Vargas Llosa y su pretensión de legitimar el terrorismo de estado en Colombia

Renán Vega Cantor 

“No se mencione a Chocano en una reunión de hombres y mujeres decentes. No se puede ni se debe tocar ni con el verbo a un sujeto que posee la inmunidad del excremento”. José María Vargas Vila, refiriéndose al poeta peruano José Santos Chocano.

Es el escribidor de la extrema derecha mundial, apologista de golpes de Estado, invasiones, asesinatos, caracterizado por su acendrado racismo, cultor del libre mercado, adorador de los poderosos, con un rancio título de marqués de la putrefacta monarquía española, defensor de la brutal conquista y saqueo de lo que hoy se llama América, un blancuzco de estirpe oligárquica que odia a los indígenas, a los negros, a los mestizos y a los pobres, un defensor incondicional de la opresión, la explotación, la desigualdad y la injusticia, un delincuente que evade impuestos en paraísos fiscales y que aparece en Los papeles de Panamá. Ese individuo, cuyo nombre es Mario Vargas Llosa, ha vuelto a poner su pluma de escribidor bien pago al servicio del régimen criminal imperante en Colombia. En ese libelo que es El País de España ha escrito un artículo con el título de El ejemplo colombiano. Esta vergonzosa apología amerita algunos comentarios, indispensables para determinar el nivel de cinismo y capacidad de mentir que puede tener el mencionado marqués, una de las mascotas de la pretendida nobleza de España ‒encarnada en los corruptos borbones‒ cuando habla del subpresidente Duque y de su amo Uribe.

Es una sociedad de elogios mutuos, entre el marqués Vargas Llosa y el Duque de esa inmaculada casta del Ubérrimo, la que se ha instaurado en los últimos años. Los elogios mutuos empiezan en plena campaña presidencial del 2018, cuando el marqués Vargas Llosa dictamina, con su arrogancia y soberbia de quien tiene se cree un predestinado del libre mercado, que es lo bueno y lo malo para nuestro país y continente. En esa campaña señaló: «Quisiera hacer público mi apoyo entusiasta a la candidatura de Iván Duque. Estoy seguro de que con él serán reforzadas la democracia y la libertad para Colombia y para toda América Latina» y crítico a Gustavo Petro, de quien dijo «es un demagogo peligroso, […] que puede empujar a Colombia cada vez más hacia soluciones de tipo colectivista y estatista, es decir, a un populismo que abriría una muy riesgosa vía para el futuro colombiano”. Esta disertación de sabiondo neoliberal no merece muchos comentarios. Esta postura del marqués no sorprende porque Vargas Llosa respalda a todo aquel que defienda el neoliberalismo de sus amores, sin que importe que tipo de criminales están detrás de esos candidatos, como lo hemos podido comprobar en el apoyo irrestricto del escribidor a la extrema derecha a lo largo y ancho de nuestra América y el mundo entero.

Poco después, y luego de que Duque fuera escogido en una elección fraudulenta ‒que contó con el apoyo de narcos, traquetos y paramilitares de la costa atlántica, en lo que se denomina en forma benigna “ñeñepolitica”‒ el ungido le devolvió el favor. Ya en la presidencia Iván Duque le concedió al marqués Vargas Llosa la Orden de Boyacá, la máxima condecoración que entrega el Estado colombiano y que cada vez se desprestigia más puesto que se la han entregado a personajes que legitiman el terrorismo de Estado, como aconteció recientemente con la entrega a Plinio Apuleyo Mendoza, individuo que siempre resalta su amistad con Gabriel García Márquez, con un amplio prontuario de apoyo a militares y paramilitares comprometidos en crímenes de lesa humanidad.

Cuando Vargas Llosa recibió la condecoración, participó en la II Edición del Foro Diálogos de Innovación para la Democracia, en donde compartió tribuna con ese gran pensador y literato que es Álvaro Uribe Vélez y donde, por supuesto, el escribidor repitió su consabida cantinela contra aquellos que se oponen al neoliberalismo y a la extrema derecha.

