Occidente parece retomar una vez más la vieja fórmula de buscar la inestabilidad para gobiernos incómodos mediante crisis controladas, como parece ser el caso ahora de Hungría y Eslovaquia.
En medio del concierto de naciones creado con mucha presión, y en algunos casos hasta con chantaje por ejecutivos de la Unión Europea (UE) en contra de Rusia, Hungría y Eslovaquia son la nota que desentona en el esfuerzo para situar a Moscú como lo peor para Europa.
Son varias las ocasiones en que el primer ministro ultraderechista húngaro, Viktor Orban, llamó a sus colegas de la UE a poner en la balanza la guerra económica desatada por Occidente contra Rusia y las garantías de defensa de intereses nacionales.
Orban tampoco consideró prudente el rearme de Ucrania que solo llevará a agudizar el conflicto con Rusia, cuyo presidente Vladimir Putin ordenó una operación bélica en el vecino país para defender la población de la región sublevada del Donbás.
El jefe de gobierno magiar también se resistió por casi dos años a imponer medidas punitivas unilaterales contra el gigante euroasiático y más bien abogó por mantener contratos para la compra de gas natural y petróleo a ese estado, en lugar de perjudicar la economía nacional.
Pero quizás uno de los pasos que pareció colmar la copa de los directivos en Bruselas fue la reciente visita del ministro húngaro de Relaciones Exteriores, Peter Szijjartó, al territorio federal de Sirius, en la ciudad de Sochi, a un foro de uso pacífico del átomo.
De su lado, desde su llegada al poder en octubre de 2023, el primer ministro eslovaco, Robert Fico, quien dirigió el ejecutivo en dos ocasiones anteriores, definió desde un principio su posición: ni una sola bala para Ucrania.
Fico, con amplio respaldo en las elecciones de septiembre pasado, consideró imprudente, además, hablar de la posibilidad de un enfrentamiento de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) con Rusia por el conflicto en Ucrania.
El mecanismo puesto en práctica
Casualmente, los dos gobiernos incómodos para Bruselas fueron víctimas de sendas protestas populares. En el caso de Orban, los manifestantes solicitaron su salida inmediata del Gobierno, destaca la publicación digital Vzgliad.
Para el jefe de gobierno magiar buscaron harina de su propio costal: el exfuncionario y miembro del gobernante partido Fidesz Peter Madiar pareció estar detrás de las protestas y una marcha de antorchas para demandar la salida de Orban y su fiscal general Peter Polt.
Unas 10 mil personas participaron en la demostración en el centro de Budapest en una acción, cuyos organizadores le dieron una dimensión nacional, señaló en su momento el diario Nepszava.
En enero pasado, por otro lado, en Eslovaquia también tuvieron lugar protestas con participación de unas 27 mil personas en Bratislava, además de manifestaciones en otras 14 ciudades.
Durante una de esas acciones, el vicepresidente del Parlamento y líder del partido Progresivne Solvensko, Mijail Shimeska, consideró que Fico fue incapaz de conocer la capacidad del pueblo para “defender lo justo”.
Lo cierto es que fuentes citadas por Vzgliad comentaron que tanto Washington como Bruselas estarían interesados en corregir la situación política en los dos citados países, antes de las elecciones para el Parlamento Europeo de junio próximo.
Así, la práctica de jugar a las llamadas revoluciones de colores para lograr objetivos a largo plazo ya se probó en otras ocasiones como en Georgia, Armenia, o Ucrania en dos ocasiones (2005 y 2014). El asunto es saber si el tiempo de éxito de ese tipo de acción ya pasó.