Iglesia católica: Más que un aparato de dominación ideológica

Por José Galindo 

 La Iglesia católica se ha convertido en el centro de una polémica que desvía la atención del asunto central que se esconde detrás de este y otros escándalos que involucran a sus miembros. No se trata solo de pederastia o de promover lógicas trasnochadas en contra de las mujeres y las diversidades sexuales, sino de permitir que un poder superado por la historia siga ejerciendo un rol de aparato de dominación ideológica como si aún estuviéramos en los tiempos coloniales. 

La Iglesia antes y después del neoliberalismo 

En 1970 Louis Althusser postulaba que el papel ejercido por la Iglesia como principal aparato ideológico del Estado en el feudalismo había sido asumido en nuestro tiempo por el sistema educativo, acompañando a la familia como principal espacio para la reproducción de la dominación política del capitalismo. Escribía esto en la Francia postmayo del 68, que marcó el inicio de una deriva cada vez más reformista en la dirección de la izquierda europea, mientras la lucha de clases asumía formas cada vez más explosivas en lo que entonces se conocía como el Tercer Mundo; un lugar que no se parecía en nada al espacio desde el cual escribía el polémico filósofo, donde más bien la burguesía había conseguido construir un consenso casi generalizado en torno a su liderazgo frente a la sociedad con el Estado de bienestar, la democracia y el laicismo. 

La forma en la que la Iglesia intervenía en la sociedad latinoamericana era, por lo tanto, muy distinta a cómo se estaba dando en Europa en aquel entonces, donde el liberalismo había logrado construir Estados efectivamente laicos en que la religión era un asunto confinado estrictamente al ámbito de lo privado de la vida social. En el Tercer Mundo, por otro lado, la dominación de las oligarquías no tenía fundamentos tan sólidos como en el Primer Mundo, requiriendo la asistencia del imperialismo yanqui para mantenerse en pie, siendo más coercitiva que ideológica y más violenta que manipuladora. En ese escenario la Iglesia jugaba un rol fundamental en el ámbito de lo público, aunque de un modo no necesariamente conservador, pues al igual que obispos y arzobispos santificaban las cabezas de dictadoras como Batista, Trujillo y Somoza, otra facción de religiosos tomaba partido por los pobres sin disimulo, creando la Teología de la Liberación. 

Esa dualidad de la religión católica como sujeto conservador y aliado de las clases populares llegó a su fin con el triunfo del neoliberalismo, la caída de la Unión Soviética y la consolidación de la hegemonía estadounidense a nivel global. A partir de ahí la Iglesia católica pasó a ser un sostén efectivo de la dominación de las oligarquías en el Tercer Mundo, mientras el Papa Juan Pablo II expulsaba a la Teología de la Liberación como parte de la organización eclesiástica en los años 90. Eran los tiempos de aplicación ciega y obstinada del Consenso de Washington, que ordenaba el desmantelamiento del Estado en sus funciones sociales; proceso acompañado por la Iglesia, al que se sumó a ONGs, empresas del capital transnacional y agencias de cooperación de Europa y los Estados Unidos en la repartición de las diferentes áreas del sector público en toda Latinoamérica. 

El dominio de la Iglesia en Bolivia 

Este proceso fue particularmente brutal en nuestro país, donde la privatización de agencias y empresas del Estado se dio sin la menor transparencia, en círculos estrechos que hoy serían eufemísticamente encasillados en el capitalismo de camarillas. Se trataba, empero, de capitalismo en su forma más pura y desregulada, que terminó subastando no solo los sectores estratégicos del Estado, sino hasta las postas sanitarias de barrio y las escuelitas de sección en municipios rurales. En esta repartición, similar a la que hacen las aves carroñeras con un animal muerto en el desierto, la Iglesia católica logró apropiarse de una buena parte de los restos del embrionario y abortado Estado de bienestar boliviano. Un proceso en el cual pudo acumular un importante caudal de capital social y político que ha sabido perpetuar hasta hoy. 