Un poco después, la perla de la lambonería se la llevo el marqués Vargas Llosa al prologar un “libro” de Iván Duque que porta el título El humanismo importa. Esta compilación reúne las columnas que Duque escribió en Portafolio (el pasquín económico de El Tiempo, propiedad de Luis Carlos Sarmiento Angulo). En ese prólogo, Vargas Llosa dice, sin sonrojarse: “Estas columnas, publicadas entre 2009 y 2013, cuando todavía no era presidente de Colombia, permiten conocer mejor a Iván Duque. Lo que más destaca en ellas es su vocación humanista y global, su curiosidad e interés por el desarrollo en todos los ámbitos, incluyendo el cultural y el científico, su respeto por los derechos del individuo y su convicción de que las artes y lo que llama las «industrias creativas’ pueden ser no solo una carta de presentación de su país y de América Latina ante el mundo, sino también una gran fuente de prosperidad”. (Énfasis nuestro).

Resulta llamativo que Vargas Llosa exalte la “cultura general” de Iván Duque, cuyo acervo literario cuenta con los Siete Enanitos como obra de cabecera. Y claro que Duque es un gran humanista, frente al cual los humanistas de todos los tiempos le quedan en pañales (tipo Bartolomé de las Casas, Erasmo de Rotterdam, Bertrand Russel, Noam Chomsky —) no solo por sus ideales, sino, sobre todo, por sus grandes realizaciones, de las que pueden recordarse algunas que enaltecen a la humanidad: dar la orden de bombardear un campamento donde se sabía que se encontraban niños y niñas, y masacrar a 18 de ellos; exaltar la muerte a cada rato, poniéndole precio a la cabeza de los que considera sus enemigos, en lo que prosigue la senda del gamonal del Ubérrimo, su amo local; escupir sobre la memoria de los 13 colombianos masacrados por la policía en Bogotá y Soacha el 9 y 10 de septiembre de 2020, cuando visitó a los policías asesinos y se vistió con una de sus prendas, para respaldar a quienes a mansalva mataron a humildes habitantes de la capital de Colombia; reunirse con el títere Juan Guaidó en Cúcuta, luego de que este fuera llevado a territorio colombiano por el grupo paramilitar Los Rastrojos, responsable de miles de crímenes de campesinos y trabajadores en Colombia. ¡Estas son unas pocas muestras del gran humanismo de Iván Duque, que tanto alaba el marqués Mario Vargas Llosa!

Al margen de esos detalles secundarios, que no pueden manchar una hoja pulcra al servicio de los poderosos de Colombia, Vargas Llosa nos dice que Duque es un excelso pensador que impulsa la “industria de la creatividad”, y por eso se codea con pensadores tan notables como Maluma, ese poeta urbano que, según un gobernador de Antioquia, uribista para más señas, es superior a Jorge Luis Borges. Y para recalcar la genialidad de Duque, que tanto asombra a Vargas Llosa, citemos su última ocurrencia, cuando para demostrar que es la economía naranja compara un vaso de naranja y un vaso de agua: “Esta es una industria tradicional ‒dice Duque‒ahí la ves, el agua totalmente transparente. Y aquí tienes la creatividad, el talento y la cultura (toma el vaso con jugo de naranja). En la construcción del sector privado cada vez más va a necesitar de esto. En la medida en que tú le agregas más creatividad estás cambiando el contenido, la densidad, el sabor. Yo creo que hoy más que nunca, el mensaje de cómo la creatividad y la cultura agrega valor aún en las industrias que se ven más convencionales es fundamental”.

Tal profundidad y rigor analítico supera con creces a los mejores economistas de todos los tiempos, incluyendo a Adam Smith, David Ricardo y J. M. Keynes. Por ello, tanta inteligencia ameritaba un prólogo del escribidor, quien no podía dejar de alabar al autor que considera a los Siete Enanitos como lo mejor de la literatura mundial de todos los tiempos, algo con lo que está de acuerdo el escribidor peruano por aquello que Colombia es un país de hadas por su inigualable democracia, libertad y legalidad.

En esta sarta de elogios mutuos entre el marqués y el Duque, al final no interesa quien se desprestigia más, en una época en la que ha desaparecido cualquier atisbo de autoestima y decoro, y cuando no importa hacer el ridículo, todo en aras de beneficiar al capitalismo realmente existente, al que sirven los dos personajes en cuestión.

