Secretario de Estado de EU en la cuerda floja

Sus divergencias públicas con Trump son insólitas en EE UU y alimentan la especulación sobre una salida del jefe de la diplomacia.

 

 

Rex Tillerson es un hombre en la cuerda floja. Apenas no pasa un día en que la prensa estadounidense no publique un artículo de opinión que pida la dimisión del secretario de Estado o una noticia sobre que él mismo está pensando en renunciar o Donald Trump en despedirle. En Washington se habla ya abiertamente de Rexit, el acrónimo acuñado sobre la salida de Tillerson del complejo diplomático de Foggy Bottom. Y proliferan las voces que aseguran que el debate ya no es si eso ocurrirá o no sino cuándo. En el universo Trump, sin embargo, nada es certero: el presidente ha perdido en nueve meses a seis de sus asesores cercanos, pero otros a los que ha atacado siguen en sus puestos.

Tillerson, de 65 años, con mucha experiencia empresarial pero ninguna política, niega haber pensado en abandonar el cargo pese a las informaciones que apuntan lo contrario. Elogia a Trump, pero admite problemas de comunicación y diferencias de criterio, y no desmiente que el pasado julio, como asegura la cadena NBC, llamara “idiota” al presidente.

El insólito pulso ha salido a la luz pública. Tillerson anuncia una iniciativa y Trump la rechaza públicamente poco después. Uno abraza la diplomacia, el otro amenaza con aventuras bélicas en un mensaje furioso en Twitter. Tillerson niega haber insultado a Trump y la respuesta del mandatario es retarle a una prueba de inteligencia: “Te diré quién va a ganar”.

Carles Castelló-Catchot, jefe de gabinete del Centro Brent Scowcroft del Atlantic Council, un laboratorio de ideas en Washington, advierte de que la “constante desacreditación” que sufre Tillerson —Trump le ha contradicho en asuntos sobre Irán, Qatar y Corea del Norte— solo hace que “menguar la credibilidad y efectividad del país frente a las otras grandes potencias y organismos internacionales”.

El experto sostiene que en una “presidencia normal” los enfrentamientos entre Trump y Tillerson serían considerados “muy graves”, pero que ahora es menos sorprendente dado el carácter volcánico del mandatario y su desdén por la diplomacia. Sin embargo, también culpa de la situación al secretario de Estado. Considera que “no ha demostrado estar preparado” para el cargo y que ha adoptado un “perfil muy bajo en el exterior” con escasa visión estratégica. ¿Su pronóstico sobre el futuro de Tillerson? “Creo que dimitirá antes de ser despedido para proteger su reputación pero también porque Trump no querrá asumir responsabilidad y admitir que se equivocó al nominarlo”, responde Castelló-Catchot.

Tillerson sufre tres crisis simultáneas. Mantiene roces con Trump, es impopular dentro del Departamento de Estado y tiene pocos aliados en Washington y en el extranjero. Se le describe cercano a los generales retirados del Gobierno: el secretario de Defensa, Jim Mattis, y el jefe de gabinete de la Casa Blanca, John Kelly. Pero receloso del protagonismo en asuntos internacionales, como la relación con Oriente Próximo, de Jared Kushner, asesor y yerno de Trump.

A todo ello se suma un factor personal: tras dirigir ExxonMobil, la mayor petrolera del mundo, en la que trabajó 41 años, parecen incomodarle las costuras del Gobierno y la dependencia de un jefe impredecible. A propósito o no, se ha alejado de los focos. “Es muy diferente que ser el consejero delegado de Exxon porque era el responsable máximo de las decisiones”, admitió en julio. El Gobierno, en cambio, “no es una organización altamente disciplinada y en ocasiones no se quieren tomar decisiones”.

No sorprende, por tanto, que el desembarco de Tillerson en Foggy Bottom fuera convulso. La transición fue caótica. Tras sentirse ignorados, un reguero de diplomáticos de carrera dimitieron o fueron invitados a marcharse. Muchos altos cargos y puestos de embajador siguen vacantes. Tillerson ha contratado a dos consultoras para llevar a cabo un análisis interno del funcionamiento del Departamento de Estado. Delega muy poco, hay sensación de parálisis y mal ambiente laboral, según trabajadores citados por la prensa estadounidense. Y se une, además, el malestar por la propuesta del Gobierno de recortar un 31% el presupuesto del departamento, lo que muchos consideran un reflejo de la doctrina aislacionista de América Primero de Trump.

Tillerson participó el pasado miércoles en un coloquio en CSIS, un think tank en Washington, sobre la relación entre EE UU e India. El anfitrión era John Hamre, presidente del centro de estudios y secretario de Defensa adjunto en el Gobierno de Bill Clinton. Amigo del secretario de Estado, Hamre contó una anécdota sintomática. Hace un año, desayunó con Tillerson y le comentó que tenía previsto jubilarse tras una larga carrera en Exxon. “Yo le dije, bueno, Rex y ¿qué vas a hacer cuando te retires? Y él contestó voy a ir al rancho y a cuidar del ganado”, explicó Hamre. “Creo que echa de menos la oportunidad”, añadió entre risas.

La victoria electoral de Trump en noviembre alteró el retiro dorado de Tillerson en su Texas natal. Cuando estaba a cuatro meses de jubilarse, recibió una inesperada llamada del presidente electo para reunirse y hablar del “mundo”. No se conocían. Tillerson asegura que se quedó de piedra cuando Trump le propuso liderar el aparato diplomático de EE UU por recomendación de los exsecretarios de Estado Condoleezza Rice y de Defensa Robert Gates. “No quería este trabajo. No busqué este trabajo”, se sinceró Tillerson en marzo ante un periodista. Lo aceptó, reveló, porque su mujer le dijo que “supuestamente” debía hacerlo.

La designación fue polémica por la cercanía de Tillerson al presidente ruso, Vladímir Putin, gracias a años de negocios en Rusia. La simpatía de Trump hacia Moscú es un asunto tóxico en Washington, más aún tras la presunta injerencia rusa en la campaña electoral. Tillerson tuvo que esforzarse para lograr que el Senado aprobara su designación. Al inicio de su mandato, Trump presumía del bagaje empresarial de su secretario de Estado. Las alabanzas hace tiempo que se esfumaron.

En el citado coloquio, Tillerson hablaba con comodidad y seguridad. Cuando está con Trump en muchas ocasiones parece agazapado y tenso. También con la prensa. Se llevan seis años de edad y ambos son millonarios, pero las diferencias entre Tillerson y Trump son notables. El secretario de Estado procede de una familia humilde y es un ingeniero metódico y prudente. El presidente se crio entre riqueza y la provocación, el narcisismo y la imprevisibilidad definen su vida. La brecha entre ellos condiciona ahora la voz ante el mundo de la primera potencia mundial.

EXXON: UN ESTADO PARALELO

Al frente de Exxon, Rex Tillerson articuló la estrategia diplomática de la petrolera en casi 200 países. “Un hombre que ha trabajado toda su vida gestionando una suerte de Estado paralelo para el beneficio de sus accionistas y cultivando relaciones con líderes extranjeros que pueden o no coincidir con los intereses del Gobierno de Estados Unidos”, escribió en diciembre en The New Yorker el periodista Steve Coll sobre el secretario de Estado. Coll es autor de un libro de referencia (Private Empire) sobre cómo Exxon hace negocios con dictadores, tiene más influencia que el Gobierno estadounidense en algunos países y cuenta con sus propios agentes de inteligencia y seguridad.

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