Nueva Dama de Hierro en Reino Unido

La sucesora de Cameron, que estuvo en contra del Brexit, deberá conducir el proceso de secesión y cerrar la grieta que fractura al Reino Unido, no sólo por la cuestión europea.

 

Con mucho de carambola, la actual ministra del Interior Theresa May será la nueva primera ministra del Reino Unido mañana miércoles en reemplazo de David Cameron, artífice de un referendo para resolver la cuestión europea que le salió por la culata del Brexit. Así lo anunció el mismo Cameron en medio de una de las peores crisis políticas en décadas. “Estoy encantado de que el proceso no se haya extendido y de que Theresa May sea la próxima primera ministra. Mañana tendré mi última reunión de Gabinete y el miércoles mi última sesión de preguntas al primer ministro en el Parlamento antes de presentar mi renuncia ante la Reina”, señaló delante de las puertas de su residencia oficial en 10 Downing Street.

El anuncio se produjo después de la rocambolesca doble ronda de votación del partido conservador la semana pasada y la decisión de la única candidata alternativa a May, la secretaria de Energía Andrea Leadsom, de retirarse de la contienda. Leadsom cayó en desgracia después de sugerir el viernes que estaba mejor posicionada que May porque, a diferencia de ella, tenía hijos.

La elegida para llevar adelante el Brexit, Theresa May, dijo que se sentía “honrada y humilde” ante la responsabilidad y, como es de rigor en la etiqueta social británica, agradeció a los otros candidatos y en especial a la última rival que le quedaba por vencer, Leadsom. En cuanto a su estrategia, fue clara. “Brexit quiere decir Brexit y nosotros queremos que sea un éxito. En segundo lugar, tenemos que unir a nuestro país. Y en tercer lugar necesitamos una nueva visión sobre el futuro. Un país que funcione no sólo para las minorías sino para todos”, señaló May.

La tarea es monumental. May forma parte del bando derrotado en el referendo, de ahí sus primeras palabras respecto del Brexit: no va a buscar una vía para dar marcha atrás con la decisión del electorado. La segunda meta es tan compleja como la primera. El país quedó partido en dos, pero la polarización esconde fracturas mucho más complejas que la cuestión europea, tanto a nivel de las naciones que componen el Reino Unido –la proeuropea Escocia versus las Brexit Inglaterra y Gales–, como de sus regiones –el norte industrial y la Londres financiera, las grandes urbes y pueblos–. La división se percibe a nivel generacional –jóvenes pro europeos, mayores de 50 anti– y de clases sociales –clase obrera amenazada por el Brexit y clase media urbana acomodada a favor de la UE–.

Los mercados reaccionaron favorablemente a esta primera señal de certidumbre política desde el sorpresivo voto a favor de abandonar la Unión Europea. La libra recuperó un poco de su valor y el FTSE 100 de las multinacionales más importantes vinculadas con la exportación también dio un salto. Pero más que celebrar un futuro rosado, los mercados dieron un suspiro de alivio. Sin la renuncia de la incompetente pro Brexit Leadsom, el proceso de elección de un nuevo líder se habría prolongado hasta el 9 de septiembre con un resultado incierto.

La noticia le llegó al aún ministro de Finanzas George Osborne en su viaje a Estados Unidos, donde se reunirá con banqueros de Wall Street al inicio de una gira internacional que lo llevará también a China y Singapur. En una columna publicada por el Wall Street Journal en vísperas de su gira, Osborne exhortó a los inversores a que no le den la espalda al Reino Unido porque “dejar la Unión Europea no quiere decir que nos separamos del mundo”.

La gira de Osborne, que no tenía un plan B para el Brexit, responde al rápido deterioro económico insinuado incluso antes de la votación. El indicador del banco Lloyds mostró en el segundo trimestre la peor caída en actividad desde 2012, tanto en el sector manufacturero como en el de servicios. Ni siquiera la capital, Londres, se salvó de la tormenta y registró su peor resultado desde 2009. En la semana previa al referendo había más de un millón y medio de vacantes laborales en el Reino Unido: una semana más tarde se habían reducido a la mitad.

Theresa May, que ya tiene el apodo de segunda “dama de hierro”, tiene fama de dura negociadora, “bloody difficult woman”, según la definición que dio el ex ministro de Finanzas conservador Kenneth Clarke la semana pasada, sin darse cuenta de que tenía el micrófono prendido. Una de las primeras decisiones que tendrá que enfrentar es cuándo invocar el artículo 50 del Tratado Europeo necesario para iniciar el proceso de separación del Reino Unido de la UE.

