El uso inadecuado de la energía nuclear puede convertir al planeta Tierra en un infierno. Detener la espiral de la locura armamentista nuclear debe ser una tarea prioritaria de la humanidad.
Siempre que se menciona el tema de las consecuencias trágicas de los accidentes o pruebas nucleares, Fukushima o Chernóbil son ejemplos citados; sin embargo, ambos eventos no son los únicos, un centenar de incidentes relacionados con el mal uso de la energía atómica ha dejado una amplia secuela de afectaciones a la vida y al ecosistema.
Poco se habla de los efectos producidos por los 2 056 ensayos atómicos realizados en la atmósfera, bajo tierra, en los océanos, en la superficie del planeta, incluso cerca de áreas pobladas o con la presencia cercana de observadores, como demuestran las fotos del desierto de Nevada, donde militares y civiles estadounidenses contemplan a pocos kilómetros de distancia las explosiones.
En el desierto de Nuevo México, el secreto Proyecto Manhattan realizó la detonación del primer prototipo de bomba atómica en julio de 1945. The Gadget, como fue nombrado, causó una de las explosiones más grandes de la historia de la humanidad.
Los pobladores locales nunca fueron alertados. Inmediatamente después de la prueba, la nube resultante se movió a través del desierto, diseminando diferentes radioisótopos.
Un año después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, con el mundo aún impactado por la barbarie que significó el lanzamiento de dos armas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, EE. UU. inició su programa de ensayos nucleares en las Islas Marshall. Del año 1946 a 1958, detonaron en este archipiélago del Pacífico 67 armas atómicas, entre ellas dos bombas de hidrógeno.
En Nevada se realizaron 925 pruebas, 825 de ellas subterráneas. Esta zona está situada a solo cien kilómetros de la ciudad de Las Vegas. Las explosiones que se podían apreciar desde la urbe se convirtieron en una atracción turística para los visitantes.
Entre 1960 y 1996, en la Polinesia francesa, en Oceanía, se realizaron 193 pruebas nucleares. Ocho ensayos fueron ejecutados en el atolón de Mururoa, en el Pacífico Sur, de septiembre de 1995 a mayo de 1996, con la intención de llegar a un nivel «adecuado» de perfeccionamiento del armamento nuclear.
La antigua Unión Soviética realizó 715 ensayos nucleares entre 1949 y 1990, principalmente en Semipalatinsk, actual Kazajistán, y Nueva Zembla, archipiélago ruso en el mar Ártico.
Otros países que han realizado ensayos con armas nucleares son Reino Unido, China, República Popular Democrática de Corea (RPDC), India y Pakistán.
Las detonaciones realizadas entre 1945 y 1992 esparcieron material radiactivo alrededor del mundo. Un estudio reciente demuestra que aún hay restos del plutonio y el cesio liberados en la atmósfera.
ACCIDENTES ATÓMICOS
El primer acontecimiento de gran magnitud acaeció en Three Mile Island, en Estados Unidos, el 28 de marzo de 1979, cuando el núcleo del reactor de una central nuclear, situada en una isla del río Susquehanna, sufrió una fusión parcial y se produjo una fuga de gases radiactivos a la atmósfera.
Un incendio en un reactor de plutonio de la planta nuclear de Windscale-Sellafield, en Liverpool, Reino Unido, el 7 de octubre de 1957, produjo una fuga radiactiva que afectó un área de 500 kilómetros cuadrados.
Más de 190 000 litros de agua radiactiva de la planta de Monticello, Minnesota, EE. UU., en 1971, desbordaron el depósito de desechos del reactor, y se volcaron en el río Mississippi.
Una gravísima catástrofe aconteció en Fukushima, también en la nación nipona, el 11 de marzo de 2011, a causa del terremoto y el tsunami que afectaron la zona oriental de esa nación asiática. Junto con el accidente de Chernóbil, fue la de Fukushima la peor eventualidad nuclear de la historia, con una valoración de nivel siete de magnitud en la escala INES.
SOLIDARIDAD EN AMÉRICA LATINA
El 13 septiembre de 1987 ocurrió, en la ciudad brasileña de Goiânia, capital del estado de Goiás, en Brasil, lo que fue considerado el peor accidente radiactivo de la historia fuera de una instalación nuclear.
Dos recolectores de basura, en busca de chatarra para vender, entraron a un hospital abandonado y encontraron lo que les pareció una extraña máquina, la desmontaron y la subieron a una carretilla. Una vez en la casa, utilizando destornilladores, abrieron la tapa de plomo que sellaba el aparato, en realidad un equipo de radiografía, y extrajeron un cilindro del interior, luego fueron a un desguace con el ánimo de venderlo.
El dueño del desguace se quedó con el artefacto, días más tarde, entró al local donde había guardado el cilindro y vio que un «hermoso brillo azul» brotaba de la cápsula, pensó que se trataba de algo sobrenatural y la llevó para su casa. Se trataba de cloruro de cesio enriquecido con isótopo radiactivo, cesio 137.
Cinco años después del evento, en una de las actividades colaterales de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, ECO-92, en Río de Janeiro –más conocida como Cumbre de la Tierra–, Terezinha Nunes Fabiano, presidenta de la Asociación de Damnificados, recibió la propuesta de Fidel de atender a los afectados por la contaminación radiactiva.
Decenas de afectados recibieron atención médica gratuita en cumplimiento del protocolo de colaboración científica con Brasil, firmado por Fidel durante ECO-92; las víctimas del accidente compartieron el Campamento de Pioneros José Martí, de Tarará, con 116 niños ucranianos que sufrían las consecuencias de la catástrofe de Chernóbil.
El uso inadecuado o irresponsable de la energía nuclear puede convertir al planeta Tierra en un infierno. Detener la espiral de la locura armamentista nuclear debe ser una tarea prioritaria de la humanidad.
No importa cuán lejos ocurran los impactos de estos fenómenos. Su efecto es global y nos afecta a todos.