Tal concentración de recursos puede apreciarse en un sinnúmero de centros de salud que van desde postas sanitarias de primer nivel dispersas a lo largo de toda la periferia nacional hasta hospitales de segundo nivel a los que asisten familias de escasos recursos, no para acceder a atención gratuita, por supuesto, sino a consultas subsidiadas por el Estado en cooperación con la Iglesia, pero, eso sí, administrados por esta. A los que deben sumarse centros de acogida, fundaciones destinadas a atender a población vulnerable, albergues para gente en situación de calle, etcétera. Un conjunto de servicios que se extiende si se cuenta el papel de otras ONGs dedicadas a atender problemas sociales en los que la Iglesia o su financiamiento tiene un rol clave, y que podrían considerarse como un noble y desinteresado aporte a la sociedad de no ser de que tal nicho de mercado fue apropiado desplazando, justamente, al Estado como principal sujeto de intervención en estos asuntos públicos. 

La Iglesia tiene, por lo tanto, recursos económicos, instituciones dispersas en variados sectores de la vida pública y una masa de feligreses que la convierten, indefectiblemente, en sujeto de gran influencia política, que se multiplica exponencialmente cuando se suma a este conjunto de resortes de poder a la red de escuelas y universidades que tiene en toda Bolivia, además de cientos de medios de comunicación desde los cuales puede imponer agenda e influir en las posiciones políticas de su audiencia, siendo crucial en coyunturas como la discusión sobre el aborto, la libertad sexual, el derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo o la descolonización de la educación. 

Aparatos ideológicos de dominación 

Lo que nos lleva nuevamente a Althusser y su reflexión sobre los aparatos ideológicos del Estado, que no necesariamente deben estar inscritos en su estructura formal mientras sirvan para reproducir las relaciones de poder y dominación que hacen posible la hegemonía burguesa. Por lo cual, tal vez sería mejor llamarlos aparatos de dominación ideológica dadas las actuales circunstancias en las que el poder cultural e ideológico está disperso a lo largo de la esfera privada, bajo la forma de empresas dedicadas al negocio de la información y el entretenimiento. En todo caso, nos referimos acá a las instituciones cuya última meta es convencer con ideas acerca de la legitimidad o ilegitimidad de determinado orden social, lo que influye en la docilidad y obediencia de la sociedad o su inconformismo e inclinación a la revuelta. 

En ese sentido, debe reconocerse el poder que concentra la Iglesia con más de mil 500 unidades educativas de convenio, es decir, cuya dirección y administración se comparte con el Estado, y 85 privadas, en las que tiene prerrogativas mayores sobre el contenido a impartirse dentro de sus aulas, así como influencia en las convicciones religiosas de los estudiantes, aunque en el marco establecido por la normativa nacional sobre educación, que resulta ser bastante amplio según se trate de escuelas privadas o de convenio. Junto a esto cuenta con institutos de educación superior como la Universidad Católica Boliviana San Pablo, la Universidad Loyola, la Universidad San Francisco de Asís, entre otras. Todos centros de formación educativa y profesional que sirven como espacios de difusión de ideas. 

Y, aún más importante, de la mano de esas escuelas y universidades, tiene un número nada despreciable de medios de comunicación, entre los que destacan la Agencia de Noticia Fides, Radio Erbol y Católica TV, entre otros de menor alcance pero con presencia en distintas localidades rurales. Organiza y promueve talleres de formación en periodismo que convocan a miles de participantes anualmente, quienes entran en contacto con su visión del mundo, sus valores y, por supuesto, sus prejuicios. No todos de carácter conservador, pues existen matices entre la radio más conservadora Fides y la más democrática Erbol, pero coincidiendo siempre en temas cruciales como el derecho al aborto, la libertad sexual, la defensa de la familia tradicional y, sin excepciones, la oposición a gobiernos progresistas como el del Movimiento al Socialismo – Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (MAS-IPSP). 