El viernes pasado May señaló que no tenía apuro en invocar el artículo 50 y que había que evitar una negociación “nasty” (horrible) que no le convendría ni al Reino Unido ni a la Unión Europea. El potencial para el horror, sin embargo, está a la vista. El artículo 50 da dos años para negociar todos los aspectos legales, comerciales y presupuestarios: si no hay acuerdo se requiere la unanimidad de los 27 miembros de la UE para extender el plazo. En caso de que no exista esta unanimidad, el Reino Unido quedaría en una suerte de limbo diplomático-legal: fuera de la UE, pero aún forzado a cumplir con obligaciones contraídas durante los más de 43 años en que fue miembro.

La táctica de May es procurar negociar lo máximo posible antes de invocar el artículo 50, para evitar la espada de Damocles de un plazo tan corto. Pero en Bruselas el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, ha dicho que no hay conversación posible al margen del artículo 50 y hasta la política de más empatía con los británicos, la canciller alemana, Angela Merkel, indicó que el Reino Unido tenía que poner en marcha el proceso una vez que resolviera el nombre del sucesor de Cameron para evitar mayor invcertidumbre.

El vacío político del Brexit no se resuelve, sin embargo, con la asunción de May. Tanto el principal partido de oposición, el laborismo, como los liberal-demócratas, exigieron ayer que se convoque a elecciones anticipadas. El coordinador electoral del laborismo, Jon Trickett, señaló que era “crucial, dada la inestabilida que causó el Brexit ,que el país tenga un primer ministo elegido democráticamente”. Mientras que el líder de los liberales, el evangelista Tim Farron, acusó a May de ser “autoritaria y manipuladora” y señaló que el Partido Conservador ha sumergido al país en el peor de los caos. “Los conservadores no pueden ignorar al electorado, su mandato quedó hecho trizas”, dijo Farron.

En el caso del laborismo el problema es que está inmerso en su peor crisis desde los años 80. Ayer la ex ministra de Negocios en la sombra, Angela Eagle, presentó su candidatura apoyada por 51 diputados para reemplazar a Jeremy Corbyn al frente del partido. Otro diputado, Owen Smith, lanzará también su nombre al ruedo y el Consejo Nacional Ejecutivo partidario tiene que decidir hoy si Corbyn necesita también el apoyo de 51 diputados para ser un contendiente o por ser el líder en funciones no precisa cumplir con este requisito.

Corbyn no cuenta con ese número de diputados, pero fue electo en septiembre por un 62 por ciento de los afiliados. Ante lo que considera un golpe interno, ha indicado que apelará a la Justicia si quieren excluirlo del proceso. Y si no lo hacen, es más que posible que gane en una nueva votación de los alrededor de 500 mil afiliados, con lo que la crisis volvería a su punto de partida.

“Sólo hago el trabajo que tengo delante”

La futura primera ministra del Reino Unido, la conservadora Theresa May, quien será la segunda mujer en ocupar ese cargo, es consideraba una política prudente, abocada al servicio público y sin estridencias, resolutiva y alejada de los círculos de élite conservadores, y promete una “reforma social” de cara a las negociaciones del Brexit. Como favorita desde el día en que David Cameron decidió renunciar, May, de 59 años, contó con amplio respaldo parlamentario y rápidamente se alzó como la líder tory por antonomasia, pero faltaba la obligada carrera de votos, que terminó ganando ayer con el abandono de quien quedaba como su única rival de interna, Andrea Leadsom. Tibia defensora de la permanencia en la UE, May también venía trabajando de forma pausada y confiada para ganar la batalla final. “No soy una política vistosa. No hago tours por las televisiones. No curioseo sobre la gente en almuerzos. No bebo en los bares del Parlamento. Sólo hago el trabajo que tengo delante”, dijo esta oriunda del pueblo de Eastbourne, en Sussex, en el sureste de Inglaterra. Así lo hizo. Pero la misma diputada Leadsom le allanó el camino días atrás cuando, en declaraciones a The Times, insinuó que su condición de madre de tres hijos la capacitaba más que a May –sin hijos– para ser la próxima primera ministra. “Siento que ser madre significa que tenés un verdadero interés en el futuro del país, un interés tangible”, dijo y se hundió en sus propias palabras. Hija de un pastor anglicano –igual que la jefa de gobierno alemana, Angela Merkel, con quien también se la equipara–, May, que padece diabetes de tipo 1, estudió Geografía en Oxford, fue concejal, parlamentaria, primera mujer presidenta del Partido Conservador y la ministra que más tiempo estuvo en la cartera de Interior en el último medio siglo. Considerada una mujer “sensata” en el ámbito conservador, confiable, prudente y sin mesianismos, May promovió su postulación sin desmesuras ni escándalos. De visión conservadora, casada pero sin hijos, amante del cricket, la cocina y los zapatos, Theresa Brasier, tal como fue bautizada, fundó en 2006 la asociación Women2win para defender el acceso de las mujeres al Parlamento. Lejos de rivalidades mezquinas de su partido, May se presenta como una gestora confiable y sólida que promete hacer el trabajo que tenga por delante.

 

 

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