Xenofobia y odio a los venezolanos

El objetivo central del artículo de Vargas Llosa radica en resaltar la supuesta gran acción del gobierno de Iván Duque al adoptar un Estatuto Temporal de Protección para los Migrantes venezolanos. Aterricemos esa noticia en el contexto de la política de bloqueo económico contra Venezuela, impulsada activamente desde Colombia. Esa política genocida, promovida por Estados Unidos, la Unión Europea, el Grupo de Lima y el gobierno de Duque, ha significado el desangre de la economía venezolana a unos niveles sin precedentes, si tenemos en cuenta que se le han robado a Venezuela miles de millones de dólares y se le ha embargado su empresa Citgo, que cuenta con tres refinerías y una red de diez mil gasolineras en territorio estadounidense. Los dineros provenientes de esa empresa se le ha entregado a un delincuente y golpista, Juan Guaidó, reconocido dizque como presidente encargado de Venezuela por esa mafia que es la autodenominada “Comunidad Internacional”. Este hecho central que es soslayado por Vargas Llosa, como si no existiera, es la razón fundamental que explica el desangre de la economía venezolana, y la hiperinflación subsecuente, en una planificada acción desestabilizadora para destruir un país ‒como lo reconocen diversos documentos producidos por los gobiernos de Estados Unidos‒ y a lo cual se ha sumado Colombia. Esta es la fuerza principal que ha expulsado a miles de venezolanos de su país, incluyendo a muchos colombianos o hijos de colombianos que vivían en ese país, donde, hay que recordárselo a Vargas Llosa, fueron acogidos más de seis millones de colombianos en las últimas décadas que huían del terrorismo de Estado, un hecho que ni es mencionado por el plumífero neoliberal.

Si el régimen de Duque es altamente responsable del éxodo de venezolanos, debe asumir la consecuencia de su política criminal de “cerco diplomático” y de apoyo a mercenarios, paramilitares y golpistas. Adicionalmente, esa acogida es una medida demagógica para intentar congraciarse con el gobierno de Joe Biden, el amo imperial, ante el cual siempre son incondicionales los lamebotas como Iván Duque y que pretende canalizar grandes sumas de dinero a nombre de los venezolanos, que añora que le suministren los Estados Unidos o la Unión Europea, para dilapidarlos en forma corrupta como suele suceder en Colombia con este tipo de “ayudas”.

Esa medida no augura nada bueno para el grueso de migrantes venezolanos, por lo que se ha visto en años recientes. Las cifras son elocuentes: apenas el 2% de los venezolanos que están en Colombia pueden satisfacer sus necesidades básicas y la de sus familias; el 84% de los venezolanos no consiguen ni alimentación adecuada, ni alojamiento, ni vestuario para vivir dignamente; en Colombia se asesina a 3 venezolanos por día… Por lo demás, las imágenes de las inhumanas condiciones en las que viven los venezolanos, y millones de colombianos, no son, precisamente, muestra de un trato humanitario, y nada indica que las cosas vayan a mejorar en el futuro inmediato con el supuesto plan de integración, en un país que nunca recibe población, sino que antes por el contrario la expulsa a granel, mediante la violencia estatal y paraestatal.

Para darse cuenta del “amor” de Iván Duque por los venezolanos es bueno recordar su postura xenófoba y discriminatoria de diciembre del año anterior, cuando afirmó que a esos migrantes no se les brindaría la vacuna, con el grandioso argumento de que se trataba de evitar “que todo el mundo cruce la frontera para pedir que lo vacunen”. Delirante afirmación, si se tiene en cuenta que a estas alturas ha llegado a Colombia la fabulosa cifra de 50 mil vacunas que alcanzan para inmunizar al 0.05% de colombianos.

