Obama y Hillary aparecen juntos por primera vez

Los obstáculos que enfrenta la candidata demócrata hacen que el apoyo del presidente sea casi un salvavidas. Le costó vencer a Sanders y enfrenta una investigación federal por la posible puesta en riesgo de secretos de Estado por usar correo privado.

 

Ni la lluvia ni las noticias sobre terrorismo internacional que ocupan a diario las primeras planas ni los prematuros escarceos de la campaña presidencial empañaron ayer, en un nuevo aniversario de la independencia de los Estados Unidos, los festejos en Washington, capital, sede del gobierno y escenario de los tradicionales desfiles y espectáculos que se celebran cada año para esta fecha. La inminencia de las convenciones, que darán la señal de largada formal a la carrera hacia la Casa Blanca, aviva las conversaciones que giran en torno de los exabruptos del postulante republicano, que se suceden sin hacer mella en sus chances, y de los enormes problemas que enfrenta la candidata demócrata para llevar a buen término un camino que parecía diseñado por un sastre para ella.

Hoy, cuando se presente en un nuevo acto de campaña en la ciudad de Charlotte, Clinton tendrá un ladero de lujo, el presidente Barack Obama, que hará su primera participación en la campaña demócrata. La relación entre ambos es añeja y zigzagueante. Fueron rivales en la primaria de 2008, cuando el entonces congresista rompió todos los pronósticos para quedarse con la candidatura demócrata y luego con la Casa Blanca. Luego, ella ocupó la estratégica Secretaría de Estado, encargada de las relaciones exteriores de la primera potencia mundial, durante todo el primer mandato de Obama. El acto en Carolina del Norte, primero de varios que realizarán en conjunto, intentará mostrar cómo ese vínculo político derivó en una amistad.

La reaparición de Obama, con su popularidad entre los demócratas casi intacta tras ocho años de gobierno, se parece mucho a un salvavidas para Clinton, que varias veces pareció a punto de hundirse en la regata presidencial. Luego de superar en las primarias el desafío de Bernie Sanders con muchas más dificultades que las que cualquiera hubiese pronosticado, debe enfrentar a Trump en un cara a cara en el que, hasta hace poco, era excluyente favorita. Su ventaja en los sondeos y encuestas, a los que el sistema político local es adicto como si fueran metadona, sigue siendo apreciable pero es mucho menor a lo que se esperaba. Y todavía falta mucho para el 8 de noviembre, cuando se abran las urnas.

Para peor: sobre la candidata pesa una investigación federal por haber utilizado, mientras era secretaria de Estado, servidores personales de correo electrónico para tratar asuntos oficiales, poniendo en riesgo la integridad de asuntos de máximo secreto. El sábado, oficiales del FBI la interrogaron durante más de tres horas. Desde su equipo de campaña aseguran que la presentación de Clinton fue voluntaria y apuntó a despejar dudas sobre su persona. Ahora, la agencia de investigaciones criminales deberá decidir si presenta cargos contra ella, lo que sería un golpe durísimo a su campaña presidencial, ya que afecta directamente su credibilidad, uno de los flancos más débiles de su candidatura.

Trump lo sabe, y por eso apunta toda su artillería verbal contra ese costado de la demócrata, a la que apodó Crooked Hillary (la fraudulenta Hillary), transformándola en un meme o broma popular entre los usuarios de redes sociales que apoyan al republicano. Sin embargo, su verborragia volvió a jugarle una mala pasada durante el fin de semana, cuando subió a su cuenta de Twitter un montaje de Clinton sobre una lluvia de billetes de cien dólares y un cartel que decía “La candidata más corrupta de la historia”. El detalle es que ese cartel tenía la forma de una estrella de seis puntas, que sumado al dinero en el fondo de la imagen fue denunciado como un mensaje de odio.

“La imagen representa la típica temática antisemita y el dinero implica que ella estaría recaudando dinero de los judíos. Veo en Twitter imágenes como ésta todos los días, posteadas por usuarios antisemitas y racistas. Me resulta muy familiar”, denunció Jonathan Greenblatt, titular de la influyente Liga Antidifamación de este país. No es la primera vez durante esta campaña que el candidato republicano aparece vinculado con mensajes violentos: en febrero de este año, consultado durante una entrevista por el apoyo que le dio uno de los principales referentes del Ku Klux Klan, David Duke, Trump evitó en primera instancia rechazar ese respaldo, aunque luego lo hizo y culpó a un mal retorno de sonido por haber entendido mal la pregunta.

Esta vez el caso parece más grave. A pesar de que aseguró que la estrella publicada junto al rostro de su rival en la campaña era la insignia de un sheriff y no un Magen David, el tradicional símbolo del judaísmo, Trump se vio obligado a borrar el tweet cuando se supo que el origen de la imagen había sido un foro online de supremacistas blancos y neonazis. Dar marcha atrás sobre sus pasos es algo a lo que el candidato no está acostumbrado. Si este nuevo exabrupto mellará su campaña o si, como hasta ahora, el episodio pasará de largo sin inflingirle daño a sus aspiraciones, al igual que sucedió con su propuesta de prohibir el ingreso de musulmanes al país o de construir un muro que cierre por completo la frontera con México, sólo se verá con el correr de las semanas y a medida que nuevas encuestas se inyecten en las venas del sistema político local.

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