperio norteamericano y sus serviles europeos. Ambos adquirieron la nacionalidad española.
Gustavo Espinoza Montesinos
En los últimos días, procedentes de Managua, llegaron dos noticias que sorprendieron a algunos, desorientaron a otros y desataron la ira desenfrenada de terceros.
El gobierno Sandinista decidió liberar a 222 personas que se hallaban detenidas, pero en lugar de ponerlos en la calle, los puso en un avión que partió a los Estados Unidos. Otros 94, -radicados mayormente en el exterior-, fueron privados de su nacionalidad. Para comprender los hechos, hay que tener una mirada de conjunto. Veamos:
Las dos informaciones han sido usadas por la “Prensa Grande” y por los enemigos de Nicaragua para arrumar una suma de adjetivos destinados a enlodar al proceso Sandinista enraizado en ese país, y denigrar a su pueblo y a su gobierno. Incluso personas con buen criterio, se han visto arrastradas por una campaña que no hace sino sumar odio y desconfianza con relación a las transformaciones sociales que se operan donde nació Darío.
Guiados por sentimientos humanitarios, algunos se han sumado a las críticas perfiladas en el marco mundial, sin tomar en cuenta para nada el escenario concreto, ni el sentido de la lucha de clase que se opera en la región. Cabe entonces detenerse a reflexionar brevemente en torno a estos episodios.
Entre abril y julio del 2018, Nicaragua se vio sorprendida por una asonada golpista que generó dolor, muerte y destrucción. De pronto, bandas armadas salieron a las calles para instalar barricadas en la vía pública, atacar escuelas, hospitales, áreas de salud y dependencias públicas, quemar bibliotecas y provocar incendios incluso en entidades de gobierno local.
Los agresores, prolijamente organizados, y con evidente apoyo exterior, lograron incluso copar dependencias públicas y hasta secuestrar policías, pero su objetivo principal fue agredir a dirigentes y militantes Sandinistas para echarlos del Poder. En su desenfreno, llegaron a torturarlos y a matarlos. Detrás de estas acciones estuvo la oligarquía nativa, pero también el gobierno de los Estados Unidos
En la circunstancia Managua buscó no usar la fuerza para reprimir esas acciones. Procuró el diálogo y la mediación eclesial.
Pero la Iglesia no fue, en todos los casos, partidaria de similar idea. Hubo sacerdotes que asumieron una conducta patriótica, pero los hubo también quienes se sumaron al vandalismo y al pillaje, lo alentaron, auparon y hasta lo protegieron.
Finalmente, los alzados, fueron vencidos por la población organizada y debieron afrontar detenciones, procesos judiciales y condenas. Estas, corrieron a cargo no del Gobierno Sandinista, sino del Poder Judicial y otros entes del Estado.
En la relación de las 220 personas enviadas a los Estados Unidos recientemente, figuran muchos de los dirigentes y activistas de esa siniestra asonada, Pese a la magnitud de sus delitos, desde el exterior los enemigos de Nicaragua los consideraron “presos políticos” y demandaron su “inmediata libertad”.
Como no resultaba posible ni lógico que fueran liberados y vivieran en el país como si fuesen inocentes; fueron enviados a los Estados Unidos. Por lo menos, a partir de esa operación, cesó la campaña de “libertad a los presos en Nicaragua”. A los adversarios del Sandinismo, les quitaron la bandera.
Lo otro –aquello de la “nacionalidad arrebatada”- suena más fuerte. Los afectados, en lo fundamental, viven varios años fuera de Nicaragua: en los Estados Unidos, Costa Rica o España. Y gozan en esos países del conceptuoso apoyo de gobiernos y entidades contrarrevolucionarias, archi enemigas del Sandinismo. Unos y otras, los protegen, amparan y les otorgan reconocimientos, lauros y premios por doquier.
Forman parta de una exquisita y privilegiada burbuja internacional que los engríe y ayuda, los promueve, les otorga premios, reconocimientos y oropeles de distinto signo. A esa gama, lucen adscritos Sergio Ramírez y Gioconda Belli.
Ellos combinaron su actividad literaria con su quehacer político. Militaron un tiempo en el Frente Sandinista y desempeñaron incluso elevadas funciones públicas en el primer gobierno de Daniel Ortega.
Luego de la derrota del FSLN en 1990, fueron asediados por quienes vieron en ellos ciertos niveles de disidencia. Argumentando un presunto rechazo al “radicalismo”, fueron ganados a una escisión y fundaron el llamado “Movimiento de Renovación Sandinista”. ¿Qué querían “renovar”?
Como otros “renovadores”, estos querían “renovar” el Sandinismo. Es decir, renunciar al legado histórico de Sandino y “refundarlo” sobre “nuestras bases”, renunciando al objetivo estratégico socialista y adoptando más bien una suerte de “capitalismo mejorado” a través de reformas. En la pugna interna, fueron vencidos, pero, sobre todo, fueron derrotados en la lucha política.
La población, siguió al Sandinismo histórico y no se hizo ilusiones con los presuntos “renovadores”.
A cambio, estos recibieron ayuda del campo enemigo al que fueron haciendo crecientes concesiones. En el extremo, terminaron pactando con los grupos más reaccionarios y hasta con los voceros del Imperio. Sus sucesivas visitas a Washington, lo confirman.
Determinados organismos de “colaboración” ideados por el Pentágono y la CIA los fueron alimentando, y ellos terminaron cediendo progresivamente hasta que, al fin, capitularon, y optaron por convertirse en agentes del Imperio. Todo eso, está irrebatiblemente probado y documentado.
¿Quitarles la nacionalidad puede considerarse “un exceso”, o tal vez un gesto inútil e innecesario?, podría ser; pero eso no puede modificar la concepción de fondo referida al tema.
El Sandinismo es una alternativa revolucionaria compatible con los intereses de los pueblos. Nicaragua avanza por una ruta nacional liberadora.
Y la Patria de Darío y de Sandino sufre la agresión reaccionaria y el ataque imperial. Por lo demás, los intelectuales no tienen “Patente de Corzo” ni el “derecho” a traicionar la causa de su pueblo.
Como a Vargas Llosa, también a Sergio Ramírez o a Gioconda Belli, podrán usarlos y llenarlos de premios y de pergaminos para alimentar un “mensaje” capitulador y reaccionario; pero eso no debiera confundir a intelectuales probos conscientes de sus deberes. Nadie debe perder la brújula.