Vargas Llosa y la “democracia asesina” a la colombiana

Vargas Llosa sostiene en el artículo de marras que “el caso de Colombia es muy curioso. Ningún país latinoamericano ha padecido tantas guerras civiles y, sin embargo, con la misma seguridad puede decirse que ningún otro ha sido más libre, civil y democrático en ese mismo período”. Recalca que “la clase empresarial colombiana, muy moderna, ha hecho progresar al país a unos niveles que envidia el resto de América Latina”. Incluso llega a decir una estupidez que produce risa: “Colombia tuvo en el siglo XIX destacados gramáticos y filólogos, gracias a los cuales el español que se enseña en sus colegios es de primer orden y los colombianos suelen jactarse por ello de hablar el mejor castellano de Iberoamérica” (Énfasis nuestro).

Cuando el marqués Vargas Llosa viene a darnos a los colombianos lecciones sobre lo que supuestamente es este paraíso democrático en el que vivimos, deben recordársele algunas de las grandiosas contribuciones que el Estado y las clases dominantes de este país le han hecho a la historia universal de la infamia, y que demuestran hasta donde llega la civilidad y libertad que se respira realmente en esta fosa común a cielo abierto que se denomina Colombia:

El país del mundo donde más se asesinan dirigentes sindicales, con una cifra de 3200 desde 1986. Al respecto dice la OIT, en un dato actualizado, que entre enero de 2019 y marzo de 2020 fueron asesinados 14 líderes sindicales, uno fue desaparecido, 198 fueron amenazados de muerte, un dirigente agrario fue asesinado y varios dirigentes sindicales fueron espiados y seguidos por el Ejército.

El país del mundo donde más se asesinan ambientalistas, y luego de varios años de oscilar entre el segundo y cuarto lugar, el año anterior Colombia se colocó a la cabeza del asesinato de ecologistas, con una cifra de 64 personas.

La democracia criminal donde está en marcha un nuevo genocidio contra los excombatientes de las Farc, 250 de los cuales han sido asesinados desde la firma del acuerdo, en 2016, y sin contar a los familiares que también han sido masacrados. Uno de los asesinados, Dimar Torres, fue torturado por miembros del Ejército.

En esta democracia ejemplar se masacran líderes sociales y comunitarios de manera cotidiana. Acá se asesina el 54% de los defensores de Derechos Humanos que se matan en todo el mundo. En el 2020 se asesinaron 309 lideres sociales, casi uno por día en diversos lugares de la geografía colombiana.

En esta democracia genocida existe un lugar que se llama Buenaventura (vaya nombre tan mentiroso, como la pretendida democracia colombiana), el principal puerto nacional, en el Pacífico, donde a la gente la matan y la destrozan con motosierra y sus pedazos los lanzan al mar. Esta ciudad de medio millón de habitantes, en su mayor parte afrodescendientes, es la capital del horror en Colombia, hasta el punto de que hace unos años la BBC describía la situación así: “Esta es la ciudad de «las casas de pique», donde bandas criminales de origen paramilitar, dedicadas a la extorsión y el narcotráfico, descuartizan vivas a muchas de sus víctimas antes de arrojar los pedazos al agua”. Y eso no es cosa del pasado, ahora mismo, mientras que el escribidor, que se hospeda en hoteles de cinco estrellas y viaja en avión en primera clase, exalta la democracia colombiana y hace apología de sus criminales de Estado, sobrevienen las masacres de los indefensos pobladores, hundidos en la abismal pobreza, en medio de la riqueza del moderno puerto, manejado por capital transnacional.

En esta eficiente “democracia neoliberal” vemos como Colombia se ha convertido en el tercer peor país en el manejo de la pandemia de coronavirus, con una cifra de 60 mil muertos, mal contados, y con un ridículo programa de “vacunación masiva” que al ritmo actual requiere de 38 años para inocular a toda la población nacional.

