Ucrania y un G-7 patético

 

Fabrizio Casari

El espectaculito de la reunión del G7 en Kiev trae a la memoria salidas idénticas como las de Draghi, Macron y Sholtz hace casi dos años. Los ingredientes de la farsa son siempre los mismos: toneladas de retórica bélica e imágenes trilladas de gobernantes europeos que, con unas horas de tren, creen poder relanzar su imagen de firmes guerreros de Occidente a costa de los ucranianos, que mientras tanto siguen muriendo por las ambiciones de Zelensky y los intereses de Estados Unidos.

La escenificada con Meloni vestida de líder europeo añadió – por si hacía falta – un rasgo típico de la etapa, a saber, que se trata, a todos los efectos, de una gira electoral. Von der Layen, que acaba de hacer efectivo el No del gobierno alemán a su candidatura como secretaria general de la OTAN, ya ha anunciado su intención de presentarse de nuevo a líder de la UE, suponiendo que los resultados de las elecciones se lo permitan.

Los ucranianos, que son las víctimas de este galimatías, sólo han cobrado las promesas de ayuda de 50.000 millones de euros (con lo que el total oficial asciende a 144.000 millones de euros en estos dos años, de los que hasta ahora sólo se han asignado 77.000 millones), pero un examen más detenido revela que es cierto el dicho que dice que el diablo está en los detalles.

En primer lugar, los 50.000 millones de euros se desembolsarán a lo largo de 5 años, por lo que está claro que, dado que Ucrania ni siquiera puede luchar por otros 2, es probable que la gran mayoría se destinará al pago del chip de entrada de Kiev en la UE, ya que nunca Kiev lo tendrá a mano. Sería la primera vez que un solo país realiza el pago de entrada a los Estados miembros, y a pesar de lo excepcional del contexto y de su relativo compromiso, no será tan fácil encontrar consenso entre los 27.

En cuanto a la ayuda estrictamente militar, aparte la promesa retórica de «permanecer con Ucrania todo el tiempo que haga falta» (es decir, seguirán muriendo porque mantener la presión sobre Rusia es nuestra única línea), la UE se limitará a suministrar tanques Leopard alemanes a las tropas que queden en el campo de batalla.

Alemania, a cambio de la donación, recibirá contratos de compra de nuevos Leopard de Italia, a la que el primer ministro fascista Meloni prometió ocho mil millones de euros. Alemania se convierte así en el principal proveedor europeo de armas a Israel, y a Ucrania. A las vagas palabras sobre la adhesión de Kiev a la UE siguió, más concretamente, la prórroga por un año de las condiciones especiales favorables para la importación de trigo ucraniano en Europa. Esto no gustará a los agricultores europeos, principalmente a los polacos, para quienes el acceso a condiciones privilegiadas para el trigo ucraniano significa menos ventas del suyo.

Así pues, aunque la UE necesita almacenar el trigo ruso que ya no puede comprar debido al embargo, la idea de rebajar las cuotas de los agricultores europeos en beneficio de los ucranianos no será fácil de explicar en la campaña electoral. Por otra parte, el cansancio generalizado en la opinión pública estadounidense y, sobre todo, europea, de apoyar una guerra que no se puede ganar, sino que ve varias formas de perder, impide el optimismo y la retórica belicosa.

El decimocuarto paquete de sanciones contra Moscú genera hilaridad, dada la facilidad con la que se sortean, y más después de que el Fondo Monetario Internacional confirmara las cifras del crecimiento europeo, estancado en una media del 0,5 al 0,9, frente al de Rusia, que vio crecer su PIB un 3% en 2023 y se espera que lo haga entre un 2,4 y un 2,6 en 2024.

Lo mismo ocurre con la bolsa: la rusa ha crecido un 27% respecto a hace dos años y el rublo cotiza a niveles de 2021. Las amenazas de sanciones estadounidenses contra los bancos que realizan transacciones comerciales con destino a Rusia parecen especialmente audaces, dado que la situación de los bancos occidentales es de crisis evidente, en contraste con los bancos rusos que, en cambio, crecen y prosperan: en 2023 obtuvieron unos beneficios de 37 mil millones de dólares, 16 más que en 2022.

La ocasión de la gira electoral del G7, sin embargo, vino bien para empezar a vender un «plan B» que permitiera una retirada occidental que no pareciera una derrota. En la lectura de los distintos discursos, se notaba el cambio de tono parcial, gradual y prudente respecto a la victoria militar de Kiev y, aparte de algunos disparates de von der Layen, empezó a surgir la cuestión de una solución política para poner fin al conflicto.

Por otro lado, la evidencia militar de la victoria rusa hace complicado argumentar lo imposible incluso para maestros de la hipocresía, acostumbrados a la desinformación, y los tonos belicosos de hace dos años se encuentran entre el suelo ucraniano y las urnas europeas.