La Iglesia como actor político 

Toda su capacidad de influencia política se ha hecho sentir desde el inicio del gobierno de Evo Morales y se ha perpetuado bajo el actual mandato de Luis Arce, en múltiples coyunturas, que fueron desde el apoyo a las movilizaciones cívicas que demandaban la autonomía plena para sus regiones, el rechazo a la repostulación en la campaña del referendo del 21 de febrero de 2016, el apoyo al posterior movimiento que emergió de esa consulta, el sostén a las protestas en contra de la reforma del Código Penal y toda reforma que involucrara los regímenes de salud, educación y justicia, sectores en los que tiene enormes grados de influencia. 

De este modo, queda patente su capacidad de injerencia en los asuntos públicos con su actuación en el golpe de Estado de noviembre de 2019, episodio en el que contribuyó a la posesión irregular de Jeanine Áñez como presidenta oficiando no solo como institución mediadora de conflictos, sino usurpando funciones que le correspondían a la Asamblea Legislativa Plurinacional (ALP), cuyas prerrogativas constitucionales para elegir al sucesor presidencial fueron trasladadas, sin ningún proceso legítimo, a las oficinas de la Universidad Católica Boliviana San Pablo. Tal es la dimensión de su poderío. Después de haberse consumado el traspaso del mando a una presidenta fraudulenta, la Iglesia procedió a convalidar dos masacres y un número indeterminado de ejecución sumarias. 

Sus intervenciones más recientes se dieron en tres coyunturas: 1) El ciclo de protestas, que en realidad encubrían un intento de golpe de Estado con el argumento de la realización de un Censo de Población y Vivienda en 2023; 2) Su participación en la formulación de la malla curricular a implementarse en las unidades de educación primaria y secundaria, que luego rechazaron sumando su apoyo a sectores magisteriales que defendían demandas sectoriales como mayores salarios y puestos de trabajo; y 3) La defensa velada de sacerdotes y padres con probadas denuncias de pederastia en órdenes de la Iglesia, pero en particular en escuelas e internados de los jesuitas. 

La CPE: Entre lo normativo y lo declarativo 

Un escándalo en el que están involucrados miembros de la principal plataforma católica de oposición al gobierno: La Conferencia Episcopal Boliviana (CEB), generalmente presente como vocero no oficial de la oposición con representantes como el monseñor René Leigue, el arzobispo Sergio Alfredo Gualberti, y el más agresivo de todos cuando se trata de interpelar al Gobierno, el monseñor Ricardo Centellas. 

Para cerrar, la pregunta que muchos deben hacerse cuando llegan a esta parte del artículo es, ¿cómo es que se le permite a la Iglesia católica intervenir así en la vida pública de los bolivianos? Después de todo, la actual CPE, en su Artículo 4, declara que Bolivia es un Estado laico. Pero, se siguen acatando, sin excepción, las festividades católicas, desde Corpus Christi hasta Todos Santos, además de reconocerse a la Iglesia y su representación obispal como actores legítimos de mediación política en determinadas circunstancias. Esto sin mencionar el respeto a los recursos económicos, mediáticos e institucionales mencionados párrafos atrás. Todo por lo cual puede inferirse que en la actual CPE queda bastante por implementar en orden de hacerla cada vez más normativa que declarativa. 

Hasta que ello suceda la Iglesia continuará ejerciendo su rol de principal sostén de la ideología de la clase dominante con sus miles de escuelas, cientos de medios de comunicación y decenas de centros de salud y beneficencia. Una ideología que llevó a unas cuantas personas a apoyar un golpe de Estado en noviembre de 2019, solo porque quienes lo perpetraron lo hicieron con la Biblia y la cruz como principales estandartes políticos, para pronto quemar la wiphala y asesinar a una treintena de indígenas. Son nutridos los aspectos que comparte esta Iglesia católica con su antecesora colonial de hace más de 500 años. 

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