En la democracia ejemplar de Vargas Llosa suceden hechos que avergüenzan a la humanidad, como la masacre del Salado, en la costa atlántica, de la cual se han cumplido 21 años este mes de febrero. En esa localidad, los paramilitares, con el respaldo del Ejército, masacraron a más de un centenar de personas, con un nivel de sadismo difícil de igualar. El escritor Ricardo Silva Romero dice sobre este hecho: “cadáveres torturados, descabezados, empalados, como si no hubieran tenido nunca nombres ni apellidos” y en una “cancha de piedra […] los verdugos jugaron fútbol con las cabezas de las víctimas, celebraron cada ejecución con tambores y gaitas y acordeones, y dejaron que los cerdos de la plaza hicieran lo que les diera la gana con los muertos”. Una cifra indeterminada de personas fueron asesinadas, algunos señalan que la cifra puede llegar a 300, y sus restos fueron botados en La Escombrera, un basurero, donde se encuentran más de diez mil huesos humanos. Esa es otra maravilla de la democracia ejemplar que tanto alaba el marqués escribidor Mario Vargas Llosa, y sobre lo cual, para hablar de literatura, el escritor Pablo Montoya ha publicado recientemente la novela La sombra de Orión. Este autor señala: “hoy sabemos que lo terrible no fue solo la operación militar, la violación de derechos humanos que cometieron esas fuerzas militares, ilegales y legales, lo terrible fue también la desaparición forzada que vino después”

Y para terminar este breve recuento de unos pocos ejemplos de las sólidas bases de la “democracia colombiana” mencionemos el hecho más criminalmente notable de terrorismo estatal, los asesinatos de civiles indefensos, masacrados a mansalva y conocidos de manera eufemística como “falsos positivos”. Esos asesinatos permanentes del Ejército colombiano desde hace décadas se acentuaron durante el gobierno del personaje que tanto admira Vargas Llosa, como lo acaba de revelar un informe de la JEP (y de lo que hablaremos más adelante).

Solamente decir que, según ese registro, conservador todavía, entre 2002 y 2008 fueron asesinados 6402 colombianos por las fuerzas estatales, es decir, 3 por día. Y fueron asesinados por una orden emanada del Ministerio de Defensa (sic) que puso precio a la cabeza de los muertos, con recompensas, premios, dinero y ascensos a los militares que fueran más efectivos en cumplir las ordenes macabras y en medir los resultados, muy al estilo estadounidense, en body counts y en litros de sangre. En esa lógica se atraía mediante engaño a humildes jóvenes ‒algunos de ellos con limitaciones físicas y mentales‒ a ciertas zonas de Colombia, donde se les uniformaba con atuendos militares que usan los guerrilleros y luego a sangre fría se les asesinaba y se reportaba que el Ejército en forma heroica había dado de baja en combate a unos terroristas. Y el responsable de ese genocidio presidió el país entre 2002 y 2010, un individuo admirado por Vargas Llosa del que dice que ha defendido “siempre la libertad y la legalidad, en las que cree, […] y muchos colombianos lo respetan y admiran lo que ha hecho por su país”. Este mismo personaje, hoy expresidiario, dijo en su momento para justificar los asesinatos que los muertos eran delincuentes que habían sido dados de baja en combate y “de seguro esos muchachos no estaban recogiendo café”. Para comparar las cifras del horror de esta “genuina democracia”, que tanto alaba el escribidor, digamos que la dictadura de Pinochet durante 17 años asesinó y desapareció a unas 3000 personas, mientras que los asesinatos estatales dejaron, solo por cuenta de los mal llamados “falsos positivos” más del doble de muertos en un lapso de seis años. De modo que la democracia colombiana, una verdadera ficción no literaria, es más criminal que la ominosa dictadura de Pinochet, otro personaje que entrelíneas admira Vargas Llosa, por aquello de su apoyo al libre mercado.