Tras la reunión, Zelensky reiteró que no quería tratar con Putin, como se le había ordenado, pero las cosas son distintas en el campo de batalla que ante los micrófonos de un periodismo arrodillado. La reciente conquista de Avdeevka, que se saldó con un baño de sangre de soldados de Kiev (según fuentes rusas, al menos diez mil muertos) y que escenificó una nueva escisión desordenada de la Tercera Brigada (es decir, los nazis de Azov), así como la ocupación del lugar desde el que la artillería ucraniana disparó contra Donetzk, abre el camino a una mayor expansión de Moscú en territorio ucraniano.

El cuento de los medios y municiones desaparecidos ha sido exhumado no sin cierta vergüenza, ya que siempre se ha abusado de él durante los dos últimos años y se ha demostrado regularmente que era una tesis propagandística, no militar. En primer lugar, porque, con una continuidad decisiva, todos los dispositivos occidentales modernos entregados a los ucranianos han acabado en manos rusas, el último en Avedeevka; en segundo lugar, porque lo que impide a Ucrania poder siquiera imaginar una contraofensiva es que su ejército ha sido diezmado por los rusos y, por el momento, sus precipitadas huidas superan con creces las heroicidades de las que hablan.

Aún más sin sentido, hasta el punto de rayar en un gesto de involuntaria autoburla de la UE, llega otro paquete de sanciones contra Moscú, esta vez culpado de la muerte de Alexy Navalny. No hay pruebas de la responsabilidad directa del Kremlin, pero, a falta de ellas, se ha optado por culparle políticamente de todos modos, aunque políticamente Putin sea el único que no ha obtenido ningún dividendo de la muerte del nazi convertido en disidente.

Pero la verdad de los hechos, como la lógica, no tienen cabida en la desesperada guerra de Occidente contra Rusia, y la muerte de Navalny, además de presentar rarezas y coincidencias (como el hecho de que estuviera sometido a un régimen especial muy duro pero se comunicara por teléfono y a través de Internet con todo el mundo, o la presencia simultánea en la Conferencia de Múnich) está siendo utilizada para relanzar el apoyo a Ucrania justo cuando el Congreso de Estados Unidos amenaza seriamente con retirarlo.

El intento de apoyar a Biden en su enfrentamiento con el Congreso por Ucrania es responsable de la obsesiva, exagerada e incluso contraproducente campaña antirrusa de los últimos 15 días, articulada en varias alertas por poder. Rusia pretende alcanzar la superioridad militar en el espacio; Moscú ha dado el visto bueno al debut de su nuevo cazabombardero estratégico TU-160M con capacidad nuclear; el Kremlin ha dado órdenes de matar a Navalny.

Una serie de bazofias convertidas en alarma por el mainstream mediático internacional que se corresponde con el dominio, tanto de las grandes cadenas de televisión occidentales como del digital, completamente en manos de los gigantes de la Red que apoyan descaradamente a la Casa Blanca. El objetivo es ayudar a Biden y a sus desesperados intentos de mantener abierto el enfrentamiento militar con Rusia, ya sea por la necesidad de no enfrentar la campaña electoral con una poderosa derrota en las espaldas, así como porque Rusia es considerada estratégica y militarmente aún más peligrosa que China y de todo el Sur global para el dominio planetario absoluto del Occidente liderado por los anglosajones.

De hecho, tanto en Washington como en Bruselas, se considera que Rusia es capaz de ejercer no sólo un reconocido liderazgo político en los países de religión ortodoxa de Eurasia, como en diversos escenarios de Asia Menor, África y partes de América Latina, sino que, sobre todo, se preocupa de dotarse de un nivel de armamento capaz de sostener y ganar el enfrentamiento con la OTAN, a la que, por otra parte, ya ha derrotado en Siria primero y en Ucrania ahora.

Para confirmarlo, el 23 de febrero, Putin, además del anuncio de la producción en serie de los misiles hipersónicos TU-M160 y Tsirkón, garantizó nuevos esfuerzos rusos en la modernización del equipamiento militar general y nuclear, afirmando que el equipamiento moderno de las fuerzas armadas rusas ronda el 95 por ciento del total de las fuerzas nucleares estratégicas y que, en la parte naval, se acerca al 100 por ciento.

Precisamente sobre la base de esta superioridad militar, el líder del Kremlin, en la reciente entrevista con Tucker, que literalmente volvió loca de rabia a Hillary Clinton, una de las peores vestales de la guerra como instrumento de política exterior en el establishment estadounidense, dijo que estaba dispuesto a iniciar conversaciones de paz para Ucrania.

Con condiciones precisas y ajustadas a lo que indique la situación militar sobre el terreno, y con la participación de quienes mueven los hilos y no de simples marionetas. En resumen, conversaciones directas con Washington a las que, como mucho, Zelensky llevará la pluma con la que firmar la rendición.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *