Solidaridad necesaria

Durante un breve intercambio en algún salón de la Ciudad de Panamá, según narra el periodista José Delgado, el presidente estadounidense Barack Obama le dijo al líder independentista puertorriqueño Rubén Berríos Martínez que el futuro de Puerto Rico en cónclaves internacionales va a depender de los puertorriqueños. «Y de la voluntad de Estados Unidos», le advirtió Berríos. El intercambio se produjo durante la VII Cumbre de las Américas a la que Berríos pudo asistir gracias a la solidaridad del presidente nicaragüense Daniel Ortega.

 La declaración de Obama no es nueva. Con leves variaciones la han repetido todos los presidentes de Estados Unidos cada vez que tienen que referirse al caso de Puerto Rico en algún foro internacional. Tan pronto se manifiesta un gesto de solidaridad hacia la independencia de Puerto Rico, corren a advertir la supuesta exclusividad boricua en cuanto a nuestro futuro o el más clásico reclamo imperial de «éste es un asunto interno».

Si antes de intentar aleccionar a Berríos, Obama hubiese repasado el proceso hacia la independencia de su propio país, o el de la mayoría de los otros países del resto del mundo, encontrará una realidad muy repetida. En casi todos ellos el apoyo de un tercer estado, o la repercusión de algún evento internacional ajeno al teatro de operaciones, jugó un papel determinante en el desenlace final.

En el caso de Estados Unidos, la victoria de los independentistas frente a Gran Bretaña no hubiese sido posible en 1783 sin la intervención de Francia y, en menor medida, del imperio español. En la decisiva batalla de Yorktown, ocurrida ese año, participaron miles de soldados franceses junto a las tropas americanas que comandaba George Washington, mientras la Marina de Guerra gala bloqueaba los mares para impedir el aprovisionamiento británico. Ésa fue la culminación del largo proceso intervencionista de la monarquía borbónica (que no sabía que vivía su última década) manifestada en apoyo financiero, armas, municiones, asesoramiento bélico y, finalmente, participando directamente en los combates. Sin esa colaboración, tal vez la independencia de las trece colonias hubiese llegado de todos modos, pero no en la penúltima década del siglo XVIII. Francia, claro está, no desencadenó su apoyo por mera solidaridad humana o ideológica, sino como parte de su propia estrategia imperial.

El camino latinoamericano hacia la independencia no contó con un socio tan activo y generoso como Francia con los norteamericanos, pero sí se benefició de un evento desencadenado por los franceses en Europa, que reverberó en América: la invasión napoleónica de la península ibérica. Con la monarquía española apresada y los liberales intentando gobernar desde Cádiz, los procesos independentistas de las colonias españolas suramericanas se adelantaron o se precipitaron. En el caso de Brasil sería el mismo hijo del rey de Portugal quien proclamaría la independencia separando al gigante suramericano del imperio que, nominalmente, todavía gobernaba su padre. El proceso haitiano, por otro lado, estuvo influenciado por las repercusiones de la Revolución Francesa de 1789.

Para muestra con esos botones basta. Precisamente por conocer esta historia y siendo conscientes de la gran diferencia de poder que existe entre Puerto Rico y Estados Unidos, los independentistas puertorriqueños siempre le han asignado una gran importancia a la solidaridad internacional, particularmente a la latinoamericana. Previamente, frente a España, Ramón Emeterio Betances vio posible la independencia sólo si la lucha se vinculaba a la de las otras Antillas. Décadas después, bajo el nuevo colonizador, tan pronto Pedro Albizu Campos advino a la vicepresidencia del Partido Nacionalista en 1925, emprendió poco tiempo después un largo viaje por los países de América recabando solidaridad y ayuda para la lucha puertorriqueña.

Más adelante, Juan Mari Brás haría del trabajo internacional uno de los elementos centrales de su estrategia. Tanto el Movimiento Pro Independencia que comenzó a liderar en 1959, como el Partido Socialista Puertorriqueño que nació doce años después, dirigieron grandes esfuerzos a construir una red de apoyo internacional del que algunas de cuyas instituciones, como la Misión de Puerto Rico en Cuba todavía perduran. La reactivación del caso de Puerto Rico ante las Naciones Unidas hasta lograr que el Comité de Descolonización del foro internacional lo hiciera parte de su agenda, fue un resultado exitoso de aquel esfuerzo. Simultáneamente, y gracias al constante apoyo del gobierno de Cuba, se logró estatus de observador en los cónclaves del Movimiento de Países No Alineados, uno de los principales foros internacionales en aquellos años.

La presencia del independentismo puertorriqueño en la Cumbre recién celebrada en Panamá es una continuación importante de esos esfuerzos y, una vez más, la solidaridad de algún gobierno latinoamericano la ha hecho posible. La acción del presidente nicaragüense Daniel Ortega, quien colocó a Rubén Berríos como su asesor, incorporándolo a la delegación de Nicaragua y cediéndole su espacio en varios de los foros, merece el reconocimiento y el aplauso de todos nosotros. Gracias a Nicaragua Puerto Rico no ha quedado en el olvido. Más importante aún, los puertorriqueños no llegaron al importante foro internacional agarrados de la falda del invasor, como ha ocurrido en otras ocasiones cuando se incorpora a un representante del gobierno colonial de Puerto Rico a la delegación estadounidense. Llegamos gracias a la solidaridad de un hermano latinoamericano quien, dos siglos después, le da continuidad al mandato de Simón Bolívar.

Gracias a la solidaridad de Nicaragua, Barack Obama se topó con la independencia de Puerto Rico en uno de los salones de la Cumbre de Panamá. Ese apoyo solidario, junto al esfuerzo indispensable de los puertorriqueños, permitirá que algún día podamos romper el cascarón colonial que ahora mismo impide nuestro desarrollo.

 

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