El falso positivo de Vargas Llosa

El marqués Vargas Llosa hace en su artículo una afirmación que solo puede hacer o un autista, un analfabeto político o un apologista del crimen. Como nuestro europeo nacido en Arequipa no es nada de las dos primeras cosas, termina siendo un apologista del crimen y del terrorismo de Estado. Y tan devaluadas quedan sus afirmaciones, que en este caso fueron desmentidas por las revelaciones de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) que no descubrieron nada nuevo, sobre el asesinato de 6,402 colombianos por las fuerzas armadas durante la presidencia del innombrable e incluso el mismo periódico donde Vargas Llosa publicó su columna escribió un editorial el lunes 22 de febrero con el título “Uribe debe responder”. En su artículo de marras, Vargas Llosa dice, reiteremos la cita: “Uribe es otra de las víctimas (sic) de una campaña de desprestigio de la extrema izquierda que lo ha perseguido desde que estaba en el poder; pero él, respetando siempre la libertad (¡!) y la legalidad (¡!), […] se ha defendido bien y muchos colombianos lo respetan y admiran lo que ha hecho por su país”. Pues resulta que horas después de la “sabía y oportuna” defensa que Vargas Llosa, sin vergüenza alguna, hace de un individuo que una serie digital denomina el Matarife, los críticos de extrema izquierda engrosaron sus filas con dos nuevos miembros. El primero es la ONG Human Rights Watch y su Director de la División de las Américas, José Miguel Vivanco, que criticó al régimen de Uribe por su política criminal de los falsos positivos. La respuesta de Uribe no podía ser más cómica cuando le dijo a Vivanco: “Ya que usted es militante de FARC no debería dar apariencia de defensor de DD.HH”. Como puede verse el ex presidiario del Ubérrimo coincide con su defensor de oficio, el marques Vargas Llosa, en calificar a todo el que lo critica de ser de extrema izquierda, incluyendo ahora a una ONG proimperialista, al servicio de Estados Unidos, y patrocinada por George Soros, uno de los teóricos de la “Sociedad abierta”, que frecuentemente exalta Vargas Llosa y de la que tanto se ha lucrado.

El segundo, la sorpresa mayor para Vargas Llosa y Uribe, El País, el periódico imperial-global al servicio de las peores causas de la desinformación ‒por algo uno de sus columnistas estrellas es Mario Vargas Llosa‒ de la noche a la mañana resultó ser aliado y vocero de los “terroristas” y de la extrema izquierda, porque horas después de divulgar el artículo del marqués (que había aparecido en la edición del 20 de febrero), y cuando todavía estaba fresca su tinta, publicó un editorial con el llamativo título Uribe debe responder, en donde concluye que la JEP “al demostrar con cifras que el mayor número de falsos positivos ocurrió entre 2002 y 2008 deja claro que Uribe guarda gran parte de la verdad sobre estos episodios. El conflicto, que se cerró después de más de cinco décadas, seguirá dejando heridas abiertas mientras haya, como en el caso del expresidente, quienes se niegan a afrontar sus responsabilidades”. ¡Increíble, entre el momento en que Vargas Llosa terminaba su panegírico sobre Duque y Uribe, y lo enviaba a imprenta, El País se le volvió “terrorista”, de extrema izquierda, castro-chavista y de las Farc!

Esto demuestra que el marqués es ciego, sordo y mudo porque nunca ha querido ver, su posición de clase y su pensamiento reaccionario se lo impiden, las toneladas de información que existen en Colombia y en el mundo sobre los crímenes del expresidente y expresidiario. Pero esto dice mucho sobre la personalidad de Vargas Llosa, proclive a aplaudir a cuanto criminal sea necesario, por el solo hecho de que sea un incondicional defensor del neoliberalismo. Y cuando Vargas Llosa dice que las denuncias sobre los crímenes del señor del Ubérrimo proceden de enemigos de la extrema izquierda que quieren enlodar la intachable hoja de servicio de un individuo que, según él, tanto le ha servido a Colombia, está escupiendo también sobre la memoria de los miles de colombianos que han sido asesinados por el terrorismo de Estado y está justificando dichos crímenes. En este caso, el escribidor se convierte en un apologista del crimen y eso se basa en la ignorancia de lo que sucede en Colombia, sociedad a la que pretende entender con unos esquemas prefabricados de manual neoliberal para pontificar sobre lo divino y lo humano y venir a enseñarnos a los que sobrevivimos en este malhadado país, asediado por el terrorismo de Estado y las falacias de una pretendida civilidad y legalidad que solo existe en el papel, sobre las supuestas grandezas de esta democracia y de los prósperos empresarios que se enriquecen a costa del sufrimiento de la mayoría de la población. En este caso sí que puede aplicársele a Vargas Llosa la advertencia de George Bernard Shaw: “Cuidado con el falso conocimiento, es más peligroso que la ignorancia”.

Fuente: https://www.trinchera-politicaycultura.com/e2/913/carton.php

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